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Copa América. La selección argentina sufre la falta de gol, un mapa al arco rival que extravió hace tiempo
Por torneos oficiales, la Argentina lleva 23 partidos sin imponerse con amplitud; las razones estratégicas y emocionales de un tema que condiciona la marcha del equipo de Scaloni
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Un diagnóstico a mitad de camino. Quizás, una mentira piadosa o simplemente un discurso para afuera. “Los goles van a llegar. Me preocuparía no generar las situaciones. Ya van a entrar”, se consuela Lionel Scaloni. Una radiografía incompleta. No le falta verdad al análisis del entrenador, es evidente que la selección recoge mucho menos de lo que insinúa. Pero con la sensación de peligro no alcanza y que algunos arqueros rivales se conviertan en figuras tampoco es un alivio. La falta de eficacia es un déficit de la Argentina. De esta selección y de las anteriores. Paradójico en la era de Lionel Messi y una armada con los quilates de Agüero, Di María, Lautaro Martínez, alguna vez Alario o Icardi, el paso de Dybala, antes Higuaín… Convertir es medular en el juego, es una parte esencial. Una verdad de Perogrullo. Una obviedad. Lo que no conviene es esconderla.
Despejados los caminos al gol, la Argentina hubiese resuelto varios partidos en los últimos tiempos. Con gol, el ciclo del entrenador estaría tapizado por más certidumbres porque los goles arriman victorias y los éxitos permiten perfeccionar el plan sin urgencias. Con gol, la Argentina tendría algún punto más en las eliminatorias y hubiese debutado con un triunfo en la Copa América. Vaya si será un problema tener el arco de enfrente desenfocado. El valor analgésico de los goles es incontrastable.
Sufre la Argentina sin gol. Se enreda, se enmaraña. Se pierde, se frustra, se mete en problemas. Los números toman la escena: hace 23 partidos que la selección no gana por goleada en una competencia oficial. El registro retrocede hasta la era del ‘Patón’ Bauza, hasta el 15 de noviembre de 2016, cuando derrotó 3-0 a la Colombia de José Pekerman, en San Juan, en el sinuoso camino al Mundial de Rusia. Messi, de tiro libre, Di María y Lucas Pratto, las firmas del marcador. Después, nunca más. Hasta hoy. Casi cinco años que atraviesan a Bauza, Sampaoli y Scaloni. Que atraviesan eliminatorias, Copa del Mundo, la Copa América de 2019, la que acaba de empezar y otra vez una nueva ruta eliminatoria. Muchos empates, victorias mínimas, cinco derrotas y apenas cuatro encuentros en los que pudo establecer contra el adversario de turno –Ecuador 3-1, y Qatar, Venezuela y Perú 2 a 0–, al menos una brecha de dos goles.
Si sube la exigencia, se desinfla el poder de fuego de la selección. Si el rival es un simple acompañante, casi un partenaire que celebra lo que ocurre a su alrededor, aparece una rentabilidad que es apenas un espejismo: el ciclo de Scaloni construyó cinco goleadas y el repaso exime de mayores análisis: 3-0 a Guatemala, 4-0 a Irak, 5-1 a Nicaragua, 6-1 a un Ecuador de emergencia, con Jorge Célico como técnico ocasional y casi sin suplentes en el banco, y 4-0 al México de Martino, el resultado aparentemente más sólido. Pero al despejar la maleza, esa noche, Lautaro hizo tres tantos en una ráfaga, favorecido por una catarata de distracciones defensivas de los aztecas, con el zaguero Néstor Araujo como ‘cómplice necesario’ de cada tanto albiceleste. Fue atípico.
Y para constatar que la deuda trae herencia, revolver en el archivo permite detectar que las anteriores goleadas a las apuntadas en el ciclo de Scaloni, también llegaron contra oponentes sin ninguna equivalencia deportiva: 4-0 a Haití y 6-0 a Singapur, en tiempos de Jorge Sampaoli como entrenador. Más sencillo y directo: para que la selección disfrute de una goleada, no debe encontrar oposición. Otro dato en esa dirección: Lautaro Martínez es el killer de la etapa que conduce Scaloni, con 11, pero la cuenta baja a sólo cuatro si se trata de encuentros oficiales.
Aunque parezca mentira, hasta Messi extravió los caminos al gol. Si festeja es de penal, del rebote de un penal o de tiro libre. Hasta sus números de fábulas parecen presa de un conjuro. Los últimos seis goles de Messi en la selección nacieron a través de una pelota detenida. De penal, a Paraguay en la Copa América 2019; de penal, a Uruguay en un amistoso a finales de ese año; a Brasil, también en el cierre de aquella temporada, en el rebote… de un penal; de penal, a Ecuador, en el debut de esta ruta clasificatoria a Qatar; contra Chile, hace algunos días, en Santiago del Estero…, de penal. Y en la noche de Río de Janeiro, ahora con un magistral tiro libre para superar la volada de Claudio Bravo. ¿El último de jugada? Dos a Nicaragua, en la antesala de la anterior Copa América en Brasil, en uno de esos amistosos despedida donde los rivales sólo están pendientes de sacarse una foto con Messi. Para rescatar un grito genuino, valioso, oficial, por los puntos, hay que retroceder hasta el Mundial de Rusia 2018: sí, contra Nigeria, la tarde del 2-1 que se convirtió en alivio y clasificación para los octavos de final del torneo, con la conquista de Marcos Rojo cuando la selección se asomaba al derrumbe. Al abismo.
A la selección le ha faltado fortuna y también se encontró con algunas tardes iluminadas de los arqueros rivales. Tan cierto como insuficiente. En una, dos, o tres ocasiones…, puede ser. Pero si se trata de años, es más profundo. Razones emocionales, que afectan la confianza en un entorno de selección que nunca es totalmente confortable. Razones estratégicas, que no logran colocar a un futbolista en las mejores condiciones para definir. ¿La ausencia de un gran goleador? También. La mayor productividad de Lautaro Martínez ha sido como socio de Romelu Lukaku, y antes, de Lisandro López. El problema viene de arrastre. Hay motivos para preocuparse si la mancha de aceite llegó hasta Lionel Messi.
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