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Cómo se reinventó Sebastián Crismanich: el campeón olímpico que ahora gestiona acciones solidarias
Fue hace tres años cuando Sebastián Crismanich enfrentó una de las grandes encrucijadas de su vida. Tenía 29 y hacía apenas cuatro que había tocado el cielo con las manos al ser campeón olímpico cuando los dolores crónicos y concejos de los médicos lo obligaron a retirarse. Y a dejar lo que más lo había apasionado en su vida, el taekwondo y la competencia. "Fue duro, un golpe, más allá que sabía que el cuerpo me lo pedía", recuerda. Qué camino tomar, cómo reemplazar la adrenalina y la motivación que le generaba su deporte, los grandes torneos, fueron las primeras incógnitas que se le plantearon al correntino. "Lo que viví como atleta y competidor son emociones que todavía extraño y aún busco, aunque sea en alguna dosis, en cada actividad nueva que emprendo. Sentir esas sensaciones, esa adrenalina, ese nerviosismo, el estar al límite… Seguramente no haya nada que me lo brinde, al menos continuamente, pero sí he entendido cuál es mi camino, qué es lo que me gusta hacer y cómo dejar mi huella de otra forma", explica con el mismo convencimiento que tuvo cuando fue campeón olímpico.
Crismanich recuerda aquel momento en el que sintió que tenía dos opciones. "Era quedarme sentado y deprimirme porque se había terminado la mejor etapa de mi vida. O reconvertirme, reinventarme. Y, de a poco, lo hice. Empecé a capacitarme en dirigencia deportiva, empujé para estar en puestos para poder transmitir mi experiencia y organicé charlas para intentar contagiar con mi historia de vida. Incluso busqué ir más allá, pensé en la ayuda social. Todo para aportar mi granito de arena para generar un cambio cultural y dejar una huella en la sociedad", comenta. Hoy, ya casado y con una hija, Crismanich pertenece a la Comisión de Atletas del Comité Olímpico Argentino, es presidente de la Federación correntina de Taekwondo, ha desarrollado un programa nacional de detección de talentos con el que recorre el país, abrió academias de su deporte con el hermano mayor, ha disertado en muchas provincias y forma parte de un grupo de deportistas que potencian un programa solidario llamado Huella Weber.
"Desde la Comisión de Atletas buscamos aportar nuestras capacidades y experiencias para que cada nueva generación de deportistas sea mejor que la anterior y para que los jóvenes tengan un mejor pasar que nosotros en su carrera", resalta. También explica el programa de detección de talentos que busca ser lo más nacional posible. "Rastreamos chicos con potencial para formar la mejor Selección. Con la ayuda del Enard y algunas gobernaciones hacemos campus en todas las provincias y regiones, buscando a los mejores sin importar su lugar de origen o estrato social. Sé que el sistema deportivo está muy centralizado, entonces queremos darles posibilidad a todos, viéndolos, buscando incentivarlos y capacitarlos. Deseamos que sientan que, aunque estén en un pueblo, puede ser los héroes que sueñan". Un programa que va más allá de lo deportivo. "No sólo apuntamos a lo competitivo sino también a la contención y a la formación del ser humano", agrega Crismanich.
Con su palabra y hechos, el taekwondista que explotó en Londres 2012 intenta dejar un legado que vaya más allá de lo deportivo. "La idea es motivar, contagiar, inspirar, es algo mucho más profundo que armar un equipo. Lo siento como una obligación moral, poder ayudar a construir la sociedad y el país que muchos soñamos", expresa. Pero, en el mientras tanto, impacta el compromiso social que desarrolla desde el programa solidario de Weber que comparte con colegas olímpicos como Paula Pareto, Jenny Dalhgren, Germán Chiaraviglio, Delfina Merino, Fede Molinari y Braian Toledo, entre otros. "Es otra forma de trascender. Me permitió no sólo ayudar sino también encontrarme conmigo mismo. Es de lo más trascendente que me pasó en estos años porque nos potenciamos entre todos", asegura Crismanich, quien ha protagonizado ayuda comunitaria en dos proyectos en Chaco, a pocos kilómetros de su casa.
El primero fue la construcción de la Casa Garrahan en Resistencia. "El edificio se erigió gracias a la ayuda de mucha gente que colaboró desinteresadamente y hasta levantó paredes. Y hoy su funcionamiento es clave porque muchos chicos de estas zonas olvidadas del país ya no tienen que ir al Garrahan en Buenos Aires cuando sufren una enfermedad grave", explica. Pero él siempre va por más. Hace un par de meses, sumó otro proyecto, el del Centro de Enfermedades Raras en Barranqueras. Ambos son únicos en la región. "Cada vez que ayudo a la gente revivo mi medalla de oro. Así lo siento", confiesa.
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