Sergio Maravilla Martínez va camino a Longchamps, en la zona sur del Gran Buenos Aires. Son las nueve de la noche y él mira su reloj para llegar a horario. Conduce un Peugeot 206, negro, modelo 2012. "Está demasiado destartalado", avisa. Maneja despacio, con extremo cuidado por Camino Negro. El recorrido está repleto de baches, poco iluminado, hay basurales a los costados y un repulsivo olor que se impregna en su nariz. "Es una batata este coche —dice y guiña el ojo derecho— pero conviene pasar inadvertido por estas geografías".
Con jeans ajustados, camiseta negra pegada al cuerpo y una mirada sin destinatario fijo, se prepara para subir a un modesto escenario y hacer su show de stand up que se titula "Maravilla y Compañía". Lejos está de un ring de boxeo, el panorama ahora es mucho más desolador. En una cervecería, en Longchamps, Maravilla da círculos sobre su propio eje. Sólo lo iluminan algunas pantallas de celulares. Son setenta las personas que están sentadas, la mayoría son parejas. Tienen un vaso con cerveza en la mano y hamburguesas con papas fritas servidas en los platos.
Junto a Chuly Paniagua, su primo y mejor amigo, y al humorista Nicolas Biffi, se reparten sus monólogos en un show que durará una hora y media. "Me gusta cambiar mi relato. De lo contrario, tiendo a aburrirme. Es como que todos los días debuto en un escenario", dice Maravilla.
—¿Cuál es tu fuerte ahí en el escenario?
—Intento ser reflexivo. Decirle a la gente cosas que me pasaron y predicar con algunos ejemplos. Yo todavía soy ese pendejo soñador que alguna vez fui. Sé que la gente empatiza y se ríe, a pesar de que no soy humorista.
Sergio Maravilla Martínez irrumpe en el escenario:
"La confianza es un pibe inocente que alguna vez fui. Es un niño que nació a mi lado. Es aire de mi aire y sombra de mi sombra..."
Todo es un silencio que hace más deseadas a las palabras. Él agacha su cabeza. Así recita su poesía. Después, levanta la mirada, toma aire, suspira. "¡Buenas noches, gente! Soy Sergio Martínez, ese que cuando era chico le decían Maravilla". Todos lo miran y parecen no comprender la situación. ¿Dónde quedó el boxeador? Al terminar la función, la mayoría elige sacarse una selfie con él y consultarle sobre su futuro inmediato: "¿Volvés al boxeo, Maravilla?" Él asiente con la cabeza y al mismo tiempo sonríe para la foto.
Todas las mañanas, repite como un mantra que desea volver a boxear. "Están saliendo propuestas, yo estoy con ganas de pelear", dice, y se ilusiona. Y ese sueño parece que se haría realidad. El diario AS de España asegura que será el 6 de junio en Madrid, en un combate a diez asaltos en el peso medio. Dicen que aún le están buscando contrincante. Pero Maravilla sabe que su verdadero rival está plantado frente a él, todos los días que se levanta y mira frente al espejo.
—¿Por qué querés volver al boxeo?
—Porque siento que tengo algo para darle al boxeo. Vos me ves así, con unos kilos de más. Meterme en el boxeo no me cuesta nada. Me acuerdo cuando yo caminaba por los pasillos con total soltura a la hora de ir a buscar y defender mis títulos del mundo. Arriba del ring peleo, pero cuando bajo, empieza una odisea que tiene que ver con no poder olvidar mis triunfos.
Nació el 21 de febrero de 1975, en Avellaneda. Hijo de Hugo y de Susana, Sergio es el del medio de los tres hermanos varones. "Era un barrio muy pobre, estaba a la salida de una villa. La primera casa de mi familia fue la caja de una televisión debajo de un árbol. Por suerte pude modificar mi destino", asegura.
"Cuando sea campeón del mundo vamos a brindar con champagne", le comentó un día a Chuly Paniagua, su primo y hoy su coequiper standapero. Sergio Maravilla Martínez tenía 17 años y vivía en Quilmes, no muy lejos de donde hoy hace stand up. Se dedicaba a soldar con electrodos, también era albañil y arreglaba techos. Lejos estaba de ser boxeador. Sin embargo, por las noches, cuando se iba a dormir, se proyectaba en la cúspide del boxeo internacional. Esos delirios fueron su combustible. Y había que creerle o se enojaba.
