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Brilló en Gimnasia y en una caja de seguridad tiene el tesoro que toda la Argentina quiere: la historia del Pampa Sosa, el “último 10″ del Napoli
Discípulo de Timoteo Griguol, no cede en sus valores, enraizados desde su Santa Rosa natal; “Estoy orgulloso de mi carrera, pero va acompañada gracias a mi educación”, cuenta a LA NACION
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“Yo no hubiese llegado a Primera con otro técnico”, asegura Roberto Sosa, futbolista de Gimnasia, Boca y Napoli de fines de los 90s y principios de los años 2000, sobre la influencia que tuvo el legendario Timoteo Griguol en sus comienzos como profesional. En efecto, El Viejo lo hizo debutar un 16 de noviembre de 1995, frente a Racing. Casualmente, en La Academia hizo parte de su recorrido en las divisiones inferiores, aunque por falta de lugar en la pensión tuvo que cruzar de vereda y probarse en Independiente, donde le hicieron lugar. Evidentemente, El Maestro no fue el único que apreció las condiciones de este joven pampeano, de Santa Rosa, que llegó a la capital a los 16 años para nunca más volver.
Desde Napoli, donde su estatura de ídolo se entiende a partir del rol que ocupó en la memorable cavalcata (es decir, lograr el ascenso en temporadas consecutivas de la Serie C a la Serie A), Sosa tiene claro que fueron los valores compartidos con Griguol e inculcados en su familia los que lo llevaron a ser un jugador profesional.
Sosa traza una inalterable línea de conducta entre la base educativa que forjó en su casa de La Pampa con los reputados consejos de Griguol (”el ladrillo primero, el auto después”). “Yo terminé la primaria y el secundario, mis padres siempre insistieron en ese aspecto. Ahora que soy más grande, digo que llegué a jugar gracias a mi comportamiento, educación y respeto en los valores; después, hice goles”, cuenta a LA NACION.
Creció viendo a su padre manejar una motoniveladora de la empresa Ripiera del Valle. “Era uno de los pocos” que sabía cómo hacerlo, narra, con orgullo, su hijo. Máquinas que ponen “a punto la calle” y las autopistas para unir los distintos puntos de La Pampa, décima provincia más extensa de la Argentina. “Mi vieja, siempre ama de casa. (...) Mi hermana trabaja en el Banco de La Pampa”, enumera.
Como muchos argentinos, su padre y tíos “siempre jugaron a la pelota”. Pero nadie llegó a profesional. Él comenzó “en la canchita de la laguna”. “Almorzabas rápido, porque tal vez iban a jugar 40, 50 personas y llegar entre los primeros 20 significaba jugar de titular; si no, después tenías que esperar una hora. Y esas ganas de ir cada sábado a la canchita de la laguna, en Santa Rosa, a jugar a la pelota, era más emocionante que haber jugado después en Primera”.
En cualquier caso, interrumpió sus estudios para perseguir su sueño; primero en Avellaneda, después en La Plata. “(Gracias) a esa educación de mis padres, y después en la Primera teniendo un técnico como Griguol, terminé en una escuela nocturna en La Plata ya jugando en Primera División. Y creo que es un motivo de orgullo que me identifica, al margen del fútbol. Está claro que estoy orgulloso de mi carrera, pero va acompañada gracias a mi educación”, reafirma, casi como un mantra.
Esta temporada, Napoli logró su primer título local en 33 años. La última vez había sido con Diego Maradona como capitán, en la temporada 89-90. Con todo, Sosa cuenta que, para muchos hinchas, fue más “apasionante” el regreso a la Serie A, que lo tuvo como héroe, que el propio Scudetto por haber “renacido” de las cenizas tras la bancarrota a la que llegó el club en agosto de 2004. “Yo fui el primer jugador en llegar a Napoli cuando quebró, allá por el 2003-2004, y esto no es porque lo diga yo, sino porque me lo comentan ellos mismos”, aclara.
Al mismo tiempo, desdramatiza el descenso, al considerarlo una pena a cumplir por malos resultados deportivos, pero lo diferencia de la desaparición del club. “Lo de Napoli fue quebrar. Imaginate ahora lo que está pasando con Independiente y la colecta; si retrocede a la B es porque hubo malos manejos, y si se fue a la B porque no puede pagar sus deudas es justo. Yo no tengo nada contra Independiente, ni contra Maratea, pero alguien tiene que pagar. En Argentina, no se paga, ese es el tema. En Europa, en general, quien se equivoca, sufre algunas consecuencias, como es justo que sea”, analiza.
El último diez
La historia es de película: en 2006, Pampa Sosa marcó el gol del ascenso para el Napoli en la última fecha de la Serie C. Como condición para su llegada, Pampa había pedido, sí o sí, jugar el último partido del campeonato con la camiseta número 10. En honor a su máximo ídolo, en Gli Azzurri nadie utilizaba ese dorsal desde 2000. Sin embargo, la divisional donde el club había caído tras la quiebra obligaba numerar a sus futbolistas del 1 al 11. El destino quiso que fuera Pampa Sosa, con la 10 en su espalda, quien le diera el gol de la victoria a su equipo, con una pirueta “maradoniana”.
