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Con todo a favor, igual no alcanzó
Una pregunta a debatir podría ser si el técnico debe vivir en el país o en Europa
Javier Mascherano no se conformó con la mezcla de consuelo y lisonja que le dispensó un periodista apenas unos minutos después del partido. "Gracias, pero la oportunidad era esta, hoy era el día". Y salió de cámara sin poder contener el llanto.
Difícilmente alguien como Masche, que es la antítesis del tibio, del conformista, del ganador moral, pudiera sentirse satisfecho con irse casi sin nada habiendo estado tan cerca de poder llevarse todo.
Tal vez la simpatía que despertó este grupo, desde Sabella hasta el último de los jugadores, por su impecable comportamiento dentro de la cancha y fuera de ella, por su humildad y su predisposición para el trabajo en equipo sin vedetismos ni gestos altisonantes tan propios de otros seleccionados, haya sido el disparador de la voluntad de miles de argentinos de festejar en todo el país lo que en definitiva fue una derrota, y de las grandes.
Tan manifiestamente buena era la predisposición de todos para con el equipo, que se descontaban festejos y un muy buen recibimiento aun cuando se cayera contra Holanda, en la semifinal.
Lo que pasó es historia fresca. La Argentina fue una máquina casi perfecta para neutralizar el poder ofensivo de holandeses y alemanes, pero no pudo salir de ese caparazón porque Messi apareció poco
Contrariamente a la permanente insistencia de buena parte del periodismo y de la mayoría de los hinchas de tener al Brasil como blanco de pesadas bromas, en algún caso muy desagradables como tomarse en solfa la lesión que pudo dejar paralítico a Neymar , el cuerpo técnico y los jugadores transitaron en todo momento, como lo destacó La nación en su principal editorial del domingo, por el andarivel de la cordura y del respeto por propios y extraños.
No obstante todo ello, no deja de llamar la atención que un pueblo como el argentino, que vive; sufre y muere por el fútbol y en el que cada vez se festeja más el resultado por encima de todo, esté feliz de que el seleccionado no haya podido alzar la copa, en especial porque no fue un equipo cualquiera, ni cualquiera el mundial que se jugó. La cuestión fue en Brasil y allí estuvieron Messi, quien está considerado el mejor jugador del mundo; alguien como Macherano, que adquirió una envergadura infinitamente más alta que la que podía esperarse de él; un arquero seguro y vivo para los penales, como Romero; un Demichelis que volvió a ser el grandísimo defensor de sus primeros años; revelaciones gratísimas como Biglia y Garay y los otros fantásticos adelante.
Todo, condimentado con tribunas repletas de argentinos más otros miles que alentaban en los alrededores de los estadios y en las playas.
Cuando Mascherano dijo que la oportunidad era esta y que el día era el domingo, seguramente tenía en mente que mientras la Argentina se enfrentaba con rivales como Bosnia, Irán, Nigeria, Suiza y hasta Bélgica, cuya jerarquía quedó patentizada en los esfuerzos del periodismo especializado por buscar en ellos supuestos aprendices de grandes jugadores que nunca aparecieron, se iban Italia e Inglaterra, Uruguay se quedaba sin Luis Suárez y el peor Brasil que jamás se haya visto perdía a su jugador emblema, al único capaz de poner la pelota bajo la suela y gambetear.
Cierto que por el camino se quedó ese crack que es Di María , pero igualmente la mesa en cierta forma estaba servida. Eran dos partidos: semifinal y final. Y un poquito de Bélgica, si se quiere.
Lo que pasó es historia fresca. La Argentina fue una máquina casi perfecta para neutralizar el poder ofensivo de holandeses y alemanes, pero no pudo salir de ese caparazón porque Messi apareció poco y no fue capaz de ponerse el equipo al hombro y los otros de arriba, salvo Lavezzi, hicieron lo peor que pudieron.
Algo salió mal y no conviene detenerse en las pelotas que pudieron haber entrado y salieron porque sino habría que volver a recordar que si el tiro del holandés Rensenbrink en el suplementario de la final del 78 hubiese entrado en lugar de pegar en el palo, Holanda hubiese sido el campeón de ese año. Algo no anduvo para que la Argentina, no haya podido ganar un certamen que, en serio, duró dos partidos y medio. Alemania, Holanda y Bélgica.
Cuando se largue el mundial de Rusia, se cumplirán 32 años sin que la Argentina alce la copa. Y ya hace 21 que no gana ni la copa América. Siga Sabella o no, tal vez haya llegado el tiempo de que un cuerpo de especialistas formado por ténicos y ex jugadores, debata qué le pasa al fútbol argentino que no gana nada a nivel selección cuando en los últimos treinta años pasaron figuras de todos los colores y técnicos de todos los estilos. Una pregunta a debatir podría ser si el técnico debe vivir en el país o en Europa si es que se seguirá considerando que el 99,9 por ciento de los mejores son los que juegan allí aunque, en muchos casos, se luzcan contra rivales de poca monta y luego no puedan demostrar lo mismo con el seleccionado.
Las escasas dos estrellas que hay en la camiseta del seleccionado, la misma cantidad que tiene nuestro pequeño país vecino del Uruguay y bastante menos que las que hay en las camisetas de Brasil, Alemania e Italia, indican que, sin perjuicio de valorar lo que se acaba de conseguir, vale la pena discutir cómo continuar.
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