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Comienza el Mundial de "los de siempre"
Y bien, finalmente mañana arranca el Mundial. Ya sé que son muchos los seres humanos que llevan varias semanas hablando del torneo como si fuera el meollo del devenir universal y mirando dos, tres, o cuatro partidos por jornada –y yo entre ellos y feliz de la vida, aclaro-.
Pero, para ser sinceros salvo algunas excepciones, la zona de grupos del Mundial no define grandes cosas. Es una especie de calentamiento precompetitivo global, para los equipos y para los hinchas. Multitudinario. Masivo. Plagado de partidos. Pero creo que es poco lo que sale en limpio de esta etapa.
Jugar estupendamente en los primeros tres partidos no garantiza absolutamente nada. Cualquier futbolero con algunas canas recordará la Dinamarca del Mundial 86. En la fase de grupos se comía a los rivales crudos, y la España de Butragueño la despachó sin despeinarse en octavos de final. O el Brasil de 1990, que pasó por su grupo con puntaje ideal y se topó en octavos con la Argentina, en ese partido que daría para escribir unos cuantos libros de aventuras. O la España de 2006, que se cruza con Francia y aplaza lo que será el inicio de su etapa de gloria hasta la siguiente Eurocopa.
La fase de grupos es una especie de arroyo fácil de cruzar, si se afirman bien los pies en las dos o tres piedras adecuadas. Pero cuidado: siempre, entre los gigantes que afrontan ese cruce mínimo, alguno se derrumba con estrépito de catástrofe. España, Italia e Inglaterra dieron ese tropiezo al mismo tiempo posible e imperdonable. Porque el fútbol se empeña en recordarnos, con desparpajo, que tiene una reserva siempre disponible de azares para absolvernos o condenarnos. Y en el "grupo de la muerte" Costa Rica mete dos triunfazos y pone a tres potencias a luchar por el segundo puesto. Y España, en noventa minutos (el segundo tiempo contra Holanda y el primero contra Chile) recibe seis goles que le aniquilan cualquier futuro.
Otro ejemplo de candidatos que se vuelven de entrada, escrito con el solo propósito de hundir el dedo en las propias llagas nacionales ¿Alguien podrá olvidar esa madrugada de 2002 en la que Suecia liquidó nuestros justificados sueños mundialistas de la era Bielsa?
Párrafo aparte me merece el esfuerzo conmovedor que hizo Costa de Marfil para perder contra Grecia y dejarle su sitio en octavos. El único modo de contrarrestar el talento de tipos como Drogba, los Touré o Gervinho era jugar como les gusta a ellos: caóticos, gambeteadores, pendencieros, veloces, desconcentrados, finos, indolentes. No se indigne, por favor, algún lector que sienta que menosprecio las virtudes de Grecia: orden, disciplina, sacrificio. Cuando se trata de construir un puente esos rasgos los admiro. Pero tratándose de fútbol me resultan un tanto tediosas, insuficientes. Los marfileños, con ese penal regalado sobre la hora, consiguieron llevar el azar a cuartos de final. Costa Rica o Grecia se meterán, de ese modo, entre los ocho "mejores" del torneo.
Lo de las comillas no pretende ser una falta de respeto. Pero el Mundial, ese que arranca ahora, el de verdad, el de ganás y seguís, perdés y te volvés, tiene una cuota de salvaje pragmatismo en su trámite. Hay poco margen para el error y mucho para la avaricia. Podés especular, transformando a tu equipo en un colectivo, dos camiones y tres piquetes, meter todo eso en el área chica y rezar para que ciento veinte minutos pasen rápido. Después, en los penales, quién te dice. Numerosos imperios se han construido sobre bases más endebles.
Y la injusticia se amplía si pensamos en que algunos equipos por gusto, por historia, por el estilo que defienden sus jugadores y sus hinchas, no van a permitirse jugar a la retranca. Y por lo tanto, quedarán expuestos a quedarse afuera a la primera de cambio. Pero quiero pensar, para no entristecerme a cuenta, que a las semifinales llegarán los que mejor juegan, categoría que suele coincidir con "los de siempre".
Y este es casi el último punto en el que quiero detenerme. Los argentinos nos consideramos, no sé si con justicia o con exagerada benevolencia, parte de ese lote de "los de siempre". Si lo planteamos desde el talento de nuestros jugadores, desde el sitio que ocupan en las mejores ligas del mundo, uno piensa que esa inclusión es justa. Sin embargo, si uno recuerda que desde 1990 no somos huéspedes durante más de tres semanas en un Mundial, conviene dejar cierto margen a la cautela. En 1994 nos limpió Rumania, en 1998 Holanda, en 2002 la ya citada Suecia (otros buenos constructores de puentes), y en 2006 y 2010 Alemania (les juro que escucho su himno nacional y me corre un frío por la espalda).
De ahí que me permita otorgarle, al desempeño de la Argentina hasta ahora, una importancia menor. Seguro que uno saca inevitables conclusiones. Messi se está ubicando, de a poco, en el sitio de "este pibe nos está salvando" que en el fondo los argentinos nos morimos por otorgarle. Algún otro jugador está colocándose con claridad a la altura del desafío (pienso en Mascherano, Di María, ¿Rojo?). Ya tenemos una baja por lesión. Ya tenemos material para la vieja cábala futbolera de "Capaz que lo que íbamos a hacer mal, ya lo hicimos". No será un silogismo, pero tampoco es tan frágil, como razonamiento. ¿O sí?
De todas maneras, el Mundial empieza el martes contra Suiza. Como empieza para Brasil en su duelo con Chile. Y para Holanda con México. Ya se jugó el 75% de los partidos. Pero el Mundial comienza ahora. Con casi todos los que tenían que estar, con unos pocos invitados sorpresa y otros tantos candidatos que tropezaron antes de tiempo.
Hoy viernes, después de quince días de fútbol a todas horas, es el primer día de descanso. Nos quedan solamente dieciséis partidos (y eso contando el del tercer puesto, que no es una cosa como para decir "me muero por verlo, me muero"). Y en ese "solamente", cuando lo escribo y lo reitero, siento una emoción rara, como una cosa acá, una especie de cómo puede ser, si esto recién acaba de empezar, si parece que fue ayer cuando el japonés le regaló el penal a Brasil, y mirá dónde hemos llegado.
A octavos. Allí hemos llegado. Al comienzo del Mundial.
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