En 2019, Diego Maradona asumiría la dirección técnica de Gimnasia, el club de la vida de Sosa, quien aprovechó la ocasión para pedirle a Pelusa que le firmara aquella camiseta, que hoy atesora en una caja de seguridad en un banco de Nápoles. “Me dice: ‘Pampa, ¿me la prestás que te la traigo mañana?’. Y le digo ‘No, yo te amo, Diego, pero esta camiseta no te la doy’. La abrazaba, la besaba”, recuerda.
“Nápoles es una ciudad muy scaramantica, cabulera, digamos, de scaramanzia, de coincidencias, porque se da el tercer título de Argentina, el tercer titulo de Napoli... Entonces, yo creo que la mano de Diego estuvo presente emocionalmente, sea con la selección como con Napoli”, relata Sosa sobre cómo se vivieron ambos campeonatos en la segunda ciudad de Diego, quien, más allá de los últimos acontecimientos, “está siempre presente” en las calles de la ciudad.
Con Diego lo une una relación casi metafísica. Sosa terminaría dirigiendo en el Dibba al Fujairah, de Arabia Saudita, ubicado a 30 kilómetros de la sede del Al-Fujeira Sport Club, donde Maradona dio sus últimos pasos como DT.
Se busca un “9″
En la era post-Palermo, Boca buscó a este capocannoniere que había explotado en el Clausura 98, donde resultó goleador del torneo con Gimnasia. Sus pergaminos en Udinese, además, avalaban su contratación. Beto Márcico, excompañero de Sosa en el Lobo, y por entonces ayudante del DT Oscar Tabárez, hizo de mediador en la contratación. Pampa dio aviso de las dificultades físicas que acarreaba. Necesitaba varios días de entrenamiento para ponerse a punto. Con las cartas sobre la mesa, Boca avanzó igual con la contratación, y a pocos días de su llegada, debutó contra Unión.
“A los 10 minutos ya estaba acalambrado. No logré nunca estar coordinado en esos primeros dos meses”, cuenta. Tampoco duda: si se le volviera a presentar la misma oportunidad, en similares condiciones “diría 100 veces igual que sí”. En nueve partidos, Sosa no marcó ningún gol. Un joven Héctor Bracamonte ocupó su lugar. Cuando ya estaba en condiciones físicas, un par de meses después de su llegada, ya era demasiado tarde. “Boca es un mundo que no te espera, yo lo entendí. Jamás critiqué a nadie. Las cosas se tenían que dar así, y la vedad, yo estoy orgulloso de haber pertenecido, aunque sea seis meses, al Mundo Boca”, rememora.
Un final
Como la mayoría de los deportistas profesionales, a pesar de no haber tenido grandes lesiones a lo largo de su carrera, Sosa convive con dolores físicos. Los atribuye, en buena medida, a la pliometría, el exigente entrenamiento de piernas que, cuenta, lesionó sus cartílagos. Habitual en la actualidad para los runners, estaba de moda cuando arribó a Udinese en 1998. “Un poco de artrosis pienso que es normal para los exjugadores”, reflexiona.
Las dolencias afloraron con más potencia en el ocaso de su carrera, cuando se entrenaba con “directores de banco, representantes de seguros”, sus compañeros de equipo en el FC Rapperswil-Jona suizo, de la tercera división. Lo había contactado un dirigente de nacionalidad italiana, que sabía de sus proezas de antaño. En cualquier caso, el retiro lo encontró con inmediato trabajo. Sky le oreció comentar la Copa América 2011 (recordada por los silbidos a Messi en la cancha de Colón), y desde entonces tiene un lugar estable como analista de fútbol en la televisión de Italia. No obstante, admite, su vocación es la de entrenar, y su máximo anhelo, estar al mando de Gimnasia.
“Ojalá que después de varios años de Chirola, (el lugar) pueda llegar a ser mío, pero tiempo al tiempo. Es un sueño que está ahí, en un cajoncito; y si un día lo tengo que abrir, será bienvenido, aunque eso no cambia mi amor por Gimnasia”, proyecta.
Admite que no está dentro del “círculo” de entrenadores argentinos que forma parte de la órbita de los equipos, a pesar de haber caminado el ascenso un año, que incluyó la dirección técnica de Cañuelas. “Yo, por una forma de ser, no le pido nada a nadie. Creo que a veces los tiempos tienen que coincidir. No me lamento, tampoco quiero pertenecer a ningún tipo de círculo”. Por eso, al momento, piensa seguir en Nápoli, donde trabaja para La Tv dello Sport como analista de fútbol.
En julio, pasará dos meses en Argentina. Aquí, viven sus tres hijos. Guada y Tomás nacieron en Údine; Valentina, en Nápoles. Visitará a su familia primaria en Santa Rosa, La Pampa. “No voy con la intención de buscar equipo para dirigir. Ahora no busco más nada. Yo ya estuve dos años en Argentina y no se dio; entonces, no vale la pena repetir todo el mismo proceso”, comenta.
Su gran pasión sigue siendo entrenar. Habla como DT, cuenta que visitó más de una vez los entrenamientos de Luciano Spalletti (lo dirigió en Udinese) en Napoli, así como los de Rafa Benítez y Maurizio Sarri, en sus sendos pasos por Los Partenopeos; es entrenador por ATFA (Argentina), y tiene la máxima licencia de Europa (UEFA Pro). Sin embargo, no dirigirá a cualquier costo. De vuelta, ¿Griguol? “Cada uno hace lo que le gusta y como le gusta hacerlo; yo prefiero no traicionar mis valores”.
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