A los 20 se fue a Guadalajara, España. Estuvo sin papeles durante ocho años y llegó a trabajar de patovica en una discoteca porque eso le permitía pagar una pensión donde vivir y asegurarse una lata de atún al día.
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Ahora es de día y lejos quedó el regreso por Camino Negro hasta el departamento en Recoleta. Camina por las calles y sabe muy bien que la gente lo observa. Todavía disfruta de ese cariño. "Todos los campeones merecemos un reconocimiento", dice convencido.
Meterme en el boxeo no me cuesta nada. Me acuerdo cuando yo caminaba por los pasillos con total soltura a la hora de ir a buscar y defender mis títulos del mundo
Vive en Madrid y asegura que no puede vivir en otra estación que no sea el verano. "Soy insoportablemente movedizo, es mi noveno año sin invierno". En Buenos Aires alquiló por Airbnb. Después de minutos de búsqueda, se convenció y le dio el clic que le aseguraba la reserva de un monoambiente. Austero, de tres por dos, con poca luz, dice. "El 99 por ciento de las veces que me hospedo reservo por esta aplicación. Salvo que me contraten para alguna actividad, ahí voy a los hoteles más lujosos. Acá en el país no tengo ninguna propiedad. Por una cuestión fiscal, no me conviene", confiesa.
Maravilla es el hombre que no quiere escuchar jamás consejos ajenos. "Los problemas que te van a ayudar son los propios, eso te hace sabio", dice. Pugilista de fama, campeón del mundo de los pesos medianos y con un sinfín de recursos técnicos arriba del cuadrilátero. También es el mismo que ahora transita a paso lento con unas ojotas playeras, de short y con una camiseta negra por la calle Arenales en busca de un café. Camina por Recoleta, necesita contar su historia, como en Longchamps.
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El 7 de junio de 2014 fue la última pelea de Sergio Maravilla Martínez en la meca del boxeo: el mítico Madison Square Garden, en Nueva York.Allí fue derrotado por nocaut técnico por el puertorriqueño Miguel Coto y perdió el cinturón de los medianos del Consejo Mundial de Boxeo (CMB). Ese mismo cinturón que, dos años antes, el propio Maravilla le había quitado a Julio César Chávez jr, en Las Vegas. Ante Coto pareció el final de su carrera como deportista. Fueron 51 victorias (28 por la vía rápida) en 56 peleas, con tres derrotas y dos empates. Pero Maravilla dice tener siempre la ambición encendida. Repetirá, en más de una oportunidad, la siguiente frase: "Los campeones siempre tenemos la obligación de dar un poco más".
—¿Te cuesta mostrar debilidad?
—¿A mí? Creo que nos cuesta a todos. Depende a quién le quieras mostrar esa debilidad y de lo que quieras conseguir. Hay momentos que mostrar una debilidad es un arma para ganar. Hay gente que te gana siempre cargándote de culpas a vos.
—¿Cuál es tu mayor fragilidad?
—No lo sé. Ser cabeza dura. No sé cómo llamarlo, testarudo, testarudo, testarudo. Esa es la palabra. Para cosas buenas y también para cosas malas. En mi último combate contra Coto fui testarudo. Quise hacerlo igual, a pesar de todo. No me importaban nada las consecuencias. Aún con el costo de lo que implica una derrota en mi vida. No me arrepiento. Estoy muy feliz de haberla hecho. Yo siempre soy el mismo tipo. ¿Sabés por qué? Porque siempre estoy en constante cambio. Soy el mismo tipo porque nunca soy la misma persona. Pero eso lo sostengo, el haber recibido una paliza terrible en mi última pelea me hizo dar el paso al costado y encontrar un mundo nuevo, maravilloso, como el del teatro, por ejemplo.
"¡Maravilla, Maravilla, Maravilla!", le grita una chica al pasar.
