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Con la fuerza de la unidad, una versión inesperada
Nadie suponía que la Argentina podía sustentarse desde su defensa. Siempre fue el flanco débil del equipo, y siempre se sospechó de ella. En el mejor de los casos, se aspiraba a una defensa que funcionara aceptablemente producto de la tracción de un ataque altamente calificado, mucho más que por sus propias cualidades. El sábado, el equipo desmintió tal especulación. Los rasgos colectivos más salientes de la Argentina, fueron brotes de un desempeño defensivo casi inmaculado.
Por primera vez en el Mundial, la Argentina impuso condiciones respecto de dónde se iba a jugar el partido. La longitud, la administró la selección de Sabella. Fue un equipo "corto" desde el primer minuto hasta el 95. A veces comprimiendo fuertemente sobre el mediocampo, acercando la línea defensiva con los atacantes y poblando la zona central delimitada por estos desplazamientos transversales; otras veces, bajando todo el bloque al campo propio. Como sea, la Argentina gobernó los espacios de principio a fin.
Los comportamientos defensivos, además de pericia física y técnica, fueron oportunos, inteligentes y seguros. No es sencillo anticipar tantas veces, sin fallas y sin infracciones, y la Argentina lo hizo. Puso a Bélgica de espaldas o contra las líneas de banda, incómodo, sin poder descifrar qué pasaba en la periferia. Apenas algún rival se soltaba de esa soga, llegaban las ayudas para marcar en combinación, siempre exitosas.
Fue un equipo generoso y determinado. Jamás regateó esfuerzo, y jamás ningún futbolista se sintió solo, como si aún estuviera fresca la tinta con la que firmaron el pacto de "todos para uno y uno para todos". En ese fervor actitudinal, la Argentina no descuidó nunca el partido. Custodió con celo cada aspecto del juego, aún en los pasajes dónde parecía no suceder nada importante, momentos en los que el descanso es una tentación.
La lesión de Agüero, la irregularidad de Higuaín hasta el sábado, luego la lesión de Di María, dejaron a Messi sin aliados estables. Esa realidad ofensiva poco predecible y excesivamente variable, produjo un nuevo escenario para el que hacían falta nuevas recetas. La parte más fuerte del equipo estaba dañada; bajaría la frecuencia ofensiva, y el golpe por golpe podía ser más dañino en el área propia que profundo en la ajena. Había que adaptar el equipo a las nuevas necesidades. La pérdida de jerarquía individual, afectó el poder de fuego ofensivo, pero al mismo tiempo, impulsó la mejora defensiva. La fuerza estuvo en la unidad, en la eficacia para enredar al rival y blindar a Romero.
El peso de los partidos, hasta ahora, había sido responsabilidad de la parte rica del equipo (de Messi, de Di María, de Agüero...) Por primera vez, la Argentina se entregó a su defensa como concepto. Confió en una solidez inédita hasta el sábado. Conviene ahora, reconocer a esta fórmula como transitoria; aferrarse a ella y adoptarla como definitiva, no garantiza repeticiones exitosas en escenarios diferentes. El éxito también es provisorio. Aunque ya no sea posible la alquimia de mezclar esta nueva versión colectiva con aquel ataque creativo y demoledor, enamorarse de la solidez puede ser una trampa mortal.
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