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El 2017 del ciclista Chris Froome: de doblete histórico a sospechoso de doping
Se impuso en el Tour de France y la Vuelta a España en una misma temporada, pero quedó en el ojo de la tormenta luego dar positivo por salbutamol
(DPA).- El año de su doblete, cuando se metió en la historia al ganar el Tour de France y la Vuelta a España en una misma temporada, el británico Chris Froome se convirtió también en un sospechoso: dio positivo por salbutamol y despertó los peores fantasmas del ciclismo.
En 2017, Froome conquistó su cuarto Tour -el tercero consecutivo-, pero dio un nuevo salto en su palmarés al ganar en septiembre la Vuelta y triunfar por primera vez en una grande distinta a la ronda gala. La doble conquista lo puso a la altura de nombres como los de Jacques Anquetil o Bernard Hinault, los únicos que hasta este año habían conseguido ese doblete (en 1963 y 1978 respectivamente), y afirmó aún más su dominio en la segunda década de este siglo.
Pero la sospecha de doping llegó. La semana pasada, la Unión Ciclista Internacional (UCI) informó que Froome había dado positivo por el broncodilatador salbutamol, en una prueba realizada el 7 de septiembre, tres días antes de que triunfara en la Vuelta.
Froome, de 32 años, es asmático y emplea el salbutamol para combatir su enfermedad. Para ello, cuenta con lo que se conoce como Exención de Uso Terapéutico, una autorización que entregan los principales organismos deportivos y mediante la cual se pueden ingerir una cantidad controlada de determinadas sustancias prohibidas.
Sin embargo, en la orina del líder del Sky había 2.000 nanogramos de salbutamol en cada miligramo, cuando el límite permitido es de 1.000, la mitad. La UCI lo considerará doping a menos que Froome pruebe lo contrario, es decir, "que es consecuencia del uso terapéutico (por inhalación)", como señaló el organismo en un comunicado.
"Todo el mundo sabe que tengo asma y sé exactamente cómo son las reglas. Uso un inhalador para prevenir los síntomas (siempre dentro de los límites permitidos) y sé perfectamente que me van a hacer controles todos los días que llevo el maillot de líder", negó entonces el ciclista en un comunicado de su equipo, el Sky.
"Me tomo muy en serio mi posición de líder en mi deporte. La UCI tiene todo el derecho a examinar los resultados de los análisis y les daré toda la información que necesiten junto con el equipo", agregó el ciclista, que podría perder la Vuelta y se expone a una suspensión.
Antes de que la sombra de la duda llegara también a Froome, la figura con la que el ciclismo intentaba dejar atrás los años más oscuros del doping, el británico había conquistado, aunque sin la holgura de otros años, su cuarto Tour de France.
La victoria no fue producto de golpes de autoridad como aquel del Mont Ventoux en 2013, ni de contrarrelojes brillantes, sino de una inteligente gestión del esfuerzo. Froome, que no ganó ninguna etapa, corrió sin perder tiempo y sin cometer errores. La cronometrada final en Marsella lo ilustró bien.
El líder, llegado a la jornada definitiva, sacaba 23 segundos al francés Romain Bardet y 29 al colombiano Rigoberto Urán, los dos únicos que hasta ese momento podían amenazar el cuarto título del británico. Froome, entonces, firmó una actuación impecable: marcó el tercer mejor tiempo de aquel día y celebró frente al Mediterráneo.
La Vuelta, por el contrario, era un asunto más esquivo. Había terminado tres veces en el segundo lugar, y en una ocasión (2015) había tenido incluso que abandonar.
Sin el colombiano Nairo Quintana, que lo había vencido el año pasado, Froome solo tenía como gran rival al italiano Vincenzo Nibali. El español Alberto Contador, que también lo venció en la ronda ibérica (2014), no parecía un contendiente de peso en su Vuelta de despedida. Todo estaba servido.
El británico no decepcionó y, a diferencia del Tour, sí dominó con claridad: se puso la camiseta roja de líder el tercer día de la carrera, ganó dos etapas -entre ellas, cómo no, la contrarreloj individual- y mantuvo siempre a raya a Nibali, al que le sacó 2:15 minutos en la clasificación final.
La caída en la duodécima etapa y su sufrida subida a Los Machucos, un día después de triunfar en la cronometrada, fueron apenas los únicos momentos de dificultad, de duda, en el camino de Froome a ganar una carrera con la que por fin sellaba cuentas. Y de qué forma.
No obstante, todo ello quedó en un segundo plano ante la sombra del doping. Al margen de los títulos, está en juego su reputación: la idea de que él, como ningún otro pedalista, encarnaba una nueva época en el ciclismo, lejos ya de los años de Lance Armstrong. Ahora, más que nunca, Froome tendrá que demostrarlo.
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