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Mentime, Floyd, mentinos, Conor: es lo que nos gusta
La mente humana tiene esas cosas: a veces decide no razonar. Le sucedió a un grupo de amigos que llegaron a la noche del sábado entusiasmados por una pelea de boxeo que en realidad no era boxeo. Y todos ellos lo sabían. Decididos, también, a apostar a favor del peleador callejero y no del boxeador, aunque todos ellos supieran en el fondo que el peleador callejero perdería. Detalles sin importancia: lo importante es ser feliz, se dijeron ellos y tantos otros grupos de amigos y familias repartidos por todo el mundo. Y si para eso hay que mentirse a uno mismo, adelante. Porque a nadie se le escapaba que el show de Las Vegas ofrecía algo muy raro: se sabía el resultado antes de empezar. Eso, en el deporte, en general no es buena noticia.
El gran logro del Mayweather-McGregor estuvo en el antes y el después. El durante, aunque de alta vibración, fue lo de menos. El antes pasa por la astucia de combinar al mejor boxeador de los últimos tiempos –ya retirado– con la estrella de moda en un deporte (¿seguro que es deporte?) emergente como las artes marciales mixtas (MMA). Ese boxeo cuya atracción hace ya tiempo languidece recibió así una transfusión de sangre joven, porque la noche de Las Vegas atrajo edades y perfiles que muy difícilmente seguirían el boxeo tradicional. A la vez, los jefes del MMA pusieron en las páginas de deportes de todo el mundo la foto de un irlandés, Conor McGregor, del que la mayoría de la gente ignoraba hasta hace nada su existencia. Y le dieron una visibilidad inédita a la disciplina, que ahora sumará espectadores y practicantes. Ése es el después. Win-win absoluto para el boxeo y las MMA.
¿Implica esto desmerecer a McGregor? En absoluto: peleó con una valentía y un corazón enormes, pero el desarrollo de la noche demostró lo diferentes que son el boxeo y las MMA. Sobre el rostro del irlandés aterrizaron 170 golpes en 10 rounds, el 53 por ciento de los 320 lanzados por Mayweather. En el rostro del norteamericano impactaron 111 de un total de 430, apenas el 26 por ciento de los intentos. Y de esos golpes, los de Mayweather tuvieron mucha más profundidad y poder que los de McGregor, al que el aire se le acabó en el quinto round. El final de la pelea lo dejó claro: rostro magullado para el irlandés, inmaculado el del estadounidense. Por eso lo de peleador callejero: no es desmerecer a McGregor ni a las MMA, sino poner a ambos en el contexto de un ring y una pelea de boxeo. Habría que ver qué pasaría con un boxeador en el octágono.
No sería una mala idea, Lo demuestran las cifras del sábado: aunque es cierto que quedaron 6.000 butacas libres de las 20.000 disponibles en Las Vegas, lo que importaba era el fenómeno global anclado en el negocio del pay-per-view. Y eso salió muy bien, con más de 500 millones de dólares de recaudación, récord en la materia. A lo largo de su carrera, Mayweather generó más de 900 millones de dólares en ingresos por el sistema de pagar para ver. Lo van a extrañar.
El nuevamente ex boxeador –dejó de serlo sólo por una noche– sacude con su estilo desafiante y provocador, ése que se refleja a la perfección en las imágenes de la fiesta posterior a la victoria. Pero nadie puede negarle sentido a lo que hizo. Él mismo lo explicó con sencillez: “A veces hacemos tonterías, pero yo no soy un tonto sin remedio. Si veo la oportunidad de ganar 300 millones en 36 minutos... ¿por qué no? Tenía que hacerlo”.
Tenía que hacerlo, claro, como seguramente no debió hacerlo Muhammad Alí 41 años atrás. Porque si algo eleva el Mayweather–McGregor, eso es el combate de Alí con el luchador japonés Antonio Inoki, al que se midió en 1976. Un duelo absurdo en Tokio para el que se acordó un reglamento que combinaba el boxeo y la lucha. Inoki pasó buena parte de la pelea en el piso y pateando a Alí. Todo terminó en empate y abucheos de los espectadores.
Nada que ver con lo visto en Las Vegas. McGregor –que se llevó 30 millones– fue héroe, y Mayweather dejó el ring como un dandy. El boxeo seguirá buscando el brillo de antaño y las MMA consolidándose como la versión moderna del circo romano. Y como una vez que se prueba se quiere repetir, seguramente vuelvan a cruzar sus caminos. Entretanto, algo está claro: boxear no es sólo tirar manos, también es eludirlas. Cuando en el ring se miden un boxeador y un peleador callejero, gana el boxeador. Si alguna vez lo hacen en el octágono, seguramente será al revés.
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