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Jonas Vingegaard, ganador del Tour de France: de los fantasmas de chico y pensamientos oscuros al campeón reseteado por amor
Se convirtió en el segundo danés en conquistar la tradicional prueba ciclística, que finalizó en París
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“Hijo, si te hace mal todo esto, ¿por qué no lo dejás? No tiene sentido”. Karina y Claus Vingegaard Rasmussen pelearon durante mucho tiempo para torcer la voluntad de Jonas Vingegaard, que no disfrutaba del ciclismo, de cada carrera. Muy lejos de eso. Lo atacaban los fantasmas, sus propios fantasmas, antes y durante las competencias. “Vomitaba siempre, no toleraba la presión. Un espanto”, confesó la mamá sobre el corredor, de 25 años, que acaba de hacer historia: se convirtió en el segundo campeón danés del Tour de France, la prueba más importante de este deporte. Emulando la conquista de 1996 de Bjarne Riis, “el Águila de Herning”. Con un ingreso triunfal en la mítica Champs Elysees en París. Sin importarle el calor extremo. Sin reparar en cada uno de sus antiguos padecimientos. Todo parece haber cambiado para el chico que veía todo mal. ¿Cómo puede ser el mejor de su deporte una persona agobiada por el negativismo? Un caso de excepción, sin dudas.
“Me gusta tanto...”, respondía Jonas cada vez que intentaban convencerlo de que probara con otra cosa que no fuera la bicicleta. Los vómitos, indomables, se repitieron sucesivamente en los albores de su carrera. Casi hasta los 17 años. Numerosas sesiones de terapia con un mentalista le permitieron superarlo, aunque jamás pudo despojarse de los nervios. Su vida profesional era un tormento. Entró en el equipo ColoQuick con 19, pero no le hicieron un contrato profesional: los dueños del team le pidieron que trabajara. Lo hizo: envasaba pescado en una fábrica. Hasta que su vida cambió para siempre. Fue cuando conoció a Trine Marie Hansen, su compañera, a mediados de 2018.
Apenas había ganado una carrera local el oriundo de Hillerslev, un pueblo de apenas 500 habitantes en donde todos, obviamente, lo conocen. No era un crack en potencia. Y no se despojaba de sus fantasmas. Sentía malestares inexistentes. Se imaginaba enfermo. “No puedo” era su frase predilecta. Atraía la mala fortuna, como cuando se fracturó una pierna en el Tour de los Fiordos, allá por 2017. Claro, todavía no la conocía a Trine.
“Cuando lo conocí a Jonas, yo tenía 32 y él parecía de no más de 14″, confiesa la mujer risueñamente, en un relato a L’Equipe. “Me parecía tan chico que ni lo lo miré. Pero él insistió tanto que luego de unos meses me rendí. No es frecuente conocer a tipos así, con un corazón de oro. Era muy tranquilo, nunca estaba de mal humor ni era exigente. No trataba de impresionar, como algunos. Eso me gustaba de él. Jamás pensó que se convertiría en un profesional del ciclismo. Es más, me dijo que quería ser banquero y entonces yo me imaginé como la mujer de un banquero”, agrega Trine.
De alguna manera, su pareja le permitió crecer en autoestima, pero jamás consiguió despojarlo de sus miedos. Esos que admitió que lo atacaron en la penúltima etapa del Tour de France que acaba de conquistar, cuando casi se cae en una mala maniobra en la que estuvo a punto de estrellarse contra unas rocas, lo cual hubiese sido una catástrofe a poco del desenlace de la competencia. Vale, por caso, el relato de Christian Andersen, uno de los dueños del equipo ColoQuick de sus comienzos y que solía acompañarlo en las carreras.
“Era increíble, no podía dominarlo. Antes de la salida de una carrera estaba temblando por todas partes. Siempre fue así; cuando sabía que podía conseguir un buen resultado, temblaba. Un año, el primero suyo en el equipo Jumbo-VISMA, se ganó el maillot de líder en la Vuelta a Polonia el día previo a la llegada. Me llamó para decirme que no había dormido en toda la noche, que no podía comer nada y que estaba muy nervioso. Que sabía que no lo lograría”. ¿Qué pasó? Terminó 81 en la clasificación general. Ese era Vingegaard.
Pocos apostaban por alguien tan inestable emocionalmente, y sobre todo, negativo. Hasta que llegó el año 2020. El de la pandemia. Un Tour especial, realizado en septiembre, ganado por el esloveno Tadej Pogacar en una definición inesperada ante Primoz Roglic, que era como el hermano mayor de Vingegaard, alguien en quien confiaba ciegamente, un consejero. Claro que Jonas no estaba en ese desenlace por un motivo especial: el nacimiento de su hija Frida. Vio el final del Tour por TV desde la clínica.
