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La odisea de “Falucho” Laciar: la súplica a San Nicasio, la apertura del tesoro un día sábado y una pelea colosal
La historia del Mayo francés en una batalla épica: Laciar, ganador por KOT en el undécimo asalto y ¡bicampeón mundial!
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El cordobés Santos “Falucho” Laciar tenía 28 años cuando llegó por carretera desde París a Reims, en aquel anodino transcurrir de un “Mayo francés” de 1987 que no inquietaba a las mayorías. Convivía con un fresco y agrio recuerdo que comenzaba a convertirse en una pesadilla insoportable para su orgullo: crecer sin las jinetas de campeón mundial que lo habían acompañado entre 1980 y 1985, como titular Mosca (AMB) por los escenarios más hostiles del planeta.
Ignoraba que el boxeo argentino -sin campeones mundiales en esos momentos- debía pagar siempre un alto impuesto indexado por la habladuría popular. Y, al igual que nosotros, que estuvimos a su lado en ese inolvidable 16 de mayo de 1987, jamás pensó que la dirección del estadio Luna Park tomaría, a la brevedad, la dolorosa decisión de cerrar sus puertas en modo definitivo a la organización del pugilismo sabatino. Con toda esta presión a cuestas, Laciar se lanzaba a conquistar su segunda corona ecuménica: Súper-Mosca (CMB).
Debía retar a uno de los fenómenos de esa época: Gilberto Román, mexicano, “verdugo” del gran japonés Jiro Watanabe y con seis defensas exitosas en los 52.163 kg. Favorito en todos lados; incluso cuando había empatado con Laciar en el invierno cordobés de 1986 reteniendo su diadema.
“Falucho”, apodado así por su abuela, por ser negrito y fuerte como el tamborilero del ejército que luchó por nuestra independencia y cayó bajo los fogonazos envuelto en la bandera, aceptó la revancha en territorio galo. Ningún compatriota había alcanzado ese objetivo: Ser bicampeón.
Los enviados de la prensa gráfica representaban al grupo fuerte del periodismo nacional. El “viejo” Jorge Mórtola, enviado de Crónica, fue el primero en llegar a Francia y conmocionó con su primer título catástrofe: “La pelea se suspende… El promotor es insolvente”. Sus colegas, furiosos, se le fueron encima por considerar que no había fundamentos para tal noticia, comprometiendo la credibilidad de todos ellos. El más exaltado, fue Carlos Losauro, crítico de LA NACION. Los ánimos se tranquilizaron, pero los fantasmas entraron en escena.
Orar a San Nicasio, el santo local en la Catedral de Reims, fue un consejo idóneo de los sobrevivientes de la II Guerra Mundial que residían allí, que todos siguieron al pie de la letra. Al ingresar a la iglesia, observamos al púgil italiano Salvatore Curcetti, hincado ante San Nicasio –un predicador decapitado en el año 407- orando y pidiendo por la puntería de su gancho de izquierda que funcionó a la perfección para noquear -rápidamente- al francés Daniel Londas, en el primer estelar de la noche. “Falucho” clavó sus ojos en el crucifijo pidiendo por él y su gente.
El mexicano Rafael Mendoza despertó a los enviados especiales a las 7.30 de la mañana. Era el día de la pelea. Nos dijo: “El viejo Mórtola tenía razón. Ahora voy al banco con el promotor Julién Fernandéz y si no trae 150.000 dólares cash, no hay pelea!”
El banco de Reims abrió su tesoro el sábado por la mañana y Mendoza, junto a tres mexicanos, contaron la plata sobre una cama de dos plazas. No faltaba un centavo y hubo acción.
Todo cambió abruptamente entonces. Se festejó con un cata de champagne después del almuerzo dispuesta por el gerente del bar del hotel Sofitel, quién en tono heroico declamaba: “¡Están en Reims, la capital mundial del espumante! ¡Salud americanos!”
“Laciar vs. Román II” forcejea por ingresar al hall de la fama de las peleas más importantes de la historia del boxeo nacional. Se llevó a cabo en “Selle René-TYS”, ante un foro indiferente y triste por la derrota de Londas, el ídolo local.
Fue un combate de alta escuela en el fragor e intercambio de golpes. De estrategia cuidada y medida por ambos. Sostenido y espectacular. El puntaje fue cerrado pero “Falucho” nunca perdió la iniciativa. Peleó como nunca ante un púgil de piernas y puntería impecable.
Los dos portaron heridas serias. La suma de impactos certeros y cabezazos mutuos provocó un trámite dramático. El médico de turno miraba desde el borde del ring y amenazaba parar el match. Desde el rincón cordobés, Marcelo Tejero y Francisco Giordano presionaban al árbitro italiano Angelo Poletti, a detener el cotejo por la sangre de Román que rociaba el cuadrilátero. Y desde la esquina del mexicano, Ignacio Beristain alentaba por un golpe de KO. Sus heridas se agravaron y el doctor francés decidió acabar con la contienda. ¡Laciar, ganador por KOT en el undécimo asalto y bicampeón mundial!
No hubo grandes festejos y todo fue tibio en la madrugada del Sofitel, al lado de la autopista.
El tiempo pasó muy rápido. “Falucho”, uno de los diez mejores boxeadores argentinos de la historia, perdió la corona en su pelea siguiente con el colombiano “Sugar Rojas”, en Miami. Román reconquistó el cetro al batir a Rojas por puntos en Las Vegas, en 1988, en la velada de: “Sugar Ray Leonard vs. Don Lalonde”. Y en 1989, Román le dio desquite a Laciar venciéndolo por puntos en Los Angeles.
En 1990 terminó la carrera de ambos. “Falucho” perdió por puntos con Hugo Soto en Catamarca y colgó los guantes. Román, a los 28 años, murió en un tremendo accidente de autos camino a Acapulco. Mucha velocidad y algunos brindis previos. Una pena.
Hay peleas y boxeadores que se van convirtiendo en inmortales con el paso del tiempo. Son parte de las páginas doradas de éste arte. Se necesitó de un banquero francés para abrir la bóveda del tesoro de la ciudad un sábado por la mañana y de dos “leones” de 52 kg de peso para animar una batalla épica que emociona cada vez que se la evoca recuperando matices olvidados.
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