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Broche de oro, el cierre soñado y una convicción que debe contagiarse
En el balance de Toronto 2015, el mayor aporte estatal aún no logró que nuestra delegación se supere
TORONTO.- La corajeada del final debe ser todo un símbolo para nuestro deporte. La Argentina llevaba 20 años sin ganar un torneo y 32 sin vencer en una final a Brasil. No le sobran los títulos al voleibol nacional, por eso el festejo se prolongó tanto. Esta es una medalla de oro con un enorme peso específico para un grupo que hasta aquí había mostrado mucho potencial pero pocos resultados. Es una conquista de esas que está destinada a cambiar la mentalidad de un equipo.
El cierre de la participación nacional en Toronto 2015 fue con un broche de oro. Es la figura para una actuación de la delegación nacional que en líneas generales dejó la sensación de que no termina de despegar. Estos Juegos Panamericanos debían marcar un claro salto evolutivo como fuerza-país en materia deportiva, pero ese envión no se vio cristalizado en la performance global, como sí ocurrió con Colombia, que avanzó un escalón en el medallero general (del 6° al 5°) y agregó tres oros a su cosecha respecto de Guadalajara 2011. Al contrario de las previsiones oficiales, faltó presencia dominante de la bandera celeste y blanca, más allá de que al mismo tiempo hubo varios datos positivos en situaciones y disciplinas puntuales.
Concluidos los Juegos anteriores se mencionaba "Todavía falta continuidad en el aporte". El Enard, ese órgano mixto que financia la preparación de los atletas a través del 1% del impuesto a la telefonía celular, llevaba entonces solo un año y medio de funcionamiento. Ahora, con un ciclo y medio completo en el nivel panamericano, el equivalente a 66 meses de apoyo sostenido, ese circuito virtuoso no pudo reflejarse en mejores resultados. En el período 2010-2011, el ente insufló un presupuesto total de 105.781.467 pesos, entre becas para atletas y jóvenes promesas, respaldo para la participación en competencias internacionales, elementos de entrenamiento, organización de certámenes en nuestro país y becas de perfeccionamiento para técnicos y entrenadores. Para estos Juegos Panamericanos se triplicó esa suma al compás de la inflación y la variación en la cotización del dólar (352 millones de pesos), incluso con la contratación de especialistas extranjeros, pero se incumplieron los dos objetivos numéricos que se había impuesto el Comité Olímpico: desbancar a Colombia del sexto lugar -la Argentina quedó 7°, por debajo de México, con la mitad de oros respecto de los colombianos- y lograr la mayor cantidad total de medallas en el exterior desde la cita de México 1955, cuando se consiguieron 83.
Faltó una presea para llegar a las 75 de Guadalajara, si se considera que habrá un bronce menos por el dóping positivo de la luchadora Luz Vázquez. Asimismo, la delegación concluyó a 6 oros de los obtenidos en tierra azteca, en donde los pelotaris aportaron 4 doradas y que en esta ocasión lamentaron que su deporte se haya quedado fuera del programa.
Hay un dato clave respecto de la actuación; la Argentina tiene el peor coeficiente oro/plata entre los primeros siete países del medallero: 15 doradas contra 29 plateadas, casi el doble respecto del mejor metal. Y aquí vuelve la comparación con Colombia (27/14), el espejo donde mirarse y que supo desbancar al anfitrión de los anteriores Juegos, con todas sus ventajas. Estos 29 segundos puestos ofrecen múltiples lecturas. Hubo plateadas que devolvieron a atletas y equipos a su mejor nivel o los depositaron en Río 2016; son los casos del garrochista Germán Chiaraviglio (mejor marca personal), los tiradores Melisa Gil, Amelia Fournel y Fernando Borello, el equipo de equitación y los equipos de handball masculino y femenino, que participará por primera vez en Juegos Olímpicos. Otras platas abrigan una esperanza grande para el futuro: la tiradora Fernanda Russo (15 años) y el nadador Santiago Grassi (18), ambos con pasaje a Río. También están las preseas que actualizaron viejos logros de la disciplina en cuestión: los propios jinetes de la equitación y el esgrimista José Félix Domínguez. Se cuentan también las platas con rasgo frustrante, como la de Paula Pareto en judo, las Leonas, el rugby seven, el doble scull en remo de Cristian Rosso y Rodrigo Murillo y Catriel Soto en mountain bike. Por último, están las platas que atienden la lógica, como las dos del racquetball frente al apabullante dominio mexicano y la apuntada de La Garra en el handball femenino, además de algún segundo puesto signado por el infortunio, como el del judoca Alejandro Clara, que sufrió una lesión en un dedo de la mano izquierda en plena final.
Debe predominar el concepto de aprender a ganar, de animarse a triunfar y rematar las faenas, un déficit que se notó en algunas definiciones con argentinos.
Por eso el ejemplo del voleibol ayer ante Brasil. Esa convicción para dar vuelta un marcador adverso y pasar el 1-2 al 3-2 en el tie break fue una enorme muestra de carácter.
También el oro de las chicas del beach volley deja una enseñanza: eran una dupla inferior a las de Brasil y Cuba, sobre todo en lo físico, pero las dejaron en el camino en las semifinales y final. Ana Gallay y Georgina Klug demostraron una desbordante predisposición por la victoria y rebatieron cualquier pronóstico. Siempre con la obvia certeza de que el rival también juega, la búsqueda es reforzar ese arrojo y combinarlo con mente fría en el instante justo.
El australiano Bill Sweetenham fue contratado por el Enard para que volcara sus conocimientos y experiencia de la natación en el seleccionado, pero también para impregnar a sus atletas de una mentalidad ganadora, con la convicción de que puedan ubicarse a la altura de los mejores del mundo si se aplican en los entrenamientos con una cabeza distinta. El clic psicológico se advirtió con creces en cada brazada del Centro Acuático.
Carlos Siffredi, gerente técnico deportivo del Enard, enfatizaba antes del arranque acerca de la necesidad de ver la cosecha de medallas desde un punto de vista cualitativo: el estudio sobre a quién se le ganó, contra quien se perdió y observar qué sucede con cada deportista dentro de un seguimiento exhaustivo. Y apuntaba, fundamentalmente, a que se desarrollaran y ampliaran las bases de cada uno de los deportes. En este punto sí hubo un crecimiento. La próxima estación es Río 2016, otra oportunidad para la evolución en el duro camino del olimpismo.
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