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Cien años de boxeo y de Copa Davis: el circo, el templo, y la nostalgia como refugio
“Circo o templo, a vosotros os toca elegir”. Un siglo atrás, el barón de Coubertin, padre del olimpismo moderno, ya estaba preocupado por el futuro del deporte. El templo, para Coubertin, era la tradición. Un ideal de competencia igualitaria, pacífica y fraterna que unía a los pueblos. Pero que ya entonces, advertía el noble francés, estaba amenazado por el negocio y el chauvinismo. Por el “circo”.
Nuestro deporte vivió días recientes de templo. Por un lado, el boxeo nacional recordando su centenario. La pelea fundacional de 1923 de Luis Angel Firpo contra el campeón mundial Jack Dempsey. Pero aquel templo, hay que decirlo, también tenía circo. ¿Acaso no recordaron todas las crónicas recientes que hubo trampa en Estados Unidos para que Dempsey pudiera volver al ring tras el piñazo de Firpo y lo noqueara en aquella pelea salvaje de once caídas en menos de cuatro minutos?
Además del boxeo, también nuestro tenis aprovechó la serie del fin de semana ante Lituania para celebrar un siglo de Copa Davis. La Asociación Argentina de Tenis (AAT) montó afuera del estadio una emotiva carpa-museo que recordó esa historia. Y los partidos, en la cancha “Guillermo Vilas”, del Buenos Aires Lawn Tennis Club, se jugaron sobre un polvo de ladrillo recolectado de todas las canchas del país en las que se formaron nuestros mejores jugadores. Desde el Náutico Mar del Plata de Vilas hasta el Independiente de Tandil de Juan Martín Del Potro. Eso sí, también aquel equipo pionero de 1923 viajó a Suiza con conflictos. Hubo supuestos favoritismos y exclusiones injustas, como cuenta el colega Eduardo Puppo. El templo también sufría polémicas.
Un siglo antes, en 1823, nacía el rugby, que hoy está en pleno Mundial en Francia. La leyenda improbable de William Webb Ellis, el estudiante que, en pleno partido de fútbol en la Rugby School, centro de Inglaterra, tomó la pelota con las manos y se lanzó a correr. Cien años después (volvemos a 1923) el rugby había perdido a cientos de jugadores que murieron combatiendo en la Primera Guerra Mundial. El debate central en Inglaterra, cuna del juego, cuestionaba ese año a rugbiers que comenzaban a entrenarse como “gladiadores”. O a los que recibían pagos por izquierda. Porque debía importar más el deporte, su “pureza”, decían las autoridades. No el “espectáculo”.
Si el boxeo moderno se dañó con la TV de pago que infló categorías y sellos, y la Copa Davis con el extraño formato del negocio de Gerard Piqué, el rugby, lo vemos con el Mundial de Francia, sufre hoy partidos con interrupciones permanentes para revisar fallos arbitrales. Los aficionados, igualmente, afirma Eddie Jones, DT de Australia, soportan todo. Porque el juego, dice Jones, sigue siendo muy popular. Y también porque el nacionalismo de los Mundiales ejerce una fascinación irresistible. La fascinación del circo, pero también del templo (¿no emocionó el tenista Guido Pella el último domingo, cuando anunció su retiro tras la victoria ante Lituania, y afirmó que “lo mejor, lo más grande” de su carrera había sido jugar la Copa Davis?).
El circo precisa del templo. Pero la nostalgia, tentadora, suele ser un refugio cómodo. ¿En serio creemos que todo tiempo pasado fue mejor? En 1923 el mundo comenzaba a sufrir a Hitler, Mussolini, Primo de Rivera y el Ku Klux Klan. Y La Liga Patriótica en Argentina. Odios de un siglo atrás. El fútbol ya era el deporte más popular. Aquí salían campeones Boca y San Lorenzo y en Montevideo, Uruguay ganaba el Sudamericano. “Si ganamos vamos a los Juegos Olímpicos”, prometió a los jugadores Atilio Narancio, el médico presidente de la Asociación Uruguaya de Fútbol (AUF), que hipotecó su quinta de Maroñas para financiar el viaje. El Comité Olímpico Uruguayo quiso prohibirlo por temor al papelón. Fueron más de veinte días en barco hasta Vigo. Y de allí a París, acostados en el piso del tren “para amortiguar el traca-traca del ferrocarril”. Terminaron campeones.
Aquellos Juegos de un siglo atrás se celebraron en París, que ya había sido anfitriona en 1900 y volverá a serlo ahora en 2024. Para los Juegos de 1924, Francia vetó a Alemania (por la guerra). Además eran “ilegales” las mujeres y los viáticos. La gran figura, el fondista finlandés Paavo Nurmi (cinco oros en seis días), fue “acusado” de “profesional”. Francia y Estados Unidos jugaron un escandaloso partido de rugby. Y esgrimistas italianos cerraron su competencia cantando el himno fascista.
París 1924 fue también el debut formal de nuestro deporte olímpico. Era una Argentina que fundaba clubes por todos lados. El polo nos dio el primer oro. Eufórico, el capitán Juan Nelson, recibido como un héroe, pidió más canchas, “para que la gente que va generalmente a ver fútbol vaya a ver polo”. Los de París 1924 fueron también los Juegos de los corredores británicos que inspiraron el filme “Carrozas de fuego”, ganador del Oscar 1981. Años de Margaret Thatcher y mirando la era victoriana. Al “pasado perfecto” y, por eso, “irrecuperable”. “Nacionalismo nostálgico”, lo describía un crítico de cine. “El pasado como espectáculo”. Para el deporte era templo en estado puro. Hecho museo. O película de Hollywood.
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