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Capturando a Federer en París
PARÍS.– Hay nubes grises sobre París. Es el segundo partido de Roger Federer en su regreso a Roland Garros, tras cuatro años de ausencia. El Phillipe Chatrier, el estadio principal remodelado para esta edición, está repleto, aún cuando su rival es el ignoto alemán Oscar Otte, surgido de la clasificación. Igualan en cuatro, en un duelo algo tedioso. El suizo tiene un aire taciturno, algo ausente, y esa abulia también se transmite en las tribunas, cuya audiencia apenas eleva su voz por encima del murmullo. De pronto, Otte intenta sorprender a su adversario y lanza un drop bastante preciso. Ubicado un metro detrás de la línea de fondo, Federer pone en funcionamiento su maravilloso sistema de desplazamientos, alcanza la pelota, responde con un disparo largo y se lleva el punto. Ganador de 20 Grand Slams, Federer en dos meses cumplirá 38 años, pero sus movimientos, a los que siempre se relegó en la exaltación de sus atributos, siguen siendo los de Barýshnikov. O los de Muhammad Alí. El Chatrier estalla. Quirúrgico más que mágico, el suizo dispondrá de cuatro break points a favor en todo el partido, de los que aprovechará tres, suficientes para avanzar a la siguiente ronda. Federer saluda. El público parisino lo abraza con una ovación en cuyo fondo palpitan la veneración y la melancolía anticipada. ¿Será su último vals en París? ¿Será este el último año del genio de Basilea?
Ya en la conferencia de prensa, le preguntamos:
–Roger, ganaste tres de los cuatro puntos de quiebre que tuviste, eso fue algo…
–(Interrumpe) Pensado (se ríe con su ocurrencia). No, no realmente, se dio de esa manera.
–De todas formas, supongo que fue una buena manera de ahorrar energía para el partido y para lo que viene.
–La verdad es que se dio así, yo no lo busqué. Yo nunca había jugado con Otto, de manera que me hubiese resultado imposible planear una cosa como esa. Lo que sucede es que hay ciertos momentos en los que las cosas se aceleran un poco, pero nunca se sabe cuándo.
"¿Por qué lo consigue? Porque es un grande, el mejor de la historia. Por eso, con su edad puede seguir jugando a este nivel". Con la convicción de quien ha visto pasar la historia del tenis delante suyo, Ion Tiriac comienza a enumerar ante la nacion revista las causas de la vigencia del suizo. Emblemático personaje del ambiente –fue head coach de Vilas y, entre tantas otras cosas, fundó el primer banco de su país, Rumania–, Tiriac tiene 80 años, 33 hijos y una vitalidad sorprendente. Su inglés es intenso y abrupto, como los Cárpatos: "La clave está en la escasa energía que consume en los partidos. Su forma de desplazarse en la cancha es propia de alguien que tiene absoluto control de su cuerpo y del court. Eso hace que no sufra desgaste. Por eso, a los 37 puede ganarle a un rival de 20", concluye.
¿Por qué lo consigue? Porque es un grande, el mejor de la historia. Por eso, con su edad puede seguir jugando a este nivel
Veinte años, justamente, tiene Casper Ruud, su próximo rival. Es noruego y está llamado a ser un jugador de elite. Tal vez top ten. Tal vez más. Ruud guarda además un secreto: se preparó para el torneo en Mallorca, España, entrenando con Rafael Nadal, la bestia negra. El hombre que más hizo para que RF fuera más grande.
Cuenta María Kodama que un día le preguntó a su padre por el significado del concepto de belleza. Entonces, su padre, un químico aficionado al arte, le mostró una foto de la Victoria de Samotracia, la escultura helénica. "Fíjese –le dijo– en la túnica. Los pliegues están agitados por la brisa del mar. Detener para la eternidad el movimiento de los pliegues... Eso es la belleza".
