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Colin Kaepernick: el nuevo Muhammad Ali
El 21 de febrero de 2016, aniversario del asesinato, Colin Kaepernick posteó una foto de Malcolm X. En junio publicó un video de Tupac Shakur, un rapero asesinado en 1996. “No digo que gobernaré o cambiaré al mundo –decía Shakur en el clip–, pero garantizo que voy a encender el cerebro que va a cambiar el mundo. Ese es nuestro trabajo, chispear a alguien que nos está mirando”. Kaepernick asistía en esos días a un curso de cultura popular negra en Berkeley. El profesor, Ameer Hasan Loggins, le recomendó leer a Frantz Fannon (Los condenados de la tierra). Fue a partir de julio cuando Kaepernick comenzó a postear sobre los jóvenes negros que morían por la brutalidad policial. Semanas después, inició su protesta, arrodillándose cada vez que sonaba el himno. Ya pasó un año. Cerca de 200 jugadores de fútbol americano imitaron su gesto este fin de semana. Harry Edwards, sociólogo mentor de Tommie Smith y John Carlos, atletas del Black Power de México 68, no tiene dudas. Para él, Kaepernick “es el Muhammad Alí de esta generación”.
En 2012, Kaepernick lideró a los San Francisco 49ers al Super Bowl. Era señalado como un quarterback que podía hacer historia en la National Football League (NFL). Por recomendación de Edwards, ya había leído la autobiografía de Malcolm X y a la poeta Maya Angelou. Era famoso. Posó desnudo para un almanaque de ESPN. Puro músculo y tatuajes. Apareció en la TV Heidi Russo, madre soltera y blanca que lo había entregado en adopción seis semanas después de su nacimiento. Kaepernick no quiso conocer a la mujer que, tres años después, cuando todos lo insultaban y recibía amenazas de muerte, se sumó a quienes decían que su protesta era “antipatriótica”. Mi familia, dijo, son Rick y Teresa Kaepernick. Son padres también de Kyle y Devon y adoptaron a Colin después de perder dos hijos por problemas congénitos de corazón. La situación hizo descubrir a Kaepernick las miserias de la prensa. Casi jamás volvió a dar entrevistas. Tampoco habló el domingo pasado, cuando todo Estados Unidos sí habló de él.
En 2010, Colin era la gran estrella del equipo de la Universidad de Nevada. La fraternidad Kappa Alpha Psi se sorprendió entonces cuando les dijo que quería unírseles. A punto de graduarse en Negocios, Kaepernick debió dedicar largas horas a profundizar estudios para ser aceptado en esa agrupación que en un siglo de historia sumó académicos, intelectuales, artistas y deportistas, entre ellos, Arthur Ashe y Wilt Chamberlain. Colin quería conocer más sobre sus raíces. Se sentía negro entre los blancos. Blanco entre los negros. En la escuela le enseñaron que debía agradecer, como si sus ancestros hubiesen nacido esclavos. Meses atrás viajó a Ghana, Nigeria, Costa de Marfil, Egipto y Marruecos. Comprendió que sus ancestros fueron primero africanos libres. Visitó las cárceles desde las cuales eran trasladados a Occidente como esclavos. Identificarse con África, expresó, lo ayudó a entender mejor quién es.
Kaepernick lo cuenta en los campamentos que organiza hoy para comunidades vulnerables. Sin club, ya no tiene su contrato de 16,5 millones de dólares. No importa. Desde octubre dona 100.000 dólares mensuales. Eligió una fundación de “Madres Oprimidas” y otra de madres solteras de Georgia. También una que se llama “No moriré joven” de Milwakee. Y otras de Veteranos Negros por la Justicia Social, inmigrantes y comida sana. Organiza además una red de alimentos para Somalía. Para Donald Trump es un “hijo de puta”. Así lo llamó el viernes pasado en Alabama. Puerto Rico inundado, Norcorea y los misiles y miles en Estados Unidos que temen por su cobertura sanitaria. Pero Trump apuntó contra atletas millonarios que hablan de opresión y no respetan los símbolos patrios. “No es impulsivo, es intuitivo”, lo describe un analista. Dice que Trump apeló al corazón de la Norteamérica blanca y conservadora que lo eligió presidente. Por eso pidió también la vuelta del viejo y más macho fútbol americano, sin las nuevas reglas que buscan atenuar los golpes violentos en la cabeza. Un día antes, los médicos habían establecido que Aaron Hernández, ex jugador de los Patriots suicidado en la cárcel, padecía encefalopatía traumática crónica (CTE), la misma enfermedad que está matando a cientos de jugadores.
Las cámaras de Fox, que venían omitiendo imágenes de protestas, no tuvieron modo de hacerlo el domingo pasado. Unos 200 jugadores reaccionaron tras el ataque de Trump, que les dijo algo así como “cállense y jueguen”. Se arrodillaron o se agarraron los brazos. Hasta bajaron con ellos al campo los mismos patrones que no dieron contrato a Kaepernick y que un año atrás votaron y aportaron dinero a la campaña de Trump. Ford y Nike apoyaron la protesta. Cantantes del himno se arrodillaron. El deporte unido, parecían decir, jamás será vencido. Nunca antes deporte y política vivieron una jornada así en Estados Unidos. Algunos centraron todo en Trump. Otros dijeron “patria vs. libertad de expresión”. Kaepernick, que había comenzado sus protestas en tiempos de Barack Obama, sigue diciendo lo de siempre. Que ciudadanos negros mueren en las calles por la brutalidad policial. Y que sus asesinos siguen libres. Y que el tema, incómodo, debe ser afrontado.
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