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Maravilla Martínez: el empresario que hace stand-up y poemas y a los 44 años volvió a sentirse boxeador
El sol ingresa con furia por los ventanales laterales del gimnasio del club Chacarita Juniors. Dentro, inquieto, Sergio Martínez tiene luz propia. Va de un lado a otro, golpea a puños limpios una de las bolsas colgadas, la más cercana al único ring. Por momentos, Maravilla lo hace para las fotos o para hacer docencia con los presentes que no pueden dejar de seguir sus movimientos. De pronto, ya sin ser el foco de las cámaras, sigue impactando fuerte como si fuera parte de una rutina, aquella que extraña. Lo lleva en el alma. Le da con gusto, con placer. Y aunque visite el lugar por primera vez para su encuentro con LA NACION parece moverse como en su casa, más allá de que está de zapatillas, jeans y lentes. Pide un café, le suma el contenido de un sobre de azúcar y prueba una oblea de dos bocados. "Tener hambre me pone de mal humor. Necesito azúcar y ya me relajo, hablo bastante", justifica, hiperactivo. Hace dos meses que no entrena, pero a mediano plazo se propone retomar. La idea del regreso, asegura, está firme en su cabeza, a los 44 años. "Sé que hay rivales que quieren competir conmigo. No me pongo tiempos. Iré a pasito de hormiga. Volví, ya estoy de regreso en el boxeo, y ahora tengo que ver si puedo subirme al ring", enfatiza.
En su última pelea, el 7 de junio de 2014, Martínez expuso su cinturón de los medianos frente al consagrado puertorriqueño Miguel Cotto. Cayó tres veces en el primer asalto y fue derrota por Knock Out técnico en el décimo round. A la semana anunció su retiro. Las lesiones lo habían puesto contra las cuerdas. Tiró la toalla. Transcurrieron cuatro años hasta volver a entrenar. "La pasé mal para superar unos dolores horribles. Caminaba con muletas, no podía ni dormir a la noche. Tenía morfina inyectable siempre a mano para aplicarme en la pierna. Lo pude superar gracias a unas aguas termales en Fiambalá, en Catamarca. Las aguas de Fiambalá me salvaron. En la rodilla derecha tenía unas bacterias que nunca se habían ido y fueron las que me provocaron el peor drama, que fue perder cartílago, perder parte del hueso, se me cortaron los tendones, un desastre. Las aguas mataron esas bacterias, el cuerpo me dejó de doler y volví a entrenarme", confiesa.
Al principio, acepta, subirse otra vez al ring no era una prioridad. "Tenía ganas, pero me habían hablado para hacer un documental sobre la historia de mi vida. Querían que buscáramos a uno que se pareciera, pero lo quise interpretar yo. Comencé a prepararme y el cuerpo respondió bien. Me pidieron que subiera 8 kilos y subí 20, estaba por los 100, se me fue la mano. Después, en poco más de un mes bajé unos 15, me puse en línea. Ahora me siento bien y voy a volver".
Sacó la licencia otra vez por entonces y le llegó la propuesta de una revancha con el mexicano Julio César Chávez Jr., al que había derrotado por puntos en septiembre de 2012 en un final épico en Las Vegas, la noche del "salí de ahí, Maravilla" que le reclamó en el relato Walter Nelson cuando Martínez accedió a un peligroso golpe por golpe a poco más de un minuto para el campanazo final. Sergio propuso pelear en noviembre pasado, pero el desquite no se concretó más allá de que Chávez padre, como gestor del combate, había fijado hasta la sede de Texas. "Unos 40 días antes me avisó que no llegaba a ponerse en forma. Ya no creo que se pueda hacer", asegura. Tras ello, el argentino se relajó, pero se conserva impecable.