Cualquier imagen de Federer impactando la pelota de revés es una posible captura de la eternidad. Hay una belleza ontológica en ese movimiento armonioso, aún cuando pueda no ser un golpe decisivo. Lo ejecuta como se cierra la puerta de un Rolls-Royce: con suavidad, elegancia y poco ruido. Como Picasso, Messi o Martha Argerich, Federer vino dotado con una antena especial, muebles superiores a los del resto.
Pero hay un elemento más, difícil de definir, aunque sencillo de reconocer, y es la idea de lo inesperado, de aquello que irrumpe para cambiar el curso regular de la acción o para rebelarse ante lo mundano. Sucede cuando el suizo responde un saque rival con un drop shot o cuando simplemente inventa una jugada que hasta entonces solo existía en otra galaxia.
Eso es lo que, entre tantas otras cosas, cautiva de RF: su genio es tal que parece no estar sometido a las leyes del tiempo o de la física, sino a las del arte. Es un triunfo de la especie.
Mientras arma un cigarrillo de tabaco que fumará en pocos minutos, Marat Safin (38), ex 1 del mundo, intenta desentrañar ante la nacion revista algunas de las razones de la permanencia de su viejo rival en el Olimpo. "Antes a los 30 eras veterano y ahora a los 30 empezás la segunda parte de tu carrera. Todo evolucionó. Todo el sistema cambió", analiza el ruso, sentado en uno de los bares del predio. "Federer puede seguir jugando a este nivel por la manera de moverse en la cancha y por el enorme talento que tiene. No ha tenido grandes lesiones. Es otro nivel de jugador, es diferente a nosotros, diferente del resto. Pudo adaptarse a los nuevos patrones de juego. Y juega poco, elige los torneos", agrega. Antes de despedirse, Safin, que llegó a París para disputar el Senior, cuenta que no extraña el circuito y que cavila sobre su futuro. "Mientas tanto, viajo. Viajo solo, de mochilero. A la Patagonia argentina ya fui unas cuatro o cinco veces en los últimos tres años. No se enteró nadie".
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Es viernes y a París, al fin, llegó la primavera. Hay sol y en el aire flota cierta expectativa. Juega Federer, pero también lo hace su némesis, Rafa Nadal, el campeón vigente, rey eterno de Roland Garros. Como estamos siguiendo al suizo, vamos a verlo jugar contra el noruego Ruud, que además de haberse preparado en España con Nadal, tiene otra particularidad: su padre, que también fue tenista, alguna vez se entrenó con Federer cuando el suizo ya era profesional.
Pero ni el paso del tiempo ni los tips transmitidos por Nadal logran atemperar el juego del ex N°1, cuyo tenis no descuella, pero luce sólido. Saca bien, su derecha lo acompaña, es ofensivo, se equivoca poco y aprovecha las oportunidades. Quiebra dos veces en el primer set, donde prácticamente no hubo peloteos largos. En el siguiente su control es absoluto. Cuando está 4-0, conecta un smash de revés en retroceso, una pirueta atildada y felina que le debe más al Lago de los cisnes que al deporte, y deja parado a Ruud. El Suzanne Lenglen, coqueto estadio, ideal para apreciar de cerca el juego, estalla. El set termina 6-1. El tercero se empareja, pero el suizo lo liquida en el tie break. Los jardines de Boulogne extrañaban al príncipe de Basilea. Su próximo adversario en octavos es alguien cercano: el correntino Leo Mayer, uno de los mejores sacadores en lo que va del torneo. La vara está cada vez más alta. Federer, lo repetirá en la conferencia de prensa, vino a Francia sin presiones, a probar, y probarse, lo que es capaz de conseguir en esta superficie a la vez tan seductora como –para él– inquietante.
