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La prolongada sequía de títulos (26 años) y la tristona actuación en el Mundial de Rusia no encienden precisamente la pasión del público con vistas a la Copa América 2019, que se jugará en Brasil entre el 14 de junio y el 7 de julio y en la que Argentina se las verá, en el grupo B, con Colombia, Paraguay y Qatar.
Se dirá, como otras veces, que la camiseta celeste y blanca siempre impone una mirada respetuosa, merced al prestigio ganado en la cancha a través de la historia y refrendado en las vitrinas. Aunque ahora la etapa cenital del fútbol criollo se vea remota. Lo cierto es que el equipo nacional se encuentra en un momento de transición, tal como lo definieron las propias autoridades de la AFA. O, si se quiere, de reconstrucción de la autoestima, luego de haber sumado tres subcampeonatos al hilo (es decir, tres finales perdidas) y un Mundial para borrar de la memoria.
El piloto provisorio (tiene contrato hasta fin de este año) es el DT Lionel Scaloni, cuya designación aún despierta cierta perplejidad. No porque le falten atributos (nadie lo sabe), sino porque jamás había ejercido como entrenador. Procede del cuerpo técnico de Jorge Sampaoli, cuya defenestración en 2018, en lugar de arrastrarlo, como sucede en estas situaciones, lo fortaleció. Misterios del deporte.
Hasta acá, Scaloni solo deslizó su voluntad de renovar el listado. Cargarse nombres antipáticos que integraron el núcleo duro de la Selección durante los últimos diez años y que han visto sucumbir a un lote de entrenadores. Un sistema que funcionó como guardia pretoriana del rey sol, Lionel Messi –único nombre intocable–, factótum de esa generación que gozó de una continuidad a prueba de catástrofes justamente por designio del diez del Barcelona.
No se puede decir que Scaloni haya retaceado oportunidades en esta búsqueda de inyectar sangre nueva. Para afrontar los sucesivos amistosos convocó a 53 futbolistas, 23 de los cuales se asomaban por primera vez a los selectos dominios de la Selección. Tales cantidades denotan amplitud de miras y generosidad para ceder oportunidades. Da para pensar que Scaloni no obrará por impulso, capricho o prejuicio. Que ha evaluado sesudamente, in situ, las prestaciones de todos los que pudo. De todos los que consideró con chances, aun tenues, de aspirar a un lugar en el plantel.
También se puede interpretar como desconcierto, y algo o mucho de eso se ha visto en los partidos que Scaloni lleva tratando de darle un nuevo diseño a la Selección. Ejemplo a la mano: en la gira de marzo, en el partido ante Venezuela, el entrenador cambió sobre la marcha, durante el primer tiempo –porque nadie daba pie con bola–, la estructura de la defensa. Ese día, Argentina cayó categóricamente 1-3 ante un rival que, en la consideración de los entendidos, es inferior.
Más acá de listas y elucubraciones tácticas, de lo que se trata, hoy como ayer, es de acompañar a Messi. De imitar al Barcelona, para decirlo de modo sintético. Idéntico propósito han perseguido, desde Maradona hasta el presente, todos los entrenadores. Lio supo imponer sus pareceres casi siempre o siempre –incluso motín mediante, como en Rusia– y tal vez lo asista la razón. Si lo esperan todo de él, por lo menos que lo dejen decidir cuál será su séquito. Pero varios de sus antiguos aliados cayeron en desgracia o se alejaron por voluntad propia del círculo áulico. Así las cosas, el cráneo del Barça deberá sentarse con Scaloni a deshojar la margarita hasta definir un once competitivo en el que se sienta a gusto. La Copa América es un test clave para afianzar esta nueva plataforma.
El único y ya lejano ensayo para transformar positivamente el entorno de Messi resultó fallido. Luego de una prolongada ausencia (la resaca del Mundial), el rosarino reapareció frente a Venezuela, en Madrid. Había estado 265 días en el exilio. Como siempre, sus intervenciones (espasmódicas esta vez) fueron lo único rescatable en la derrota. El efecto centrífugo que genera su presencia redobla su trabajo. Claro, todos se la pasan a él. Todos esperan su reflejo genial. Que sea el principio del orden colectivo, el protagonista de la elaboración y la llave maestra en el área y sus adyacencias. Too much.
Algunos, como Lo Celso y Matías Suárez, demostraron independencia de criterios y fueron de ayuda. Aliados confiables. En tales condiciones de sumisión, en cuanto Messi tenga un resfrío –o una tarde desganada–, no habrá plan B. Quizá la gran tarea de Scaloni no ocurra al pie del pizarrón. Su prioridad debería ser convencer a sus muchachos –machacar día a día en el vestuario, en el comedor y así– de que la grandeza de Lio no tiene que empequeñecerlos. Que algo está saliendo exactamente al revés. Seguro que en la recta final a la gran competencia de la región afinará esos conceptos esenciales. De lo contrario, el equipo seguirá siendo un peso, antes que una red solidaria que a su vez se contagia del futbolista más inspirado de todos.
Por lo demás, las presunciones con respecto al torneo en ciernes son, como siempre, un entretenimiento alentado por los periodistas, quienes, por fuerza mayor –decenas de horas de aire que cubrir, toneladas de páginas que requieren un mínimo contenido–, han desarrollado el género la previa.
Pero en la previa no hay mucho más que la danza de nombres y descripciones que arroja el sentido común: Brasil, anfitrión y candidato desde el vamos; Colombia, asentada como uno de los equipos poderosos de América; Perú, reconvertido espiritualmente por obra y gracia de Ricardo Gareca. Chile, campeón en 2015 y 2016, en proceso de reciclarse tras faltar al Mundial de Rusia; Venezuela, en ascenso; Uruguay, máximo ganador del certamen, con su dupla inalterable en la delantera, promesa de gol y de batalla.
Y, como es costumbre, habrá algún un par de invitados exóticos. Esta vez son Qatar, organizador del próximo Mundial y de buenas vínculos con Conmebol, y Japón, que ya participó en 1999, tres años antes de ser anfitrión de la Copa del Mundo junto a Corea del Sur. La competencia privilegia las buenas relaciones internacionales –con los poderes emergentes–, no los límites geográficos de un continente. Fútbol sin fronteras.
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