Maravilla, un apodo que le pusieron de chico y dice que nunca se lo creyó, vive en Madrid y cuando baja la temperatura vuelve a Sudamérica. No obstante, está en Buenos Aires circunstancialmente. "No tengo casa acá. Estoy dos días en un lado, tres en otro, hago muchas cosas. Me subo al auto y salgo a la ruta. No debo hacer menos de 15.000 kilómetros por mes. Voy a dar charlas, hago stand-up, escribo poemas, sigo con emprendimientos muy diversificados… En este momento, no puedo tener una rutina de entrenamiento porque me traslado mucho, es salvaje la cantidad de horas que viajo, es imposible con la gira que hago por el país, Paraguay o Chile", afirma.
"A veces voy a empresas grandes, a ciudades grandes, pero en otras a pequeños pueblos o a casas en las que se reúnen 100 personas en medio de la nada... Es maravilloso todo esto que me pasa, porque encima donde voy me atienden como si fuera un rey. El lado malo es que uno engorda, porque en todas partes me reciben con vaquillonas, lechones, chivitos, corderos patagónicos… Hay que tener cuidado con eso. Allá en Madrid voy a volver al gimnasio", profundiza. Va a seguir "escapándole al frío, porque lo sufro mucho".
En la noche escribe, dice que se le ocurren las mejores ideas. Retomó lo que ya hacía de joven y le sumó la pasión por los monólogos en el escenario que él mismo se prepara. "En un tiempo eran funciones todos los fines de semana; ahora es cada 20 días, más o menos. Ahora, por ejemplo, entre una función y la siguiente tengo tres charlas motivacionales y dos seminarios de boxeo, que no sé bien el orden", apunta. Sí, en cambio, tiene muy presente que no se duerme antes de las 4 de la mañana cada noche y casi nunca pone el despertador. "Salí de mi rutina y me fui al otro extremo. Por eso quiero retomar el camino de disciplina que dejé esos cuatro años. Yo era un relojito para todo, me gustaba ser prolijo, y ha sido duro quedar libre, dormirme y despertarme a cualquier hora o cocinarme algo a las 3 de la mañana. El boxeo me hace volver a mi rutina", expone.
Vive en la diversificación hoy, se reinventa cada día. Va del silencio absoluto dentro del cuadrilátero, donde hablan los puños y la cintura, a los shows en los que las palabras tienen la continuidad del golpe por golpe. Martínez se siente a gusto en la soledad, le sigue escapando al tumulto como a las trompadas de los rivales. "Me siento bien conmigo. Siempre me manejé en deportes individuales. Hice de chico tenis, frontón, box… Cuando quise hacer algo en equipo, como el fútbol, no me adapté", reconoce, aunque estuvo a un paso de fichar para Los Andes cuando tenía 20 años. A esa edad, justamente, fue cuando la pasión por el boxeo ganó la pulseada. Solo ahí se decidió a ponerse los guantes, entrenado por uno de sus tíos. Toda una paradoja: la nariz se la había roto un pelotazo tres años antes. En las dos décadas siguientes, el zurdo nacido en Avellaneda convivió con el éxito. Fueron 51 victorias (28 por la vía rápida) en 56 peleas, con tres derrotas y dos empates. Hijo de un metalúrgico, Sergio es el del medio de los tres hermanos varones. En sus inicios, recuerda, entrenaba en un gallinero, luego en una parrilla, más tarde en un sindicato o en una cancha de fútbol 5, en Florencio Varela.
Excampeón mundial superwélter y mediano, Sergio ocupa gran parte de su tiempo actualmente en Brooklyn Fitboxing, una franquicia de gimnasios que pasó "de una semillita a una maquinaria tremenda, con 120 locales en 15 países", la presenta, y a sus emprendimientos menores en una empresa de seguridad y una cadena de restaurantes. Pero el libro del boxeo lo tiene actualizado.
"La sorpresa es lo más efectivo en el ring. El boxeo no es el arte de golpear, sino el arte de no recibir y engañar al rival, gana el que menos recibe. Es estrategia pura, hay que trabajar hasta 5000 golpes por día. Aprendiendo las cosas básicas llegas a ser campeón del mundo. Yo las incorporé, las agarré como clavo ardiente y no las solté más", subraya. Y sigue aferrado a la idea de volver a llevar los reflejos, la técnica y el corazón arriba el ring, ahí donde "todo es más simple que en la vida".
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