El romance entre Federer y Roland Garros se inició hace 20 años, cuando el suizo debutó en el torneo gracias a un wild card –perdió en primera ronda con Patrick Rafter–, y se fue consolidando a medida que los parisinos acompañaron el florecer de su talento, un talento que aquí tuvo menos de precoz que de inconsistente. Transcurrido el tiempo, y entregado al encanto neoclásico de su estilo, el público lo vio sucumbir ante Nadal en tres finales consecutivas, de 2006 a 2008. El imperio de Federer era universal, pero la aldea gala se resistía a entregarse. Había algo maldito. Hace 10 años se dio el milagro: Nadal cayó en octavos de final ante Robin Söderling y Federer quedó como el gran favorito. Era el momento para ganarlo. Pero la presión era tal que por poco pierde. En un partido por la misma ronda, llegó a estar dos sets abajo y 4-3 en desventaja en el tercero ante Tommy Haas. Con break point en contra, un passing de Federer pellizcó el fleje. De haberse ido esa pelota, hubiese quedado al borde de la eliminación. "Sí, tengo un recuerdo muy vívido de ese partido y de ese momento", dice RF en rueda de prensa. Consultado por la nacion revista, el alemán, amigo de Federer y ex 2 del mundo, no disimula su disgusto al recordar el episodio: "Sí, fue un punto de inflexión en el partido, y es probable que en el torneo", señala, con gesto amargo. "Pero después de ganarme, tuvo otros partidos difíciles, como ante Del Potro en la semifinal".
Ese título de hace 10 años –derrotó en la final a Söderling– estrechó el vínculo entre la ciudad y el suizo, quien nunca más volvió a ganar el torneo, pero que con cada aparición no hizo más que agigantar su leyenda. En 2011 volvió a caer en una final ante Nadal, pero su estrella volvería a brillar con fuerza luego de derrotar a Novak Djokovic en una semifinal épica. Por entonces, el tenis de Federer comenzaba a provocar un efecto conmovedor entre sus seguidores.
El tiempo pasó. Federer tuvo un impensado y extraordinario revival entre 2017 y 2018, consiguiendo tres Gran Slam más y ocupando, por escasas semanas, nuevamente la cima del tenis. Esa hazaña revitalizó el circuito, que estaba dando muestras de fatiga. Nadal y Djokovic volvieron a elevar su juego, si es que tal cosa era posible. El ocaso de los dioses estaba lejos. Sin embargo, durante todo ese lapso, Federer esquivó París como quien escapa del peligro. Lo hizo para evitar el polvo –donde su tenis es más vulnerable– o por estar lesionado. Ese vacío generó abstinencia entre sus fans.
Para sus incondicionales, y en el caso del suizo, por lo visto aquí en Francia, ese cariño adquiere carácter de adoración, ver jugar a Federer a esta edad es, también, una experiencia en la que conviven el placer y la ansiedad. El temor por verlo perder o, peor aún, por verlo sufrir es un fantasma que en verdad aparece poco, pero cuando lo hace alcanza tintes dramáticos. Conforme pasa el tiempo, conforme Federer demuestra que su enorme jerarquía le permite seguir ocupando el cenit y derrotar a jugadores que apenas caminaban cuando él ya fatigaba el circuito, también se eleva su estatura de héroe romántico, el último representante de una estirpe, un hechizo que sucede, que agradecemos que siga sucediendo, pero que pronto terminará.
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Domingo de calor agobiante y húmedo en París, tal vez por eso las tribunas no están repletas, pese a que Federer-Mayer es un buen menú de octavos de final en el Phillipe Chatrier.
Como ocurre en todos sus partidos, Federer busca puntos cortos y los consigue, algo impensado en otros tiempos, cuando jugar en esta superficie era un sacrificio para el físico y la paciencia. El duelo y la tarde tienen cierta languidez. En los partidos anteriores, Mayer sacó con una potencia y una precisión deslumbrantes, pero esta tarde su servicio no hace daño. En un pestañeo, el europeo se coloca 5-1. El estadio se llena, pero el match no gana en emoción, sigue desinflado. Nos queda una vieja certeza: Federer es, probablemente, el mejor sacador de la historia. Impresiona la variedad de matices que maneja. El segundo set también es un paseo. Mayer parece ir encontrando su derecha, pero a esta altura es apenas un refugio para evitar ser arrasado, no para poner en apuros al suizo, a quien nada parece crisparle el pulso: vuelve a quebrar y se lleva el segundo 6-3. El viento comienza a ser un factor de relativa influencia en el tercer set, pero en pocos minutos RF se coloca 5-2 y concluye la faena. Enseguida, se repite la misma liturgia: la audiencia se rinde a los pies del maestro suizo, que agradece el cariño en un francés perfecto.
