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Como Messi, Fideo también era sobreviviente a la final de Brasil 2014; tras muchos golpes en la selección, finalmente él también pudo cumplir su anhelo de toda la vida
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La final del Mundial entre la Argentina y Francia provocó que todo el mundo futbolístico estuviera pendiente de Lionel Messi, de que el fútbol fuera justo con él, uno de sus mejores intérpretes, uno de sus mejores artistas. Pero este domingo, como Leo, otro rosarino estaba jugando también su último Mundial. Y es un hombre al que su deporte también le tenía que hacer justicia: por su entrega, por su amor, por su calidad técnica y por tantos años al servicio de la selección argentina: Ángel Di María. Lo merecía también él, el pibe que nació en la Perdriel de Rosario, una calle angosta de la zona noroeste de la ciudad hace 34 años, en el humilde barrio ‘El Churrasco’, y que a pesar de no tener ni siquiera un buen par de botines descollaba en los potreros como descolló en la gran definición con un primer tiempo excepcional. Ese nene también es Campeón del Mundo.
Ángel Di María torció el destino de su infancia dura, compleja, pero en la que según él, “tuvo suerte”. Porque la adversidad que implicaba ser un chico hiperactivo lo llevó a la “dicha” de que un auto no lo atropellara cruzando la calle con un andador porque su mamá dejaba la puerta de calle abierta, mientras vendía productos sueltos de limpieza. Después de eso, el médico le recomendó llevarlo a hacer deporte, era la única forma de calmarlo. Y fue esa la manera de llegar al club Torito. Un arribo “oficial” porque justamente lo que hacía ese flaquito espigado todo el día era patear y patear en la calle empedrada hasta que la noche apretara. Dicen los que lo vieron en esos inicios que este ‘Fideo’ se parece tanto a aquel, con las salvadas distancias, que impresiona: tiene la esencia intacta.
Este Di María, ya no tiene botines rotos pero igualmente ejecuta los córneres como para hacer goles olímpicos, siempre atrevido. Y también le pega de lejos para sellar goles espectaculares, definitivos. Y es, sobre todo, un gran compañero. Una vez le pidieron que dejara de hacer él todos los goles, que había un nene que estaba un poco triste porque no podía marcar y él hizo todo para hacerlo feliz: le sirvió un gol. Como este domingo, ya inolvidable en la historia, cuando con la celeste y blanca hizo todo para cerrar su paso por la selección en lo más alto. Jugó un partido espectacular hasta que salió pasados los 63′. Fue el Ángel Di María de todas las luces: regaló velocidad y gambetas. Y un golazo. Convirtió y lloró en cancha, como lloró aquel día en el que un entrenador de inferiores de Rosario Central lo maltrató porque perdió una marca y le dijo que no servía, que se volviera a casa.
Ya en el banco de suplentes, volvió a vivirlo a flor de piel, y con cada evento cambiante dentro de una final de locos no escondió una sola emoción. “¿Ves todos esos premios que están ahí? Bueno, te cambio todos esos premios por ser campeón con la Argentina”, dice ‘Fideo’ con los ojos que se le llenan de lágrimas mientras se le atraganta la voz, en uno de los fragmentos más emotivos de “Sean Eternos”, el documental de Netflix que narra la obtención de la Copa América 2021. Entonces también fue clave: marcó el único gol, el que valió la consagración ante Brasil en pleno Maracaná. Como también lo hizo en la Finalíssima ante Italia en Wembley. O como en esa definición de los Juegos Olímpicos de Beijing 2008, cuando puso el 1 a 0 a Nigeria para que Argentina se cuelgue la medalla de oro.
Se le dio a Di María también, el de la carrera excepcional: ese al que Rosario Central compró a cambio de 20 pelotas que incluso dicen, nunca llegaron a su club de barrio. Se le dio al que emigró a Benfica y con ello salvó al Canalla de una quiebra económica. Se le dio al que brilló en Real Madrid, al que pasó por Manchester United y al que de nuevo llevó todas las luces al París Saint Germain hasta recalar en la Juventus de Italia, este año, con el objetivo claro de que buscaba un lugar para arribar en las mejores condiciones al Mundial. El último de su carrera. ‘Angelito’ fue con Messi, este domingo, el único sobreviviente de aquella final perdida en Brasil 2014, aunque no pudo estar en cancha por lesión.
Pocos saben como Ángel Di María lo que es ser resiliente: ¿no le daba el cuerpo para ser un jugador de élite? Iba a ser un jugador de élite.
Después de aquel episodio en el que un auto casi lo atropella por cruzarse la calle en un andador, sus padres decidieron cambiar el rubro de trabajo: vender carbón, embolsar carbón. Bolsitas de 3 kilos, de 5, de 25 y aprovechar la época buena, la de fin de año, cuando aumentaban las ventas. ‘Angelito’ era el hijo que daba una mano bajo el techo de chapa del garage (también tiene dos hermanas) aunque lloviera, nevara o tronara. Contó uno de sus primeros entrenadores de la infancia, Rubén Tomé, que a veces llegaba con las piernitas “negras”, porque antes había trabajado en casa. No se olvida nunca Ángel Di María de su origen, como tampoco de su mamá, que pedaleaba en una bicicleta amarilla, oxidada, ida y vuelta a Rosario Central, cuando lo captaron. No sólo el viaje era largo, casi 40 minutos de ida y 40 minutos de vuelta, también iba con una de sus hermanitas adelante. A ese club va a volver para retirarse. Lo prometió.
Hoy Ángel Di María es Campeón del Mundo. Y llora como un nene viendo esa película que es su vida, que estuvo llena de piedras en lo personal y en lo futbolístico pero de la que siempre sale adelante. Relata siempre que cada noche que llega a casa afloja el motor de la adrenalina con la que vive. Porque eso, los orígenes, son lo que lo refuerzan y necesita mirarlo, por eso se los tatuó en la piel: “Nacer en la Perdriel fue y será lo mejor que me pasó en la vida”. Otros pensarán que es una adversidad. Para él fue la base de un sueño inmenso.
Ya no hay más lágrimas por llorar. O sí, pero de las lindas. Las que son para guardar y darle sentido a toda una vida. Las que caen mientras se eleva entre las manos, el trofeo más deseado del planeta.
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