—Obvio que la miré y que la escuché. Tengo muy entrenado el oído y la visión periférica. ¿Cómo te creés que aprendí a boxear? El boxeo a mí me ayudó a vivir durante muchos años. Me dio mucha fama, pero nunca la busqué. Me pasó que me gritaran "Maravilla" y tener situaciones de pánico, de salir corriendo como un loco, incluso de desmayarme. De estar metido entre 500 personas y que todos se pelearan por tener la primera foto. Me recetaron estos anteojos para bloquear la visión periférica y centrarme en todo lo que tenga por delante. El médico me decía «vos mirá hacía adelante». Ya pasé por esos momentos. Y ahora sé que mi historia cambió. Me tocó perder en la vida.
Y agacha la cabeza.
Con Maravilla resulta inevitable hablar de aquellas épocas de fama. "Llegué a dar 65 entrevistas por día, se me fue de las manos. Mi vida superó todo lo deportivo. Yo estuve en el Bailando, con Marcelo Tinelli, y eso arrastró cosas nuevas. Por lo general, a los deportistas no les pasa. Yo quería estar con Tinelli para tener difusión mediática.La necesitaba para conseguir el combate con Chávez. Y lo conseguí. Eso sí, cuando dejé de ser campeón del mundo, solo me llamaba mi mamá".
Cuando algo lo incomoda, recurre al arte de una risa escandalosa. "¡No seas cabrón!", dice cuando las preguntas lo sacan de su monólogo. Ahora empezó a enumerar todo lo que tiene en la mente y lo dice de manera desordenada. Dice que sueña con conocer a Marcelo Bielsa, que le quiere escribir a Manu Ginóbili, pero no se anima. Recuerda un encuentro que tuvo con Gabriel Batistuta. Y que con Luciana Aymar le gustaría sentarse a hablar. Pasados los treinta minutos de charla, se olvida de él y ahí se entrega a su interlocutor. Reconoce que le aburren las entrevistas. Simplemente —argumenta— se cansa de que le pregunten lo mismo.
—Me cuesta concentrarme en un diálogo. Yo sé que soy raro. Yo viví más de la mitad de mi vida en Madrid. Yo entrenaba siempre en Estados Unidos. Yo soy un tipo muy particular, es muy difícil mantener un contacto constante conmigo. Yo soy muy intermitente. Yo ya fui al psicólogo por esto. Yo soy de abandonar a la gente. Yo soy así con mis relaciones. Yo desaparezco con mis amigos. Yo soy así con mis parejas. Yo también soy así con mi familia. Yo soy así. Yo extraño boxear.
Sus frases vienen con un exceso de yo visceral.
—¿Cómo construiste ese ego?
—No se construye. Se mantiene explícito en uno. Yo empecé a boxear y sabía que iba a ser campeón del mundo. Para mí era algo lógico en algo que no es tan lógico. Eso puede ser ego, puede ser autoestima, puede ser confianza. Es algo que vino conmigo, que estuvo siempre.
—¿Cuáles fueron los efectos adversos que te trajo?
—La pérdida de un montón de gente con la que nos quisimos. Fueron pérdidas absolutas para nunca más volver a tener contacto.
—¿Saliste dañado?
—A mí no me dañaron. Es decir, me llegó algo de todo eso, de darme cuenta de perder personas que quería de toda la vida. Pero yo les tenía que decir que estaba trabajando para ser campeón del mundo. A todos les dije: "Sé que no van a entender la cantidad de horas que yo me estoy dedicando a esto. Pero traten de comprender que si no hago esto, mi carrera se acaba y puede que no llegue a ser campeón del mundo. Y puede que yo no sea feliz". Al lograrlo, no me hizo infeliz haber perdido gente. Pero confieso que hoy, con 44 años, a veces me digo "pucha, qué lástima".
—¿Te acordás de alguien que perdiste y que te gustaría tener un diálogo?
—Siempre tengo en mi cabeza a un amigo que estaba en problemas el año pasado. Tenía a un familiar con un tema delicado de salud. Él necesitaba un video mío para darle fuerza a una chiquita de 14 años, que estaba esperando un trasplante de corazón. Te lo juro por mi vieja que no tenía fuerzas para grabar el video. Llegaba día a día a mi casa de Madrid y recibía mensajes de que por favor le enviara el video. Yo le decía que me diera un tiempo. Lo cierto es que nunca me pude recuperar para enviarlo. Estuve semanas y semanas así. Después se enojó y me mandó a la mierda.