Ya en la conferencia, consultado por la nacion revista, Federer responde con la misma soltura con la que se manejó en el court.
–Roger, hoy hubo mucho viento. ¿Cómo influyó eso en tu juego y cómo te sentiste en general con tu tenis?
–Jugué bien. Tuve un gran servicio, pese al viento y a las condiciones adversas. No tuvimos muchos intercambios de fondo que fueran parejos, para ser honesto, sino que siempre había alguien que presionaba y otro que se defendía. Con ese viento a tus espaldas, a veces uno siente que está sacando desde arriba de un árbol y el otro siente que está jugando en una colina. Lo importante en esos casos es no perder el foco, y eso hice. Estoy muy conforme con el juego.
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"La prensa local lo respeta, no se mete en su intimidad, no lo acosa", nos cuenta Cecile Klotzbach, periodista del diario Blick, el más leído de Suiza, mientras vemos entrenar a Federer en un anexo de Roland Garros. Klotzbach, que cubre el circuito y conoce a su compatriota desde hace muchos años, agrega: "Es buen padre, convive hace mucho con la misma mujer, es respetuoso y siempre declara bien. Miralo: es perfecto. En nuestro país todos lo aman, realmente. Con Stan (por Wawrinka), por ejemplo, como no es tan fuerte mentalmente y no tiene pareja fija, el trato es distinto".
Desde que emergió con una voz propia, Stanilas Wawrinka (33) debió lidiar con la compleja tarea de que su estilo brillara, pero que de ninguna manera eclipsara la figura de la adorada majestad. No le fue fácil, pero lo consiguió: ganó tres Grand Slam, hito reservado solo para unos pocos elegidos. Ahora es el rival de Federer en cuartos de final en el estadio Suzanne Lenglen. Wawrinka viene de ganarle en cinco sets a Stefanos Tsitsipas (20), un griego de aspecto surfer que pronto alcanzará grandes finales y en cuyo bohemio andar se funden –hacen síntesis– los años 70 y el progreso.
Es diferente a nosotros, diferente del resto
Hay tensión en el ambiente, se nota en los gestos de los jugadores y en la propia respiración del partido. Ambos se conocen demasiado. Son amigos, incluso. Hace calor y el estadio está atiborrado. El público lo quiere a Wawrinka, pero a Federer lo ama, de manera que cuando tras más de tres horas y media de juego, y un par de interrupciones por lluvia, el mayor de los suizos conecta una volea de drive que acaba el partido, una corriente de felicidad atraviesa la tarde de Boulogne y se instala entre sus bosques. Misión cumplida: Federer está entre los cuatro mejores. Algo posible, sí, pero no del todo probable. Arriesgó en venir hasta aquí, y los resultados son más que satisfactorios. Claro que lo que viene es el Everest: por allí cabalga Rafa Nadal, glorioso y demoledor, con el instinto asesino intacto.
En la conferencia de prensa, le hacemos la primera pregunta:
–Roger, dijiste que viniste hasta aquí sin mayores presiones, para ver qué pasaba, pero ya estás entre los cuatros mejores. ¿Es más de lo que pensabas?
–Bueno, estoy muy feliz. En primer lugar, por estar en otra semifinal de Gran Slam, que es algo que me ha ocurrido poco en el último año. He tenido algunas duras derrotas en octavos y cuartos. Desde ese punto de vista, ya he pasado mis expectativas, sobre todo después de haberme perdido este torneo por algunos años. Es una linda sensación haberlo logrado. El partido en sí fue muy particular en varios niveles. Nos conocemos mucho y sabía que sería duro. También, estuvo la lluvia, que lo hizo más interesante aún, pero por suerte no me puso nervioso. Ahora, bueno… viene Rafa… Es excitante enfrentarlo. Espero poder recuperarme bien en los próximos días, algo que seguro conseguiré, y poder entregar mi mejor versión el viernes.
