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Brilló en Colón de Santa Fe, lo dirigió Marcelo Bielsa y encontró en la escritura un desahogo: la vida de César Carignano
Con el número 32 en la espalda, y a base de goles, enamoró a los hinchas sabaleros; sin embargo, las lesiones estancaron su progreso y encontró su refugio en la literatura; la historia de un delantero interminable, contada por él mismo a LA NACION
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El potrero se convirtió en un lugar para adquirir conocimientos en el deporte. Más precisamente en el fútbol. Las manías, los artilugios de un jugador en un campo sin pasto, con mucha tierra y pozos donde se debe adivinar a dónde cae la pelota son etapas que dejan un aprendizaje. En el caso particular de César Carignano, unos años después le servirían de recuerdo para escribir su historia y con eso sanar un momento complicado de su carrera, aquejado por una lesión llamada pubalgia, que lo dejó marginado de aquello que tanto amaba infinidad de veces.
En plena adolescencia, un amigo de su papá le sugirió que haga una prueba en Colón de Santa Fe. Aún con dudas de dejar su Freyre natal, una pequeña localidad ubicada en Córdoba, Carignano empezó a crear su destino a base de goles, pero también, como él lo admite en diálogo con LA NACION, tuvo la suerte de estar en el momento indicado para marcar goles importantes.
La llegada de Ricardo “Tigre” Gareca a Colón fue un bálsamo no solo para él, sino para una camada de juveniles que aguardaban su oportunidad en planteles con una riquísima calidad técnica e individual que los postergaba. Grabado en su memoria como una presea, el 13 de mayo de 2001, contra Gimnasia de La Plata, de local, Carignano realizó su debut en Primera División cuando ingresó al campo de juego por Diego Castagno Suárez. A partir de ahí, el camino se allanó, los goles comenzaron a llegar y Marcelo Bielsa puso los ojos en él, pero, a su vez, las lesiones –una de los males que atraviesan los deportistas- lo llevaron a redescubrirse a tal punto de encontrar una faceta impensada por esos tiempos.
“Marcelo Bielsa arma la selección local en 2003. Así integré un plantel que tenía la base del Independiente campeón, sumado a Diego Milito, Leo Ponzio, D’Alessandro, Clemente Rodríguez, entre otros. Se armó una gira por Centroamérica y jugué en tres amistosos contra Honduras, México y Estados Unidos”, manifestó el delantero, que por aquel entonces portaba una melena rubia inconfundible y llevaba el número 32 de Colón en su espalda.
Inmerso en la vorágine de estar con la indumentaria del combinado nacional, agregó algunos detalles de lo que significó Bielsa para él: “La ficha real te va cayendo cuando lo pensás; fue mucho aprendizaje, te inspiraba confianza y, por ese entonces, tenía un método vanguardista, formas de entrenar que no había visto nunca. Él eligió un mundo en el cual, para la mayoría, la vara es el resultado y eso es algo que nunca se puso por encima de sus valores”.
Con una carrera que vislumbraba tener un destino europeo, Carignano mantuvo los pies sobre la tierra y aprovechó esos pequeños lapsos que brinda el fútbol para sacarle el máximo provecho: “Ese período y el del año del ascenso con Atlético de Rafaela (2011) sentí que todo lo que pensaba lo podía realizar. No fui un tipo seguro de mí mismo, pero, en ese momento, sí, se dieron circunstancias naturales por lasa que no me costaba convertir. Fui el segundo goleador en un torneo, me citaron a la selección, no sentía que hacía un esfuerzo extraordinario para todo eso, solo que todo fluía, parecía natural y me costaba dimensionar dónde estaba”.
Su traspaso al Basilea, las constantes lesiones y un mensaje que cambió su destino
Su irrupción en la Primera de Colón y la citación a la selección argentina le dieron una notoriedad a su apellido. A pesar de una meseta en rendimientos, donde empezó a alternar entre titular y suplente, el club santafesino recibió una oferta del Basilea de Suiza por sus servicios. “Mi explosión llegó en el 2002-2003, después tuve una merma como lo tienen la mayoría de los futbolistas que somos de la media. Me tocó no jugar en algunos tramos y, a pesar de no estar en mi mejor momento, llegó la oferta del Basel. Lo imaginé viable, un progreso importante y Colón decidió venderme”, detalló sobre la seductora propuesta que apareció sobre la mesa.