El nacimiento de Frida impulsó a Vingegaard. Que en marzo de 2021 ganó su primera competencia importante en la Semana Internacional Coppi y Bartali. Pero… siempre había un pero. Fue elegido para ser compañero de Roglic en la Vuelta al País Vasco y volvieron las presiones. Claro que ahora Trine estaba a su lado, y con Frida. “Hablamos mucho. Le dije que era normal estar nervioso y que no debía tener miedo de eso. Que en mi trabajo, antes de una reunión muy importante, también estaba muy tensa”.
Trine comenzó con la revolución interior. Durante años, las noches previas a las carreras, Vingegaard no podía dormir bien. Se despertaba antes de que amaneciera y se quedaba sentado en la cama durante horas y horas, pensando no en un plan de competencia y en cosas lindas, sino en todo lo que podría salirle mal. “Sus pensamientos lo abrumaban. Me llamaba y me decía que estaba tan ansioso que no podía comer. Algunas veces fui muy dura con él. Era la única manera de hacerlo reaccionar, de hacerlo cambiar”, acota Trine.
Se avecinaba el Tour de France 2022, la prueba en la que Vingegaard no podía ser atacado por sus viejos fantasmas. Trine le cambió las rutinas. Música al despertarse, tomarse las cosas de otra manera, con positivismo (aunque sea figurativamente), hablar más con sus mecánicos, tratar de divertirse en vez de saturarse con charlas monotemáticas de ciclismo. Y un último consejo: “Cambiá tu celular. Llevate otro”. Jonas le preguntó cuál era la finalidad. La respuesta de su mujer lo convenció. ¿Qué le dijo? Que en una carrera como el Tour todos los familiares, amigos y allegados suelen mandar mensajes de aliento a toda hora, para preguntar qué pasó en tal o cual etapa, o cómo está físicamente, o si se siente favorito. “Necesitás estar con vos mismo, lejos de las presiones que te puedan poner terceros”. Vingegaard tenía claro de que sus oídos sólo estarían para escuchar a Trine, la voz juguetona de la pequeña Frida y, obviamente, a las principales referencias de su equipo.
El abandono de Primoz Roglic planteó un escenario impensado: Vingegaard era el elegido del equipo Jumbo-VISMA para buscar la consagración. ¿Pero cómo llevar a cabo esa intención sin abrumar al muchacho de la inestabilidad aparentemente controlada? Nunca le dijeron que era el nuevo líder del equipo. Roglic, a quien siempre vio como una referencia familiar, le enviaba wasaps diarios sobre cómo manejarse en cada jornada de acuerdo con las características de la etapa. Pero nunca haciéndole sentir que estaba peleando por el título. Sólo dos días antes de la última contrarreloj le dijeron que Jumbo-VISMA iba a defender su segundo puesto, contó su primer jefe Christian Andersen.
El resto es conocido. Se aseguró la victoria en la penúltima etapa, con un descomunal aporte de su compañero de equipo, el belga Wout van Aert, y Vingegaard le sacó una ventaja indescontable a Pogacar. De no mediar imprevistos, su ingreso en Champs Elysees sería el soñado por cualquier ciclista. En ese penúltimo día, algo había cambiado en la rutina: no necesitó llamar a Trine, con quien habló religiosamente luego de cada etapa. Su compañera desde hace cuatro años se apareció en la línea de llegada con Frida para compartir emociones. Jonas, con la bandera danesa en una mano, recibió una felicitación tras otra, incluida la de su compañero Van Aert, tan capacitado como él para ganar el Tour. Se había sacado los miedos, más allá de ese riesgo de caída que le cortó la respiración a unos cuantos.
Era virtual campeón y contestaba como tal. “Estamos todos limpios”, respondió cuando se le preguntó por el dopaje, mientras Van Aert aclaraba que le parecía “una pregunta de mierda” la que le habían hecho. Vingegaard ya miraba en el horizonte hacia Champs Elysees y se animaba más. “Me gustaría regresar al Tour para poder ganar otro. Pero no me he fijado cinco Tours de Francia o algo por el estilo. Sólo quiero volver y ganar”.
Y cuando le tocó hablar del pasado, no ocultó sus padecimientos. “¿En qué cambié? Creo más en mí que antes, tengo más confianza en mí y he crecido, he madurado. Me han puesto ante situaciones complicadas, tenía tendencia a evitarlas. Me hicieron enfrentarme a ellas y crecimos poco a poco. Tengo algún pelo más en el pecho, si se puede decir”, bromeó. Sin olvidar a sus afectos. “Soy alguien que ama a su familia, adoro pasar tiempo con mis chicas en casa. Ellas son mis apoyos”.
Jonas Vingegaard dejó atrás sus pensamientos oscuros, sonrió al imaginarse como banquero y disfruta de ser campeón del Tour de France. Disfruta de su propio cambio. El que lo va a llevar a ser ovacionado en el balcón del ayuntamiento de Copenhague como alguna vez ocurrió con Bjarne Riis en aquel julio de 1996, justo seis meses antes de que naciera Jonas. “Será muy fuerte, espero no ponerme nervioso”.
Imposible: le sería más sencillo ganar otro Tour la semana próxima...
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