Mito vivo del tenis, Rod Laver también tiene 80 años, pero a diferencia de Tiriac, es un hombre agotado, casi abstracto, que se desliza con lentitud y cuyos ojos líquidos parecen albergar una emoción sofocada. Único en ganar los cuatro Grand Slam en una temporada (1962 y 1969), Laver nos comenta a un puñado de periodistas: "Es increíble lo de Federer, me refiero a lo bien que juega y a que de pronto se dijo a sí mismo: ‘¿Qué puedo hacer ahora?... Voy a jugar hasta los 40. Me gusta tanto este deporte que me voy a esforzar para aprender a jugar en el tenis moderno con la edad y el cuerpo que tengo’. Fue, encontró un terapeuta, un coach, un entrenador, y lo consiguió: ganó un Gran Slam a los 36 años. Lo que más me sorprende de su juego actual es la confianza que se tiene como para devolver un saque con un drop shot. Y él sabe perfectamente cuándo y cómo hacerlo. Es muy gratificante verlo confiar en su juego e imponerlo".
Entrenador de Federer desde 2007, Severin Luthi (43) es uno de los dos coaches que asisten a Federer (el otro es Ivan Ljubicic). Horas antes del partido con Nadal, Luthi admite ante la nacion revista que lo que aprendió de trabajar con el suizo es que aún esa clase de monstruos necesita que del otro lado haya un feedback, una mirada distinta a la que consultar. Luthi señala que en los últimos tiempos hicieron algunas pequeñas modificaciones en su saque, y que con las nuevas raquetas "Roger se propuso jugar de forma más agresiva y practicar golpes más planos".
Luego le hacemos la misma pregunta: ¿cómo es posible que a su edad no solo siga siendo competitivo, sino que mantenga el fuego sagrado? "Es una combinación de varios factores. La programación adecuada y anticipada del calendario es uno. Otro es el cuidado físico. Pero lo más importante es que Roger disfruta del juego. Sigue practicando tenis con mucho entusiasmo".
Si alguien llevó el entusiasmo y la pasión al paroxismo, ese es Rafael Nadal, que por nada del mundo va a permitir que Federer le arruine sus planes de conquistar por doceava ocasión el torneo. Doce veces: una desmesura, un logro que deja perplejos a todos.
El duelo tiene un narrador omnisicente: el viento. Y en esas condiciones es Nadal quien mejor se adapta. Federer saca con la eficacia más baja desde que llegó a París y en pocos minutos pierde el primer set. Batallando ante lo invisible como quien pelea contra molinos, el viento vulgariza el tenis de RF. Hay algo en el espíritu de su tenis que parece profanado. Nadal, en cambio, es el duque en sus dominios. Una maquinaria al servicio de la destrucción. El segundo es más parejo, y es el set que define el pleito. Federer saca 40-0 para ponerse 5-4 arriba, pero erra un revés que no tenía dificultad alguna. Entonces algo se rompe para siempre: pierde siete puntos, pierde ese set, luego el saque, luego el partido. Ya está, el encuentro acaba. Federer agradece la ovación y Nadal, paradigma de la caballerosidad deportiva y futuro campeón, lo despide aplaudiéndolo de pie. Es el fin de la aventura naranja.
Ya en la conferencia, con una chispa de fastidio en su mirada, Roger admite que el viento fue un factor desequilibrante, pero que en todo momento se vio desbordado por el poder del español. "¿Si voy a venir el año próximo? Quién sabe. Veremos qué pasa. Lo que puedo asegurar es que realmente disfruté de esta gira".
Cae la tarde en París. Se juega la otra semifinal, pero ya es hora de retirarnos. La tarde es fría y tiene cierto aire nostálgico. Dejamos el club, también la ciudad. Más que de una performance, fuimos testigos de una historia de amor, la peripecia crepuscular de un profeta inolvidable.
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