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Mantequilla Nápoles, aquel campeón excepcional que viajó a la fama y la riqueza con boleto de ida y vuelta
Cuando el 8 de enero de 1959 las tropas triunfantes de la revolución cubana al mando de sus líderes, Fidel Castro, Ernesto "Che" Guevara y Camilo Cienfuegos, ingresaron victoriosas a La Habana, un grupo de los mejores prospectos del pugilismo caribeño supo –interiormente– que sus carreras, tarde o temprano, cambiarían verticalmente. Y no se equivocaron.
Dos años más tarde, el 23 de febrero de 1961, un comunicado tan frío como escueto, firmado por José Llanusa Gobel, el director general del Instituto de Educación Física y Recreación de Cuba, sentenció: "Disponer la suspensión definitiva de toda actividad deportiva de carácter profesional". Entonces no hubo otra salida que emigrar como fuera.
El viejo gimnasio de la calle 5 de Miami, adonde llegaría un joven Cassius Clay, albergó en esa época a Luis Manuel Rodriguez, Florentino Fernández, Ultiminio Ramos y Douglas Vaillant, que se consagrarían campeones y primeras figuras de Estados Unidos.
España cobijó a Kid Tunero, José Legra y Ángel Robinson García, y México reservó un espacio especial para un excepcional peleador que se convertiría, con el paso del tiempo, en uno de los campeones mundiales más importantes de la historia: José Ángel "Mantequilla" Nápoles.
La muerte de "Mantequilla", ocurrida a los 79 años en las afueras de Ciudad Juárez, México, causó un dolor inconmensurable en el ámbito boxístico. Desde Tokio hasta París, titulares en distintos idiomas lo despidieron como a un héroe del ring. Como a uno de los artífices del peso welter, de aquellos que marcaron la grandeza de la categoría: Barney Ross, Henry Armstrong, Kid Gavilán, Ray Robinson, Carmen Basilio, Emile Griffith, Ray Leonard, Oscar De la Hoya, Pernell Whitaker, Manny Pacquiao y Floyd Mayweather.
Sobre el ring era elegante y letal. Combinó dos factores casi imposibles de hallar en un boxeador: la técnica y el KO a la vez.
Su paso por el boxeo profesional entre 1958 y 1975 generó páginas inmortales. "Mantequilla", su identidad, fue un apodo que heredó de su hermano, también boxeador, por error de un anunciador desinformado y confundido en un festival de boxeo amateur en su pueblo natal, Santiago de Cuba.
Llegó a México con 18 años y 18 peleas profesionales a principios de 1962, y sintió a ese país como suyo ni bien lo pisó. Jamás volvió a la Cuba de Castro ni lo interesó hacerlo. Es más: al ganar el mundial welter ante Curtis Cookes, en 1969, fue recibido por el presidente de México, Gustavo Díaz Ordaz, que le dijo "¿que necesita el campeón?", y su respuesta fue inmediata: "¡Ser declarado ciudadano de esta tierra!". Por decreto, el deseo se cumplió a las 48 horas.
Fue muy pobre en su niñez y muy rico en sus tiempos de gloria. Su guardarropa albergó 150 trajes y 200 pares de zapatos. Parco, de pocas palabras, enojado con la vida y de carácter difícil. Así nos describían su imagen y así vivimos sus entrevistas.
Nunca logró digerir su derrota contra Carlos Monzón, que lo vapuleó durante seis rounds en París en 1974. Fue muy chico como para un campeón tan grande –en todo aspecto– en un combate que inmortalizó el notable Julio Cortázar en La noche de Mantequilla, un cuento inspirado en aquel desafío que organizó Alain Delon en tierra gala. El escritor describió a Nápoles con estos fragmentos: "Mantequilla es más bajo y morrudo, soltando ya dos golpes de anuncio. Era como si comprendiera que su única chance estaba en la pegada, boxearlo a Monzón no le servía como siempre le había servido; su maravillosa velocidad encontraba como un hueco, un torso que viraba y se le iba mientras el campeón llegaba una y dos veces a la cara".
Nápoles se vengó de los argentinos noqueando al tucumano Horacio Saldaño en 1974. Pocas veces recordó al entrerriano Esteban Osuna, que lo enloqueció en México pese a perder por puntos, fuera de título, en 1971.
Vivió todo con un vértigo total. Pasó del anonimato a la fama, de la pobreza a la riqueza, con boleto de ida y vuelta. Fue protegido por México y por las becas del Consejo Mundial de Boxeo y del magnate Carlos Slim, que lo cuidó anónimamente. Murió de viejo, humilde y en paz. Cerca de alguna cantina de Chihuahua. Allí donde nunca lo olvidaron y siempre contarán sus anécdotas.
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