Con las averiguaciones pertinentes, Carignano arribó al Basilea, un club reconocido por la figura del tenista Roger Federer, quien es hincha confeso y tiene en su camiseta los colores azul y rojo. En ese club suizo empezó a padecer las lesiones. La pubalgia se convirtió en un enemigo que hasta desconocían los cuerpos médicos del lugar. “Es un desgarro en los músculos pequeños, le llaman rotadores de cadera. Empezó cuando volví de la gira de la selección, me recuperé al tiempo, pero llegué a estar tres años sin jugar un partido oficial. Apenas salía de la lesión, me desgarraba algo, fue un circuito maldito que me dejó mucho tiempo afuera y paradójicamente fue la época donde encontré la inquietud de escribir”.
Por aquel entonces, en 2004, sin tener registro de lo que era la lesión que lo aquejaba, Carignano se convirtió más en un hincha que en un jugador. Cambió el área por un palco, donde alguna vez Federer observó los encuentros del Basilea. “Me decían que era mental y no físico. Yo sentí vergüenza y hasta tristeza de ir al vestuario después de cada partido”, admite, con ese dejo de melancolía del jugador que no podía entrar al campo de juego y encontró en la escritura una manera de “escapar”.
En la temporada 2006-2007, el club europeo lo cedió al América de México. Ahí fue donde recibió el mensaje de su amigo Nicolás, vía Messenger, donde le dijo, en broma, que empiece a escribir su historia: “La lectura es algo que me gustaba desde la adolescencia. Cuando recibí ese chat probé a ver qué salía y me ayudó muchísimo para estar bien de la cabeza, sumado a la compañía de mi mujer Melisa”.
Otro de los empujones emocionales que encontró en el mundo del fútbol fue conocer a Ignacio Boggino, un defensor con el que coincidió en Patronato, con quien encontró un ladero fuera de los límites del campo de juego. En conjunto con él, incursionó como autor de cuentos. Él, con la escritura, y Boggino con los dibujos artísticos. Andando, una autobiografía, entremezclada con capítulos para niños, fue su primer libro. Con una pequeña tirada, que solo incluyó ejemplares para su familia y amigos, el delantero marcó su primer gol en otro rubro, pero sin festejarlo ante el público. “No busqué trascendencia, era más una construcción interna”, remarcó.
Con ese impulso, escribió dos libros más llamados Gol entra y Cañito vale doble, mientras, en el verde césped, ascendía con Atlético de Rafaela a la Primera División, un equipo donde las lesiones no existieron y recuperó ese fuego sagrado para inflar redes.
Su último club profesional fue Sportivo Belgrano de San Francisco en 2015, donde coincidió con el psicólogo del club, de nombre Julián, quien le indicó en una charla que tuvieron, sobre cuándo retirarse, que era una circunstancia que llegaba sola. Era una señal. “Esa misma noche jugamos contra Central Córdoba de Santiago del Estero y erré un gol imposible. Tenía la cabeza en otra parte. Llegué a mi casa después del partido y le dije a mi mujer que largaba el fútbol, pero que seguía hasta fin de año por respeto a mis compañeros”, rememoró.
El diseño de camisetas, su nueva pasión
Sin un proyecto vinculado directamente a la escritura de libros, logró ingresar a los medios de comunicación de Santa Fe y ejerció la profesión de periodista al brindar su mirada como una opinión calificada. Con el deseo de volver a reinventarse, su suegro le ofreció ingresar a una empresa textil, donde su labor principal es el diseño de las camisetas de fútbol.
“Se dio la posibilidad de ingresar a ese proyecto familiar y mi aporte se basó en el tema vinculado al fútbol, al diseño para la fabricación de camisetas, en la impresión de los papeles para la sublimación. Es algo que me llena, me hace muy bien y rememora a mi época de pibe donde me gustaba dibujarlas”, sostuvo.
Carignano se considera un profesional sin título adquirido. Las inquietudes lo llevaron a los lugares más recónditos, donde encontró una manera de afrontar diversos obstáculos que la vida le puso. Hoy, con la tarea de, por ejemplo, crearle las camisetas a un equipo de fútbol amateur de alguna liga de Santa Fe, vuelve a conectar con el potrero, el lugar donde se inició su historia.
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