A veces me miro al espejo y me digo que no fui lo suficientemente sensato para retirarme antes de ser derrotado. Pero soy un hombre de riesgos. Y por eso voy a volver al boxeo
Ahora Maravilla cambió su postura, golpea la mesa y eleva la voz, sin llegar a ser grito. "Yo te digo a vos, la gente no sabe qué hacer con su vida, pero si va a saber qué hacer con la mía. Soy yo quien se levanta cada mañana y se mira al espejo".
—¿Y qué imagen te devuelve?
—Jamás me olvido de que soy boxeador. A veces me miro y me digo que no fui lo suficientemente sensato para retirarme antes de ser derrotado. Pero soy un hombre de riesgos. Y por eso voy a volver a boxear. Una vez que estoy decidido a hacer algo, me dicen que no. Para mantener mi salud, prefiere no discutir.
—¿Cómo es la relación hoy con tu familia?
—Mi viejo puede reciclar su vida mil veces. Lamentablemente salí parecido en ese sentido. Era un tipo sin estudios, no terminó la escuela, y así y todo sacó tres hijos y una familia adelante. Logró que uno de sus hijos sea campeón del mundo. Me parece un mérito brutal. Mi vieja se puso triste cuando le dije que nunca iba a tener hijos. Pero con mi padre no hablo desde 2013, es todo muy raro con él.
—¿Te acordás cuál fue el último diálogo?
—Sí, y fue doloroso. También estaba un hermano. Fue el 29 de diciembre de 2013. Sentados los tres en un bar. Los agarré y les dije: «Se viene un combate mío dentro de 6 meses. Probablemente sea duro, y de hecho lo fue. Probablemente sea difícil, y de hecho lo fue, perdí. Pero dentro de un año quiero sacar en teatro algo que todavía no pude escribir. Voy a necesitar tranquilidad. Necesito paz. ¿Les puedo pedir un favor? Lo único que les pido, es que no quiero que me vuelvan a llamar si no me van a preguntar cómo estoy o para preguntarme por mi salud». Y no me llamaron nunca más.
—¿Sabés dónde está tu papá?
—Sí. Pero que él haga su vida, yo hago la mía y así soy feliz. Ahora me doy cuenta que digo «si yo no soy feliz, no puedo hacer feliz a nadie». Y yo lucho día a día por mi felicidad. Una vez recibí un llamado de mi hermano de parte de mi padre pidiéndome plata. Un montón de guita. Jugaban con la culpa mía. Me decían «porque vos estás bien y nosotros no». Me pongo en tu lugar y sé que estarás jodido porque yo ya estuve donde había pobreza, donde no había perspectiva laboral, no había un futuro, no había un horizonte. ¿Qué hice yo? Me fui y busqué otra vida. Y la encontré porque no me cansé de buscarla. Ahora, ¿alguien se puso en mi lugar?. El "cómo estás", ¿sabés cuantas veces me lo preguntaron? Nunca.
—¿La relación con tu padre no te afectó en nada a la hora de ser competitivo?
—Me dio más fuerza. Ahí encuentro la diferencia entre esfuerzo y sacrificio. Para mí nunca fue un sacrificio hacer boxeo, dejar a mi familia, mi casa, mi madre. Alejándome de mi padre. ¿Fue un esfuerzo? Sí. Pero nunca fue un sacrificio. Mi familia podía estar o podía desaparecer. Yo solo quería ser campeón del mundo. De hecho, fallecieron un montón de personas cercanas a mí. Los lloré un montonazo, pero al otro día yo estaba entrenando. Muchos me llenaron una mochila que se llama culpa.
—¿Aprendiste a vivir con esa culpa?
—Me llevó tiempo, pero pude aprender. Y a partir de ese momento me empezaron a chupar un huevo muchas cosas. Incluso también el boxeo.
De pronto, Maravilla se saca los anteojos que le limitan la visión periférica. Dice que tiene hambre y que con hambre todo lo malo le puede pasar. "Una medialuna de grasa con un agüita con gas", ordena. Al decir "agüita" hace más tierno un pedido que reclamaba atención inmediata. Mira de reojo por la ventana, y se debate entre volver a boxear o retomar por Camino Negro hacia el próximo show.
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