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La noche en que Mayweather impidió que el boxeo se lastimara
El nocaut técnico del estadounidense sobre el irlandés Conor McGregor puso algo de lógica en una noche nacida para la extravagancia
Por un instante, sólo por uno, se nos antojó pensar que todo lo expuesto en los comentarios publicados en LA NACION en los últimos días sobre este híbrido deportivo podía desvanecerse del día a la noche. Fue cuando una silbatina de los aficionados irlandeses ocasionó una clara desconcentración en la cantante pop Demi Lovato, al entonar el himno estadounidense en el centro del ring; casi al mismo tiempo que Floyd Mayweather (67,181 kg) resaltaba con su rostro enmascarado cual “catcher” de los años 50. Nos preguntamos entonces, ¿dónde estamos y que pasará esta vez?
Sin embargo, no pasó nada y ocurrió lo previsible. El boxeador le ganó al luchador, tal como se creía. Mayweather consiguió su 50º victoria por decantación y con un acertado KOT a los 1,05” del décimo round sobre el irlandés Conor McGregor (69,400 kg), el gladiador mas trascendentes de artes marciales mixtas, co-participe del evento atlético mas lucrativo de todos los tiempos.
La realidad le ganó a la ilusión, el ring doblegó a la jaula, el periodismo creíble noqueó al propagandismo sin base y el deporte espectáculo cumplió con su rol: entretener.
McGregor constituye el punto básico de esta crítica, porque jamás pudo consolidar su conversión de luchador a pugilista. Su manera de pegar con guantes de boxeo careció de eficacia y su postura robótica y erguida para desplazarse sobre la lona lo excluyó de todo tipo de chances concretas. Fue guapo y honesto, sobrellevó las adversidades estratégicas que Mayweather le opuso y supo sufrir el castigo recibido. Escaso, pero suficiente para alguien ajeno al boxeo como él.
McGregor debutó como boxeador profesional y sintió aeróbicamente el rigor de los 10 rounds de 3 minutos (sus competencias son a 5 asaltos de 5’). Su merma, física y anímica, determinó que el árbitro Robert Byrd lo sacara del match.
Dos jurados puntuaron 89-92 y el restante 89-81 (coincidiendo con LA NACION) hasta el momento de la definición. Si bién McGregor dio algo más de esperado -partía 20-1 como no favorito en las apuestas-, no logró crear una relación futura con el boxeo. Mostró muy pocas cosas atractivas y por momentos su rudimentaria manera de golpear en la nuca llamó la atención. Sólo expertos de UFC o MMA sabrán si su imagen ganó o perdió acciones para tales actividades. Se estima que podría acercarse a una ganancia de cien millones de dólares por este pleito. Saber como incidirá esta derrota , ante su público y su ámbito, será vital para aclarar su futuro,
Mayweather trastabilló frente al atractivo acertijo que implicaban sus 23 meses de inactividad. Envejeció boxísticamente. Sin piernas ni velocidad mental, se convirtió en un veterano “cazador” que guió a McGregor hasta dónde pudo en el ring. Lo dejó crecer en los primeros tres rounds buscando salvaguardar el perfil de un hombre valioso para una industria millonaria como la UFC y, de a poco, fue gestando el resultado victorioso con una piadosa demolición, precipitada por abatimiento corporal del irlandés . Floyd agigantó la figura de Conor. Eso fue parte, también, de su trabajo como peleador profesional.
“Fue mi última pelea. Estoy lejos de ser el joven Floyd Mayweather, que todos conocimos”. Tras batir el record de las 49 victorias consecutivas del inolvidable campeón mundial pesado Rocky Marciano (1947-1955), el ex quíntuple campeón hizo una óptima autocrítica.
Todo se dio cómo se tenía que dar. Con un estadio T-Mobile que no agotó sus entradas (sólo se vendieron 14.623 de las 20.000 puestas en venta) y con un consumo desbocado que explotó en las compras del PPV (TV paga). El auténtico espectador de boxeo no fue el mejor cliente en éste caso, sólo un pasivo observador.
El show de la industria del deporte intenta, de tanto en tanto, gestar aventuras millonarias o excéntricas. Como el desafío que protagonizó tiempo atrás el velocista jamaiquino Usain Bolt ante la aceleración de un colectivo en las calles de Buenos Aires tiempo atrás, o como la falsa carrera del nadador Michael Phelps contra un tiburón blanco.
Esta fue una de ellas. Mayweather-McGregor constituyó un gran espectáculo para el consumo universal. Ajeno a los momentos épicos de la historia del boxeo y a sus imágenes inmortales.
El talento de Mayweather lo hizo posible en una noche donde la odisea del ring se convirtió en un juego atractivo para los ojos de 10 millones de hogares que lo siguieron por todo el universo.
Y (¡por suerte!) el boxeo puro no salió lastimado.
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