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Juan Carrasco y una historia dura que necesita un final feliz: de la cárcel al sueño de ser campeón mundial de boxeo
El boxeador mendocino cierra el año en el Luna Park y espera una oportunidad grande
- 7 minutos de lectura'
Hace diez años su talento lo distinguía dentro de una camada de boxeadores brillantes, junto con Brian Castaño, Fernando Pumita Martínez, Yamil Peralta y Alberto Impacto Melián. Pero su carrera entró en una pausa forzada y su vida se transformó en un infierno. Acusado de asesinato, pasó dos años en una cárcel en los que le daba lo mismo el ayer y el mañana. Hoy, mientras espera que se resuelva definitivamente su situación procesal, Juan Carrasco está enfocado en construir su futuro de la mejor manera que la vida le ofreció como talento: boxeando. Sumergido en una pelea contra el tiempo y los prejuicios, quiere cumplir con la promesa que le hizo a su papá, Roberto, en aquellos días de oscuridad: ser campeón mundial. “Ya le fallé a mi vieja, a la Margarita, que se me fue hace tres meses, no quiero fallarle al viejo”, le cuenta a LA NACION, apenas arranca a recordar el pasado sombrío en el que forja su hambre de gloria.
A los 31 años, Carrasco es la vieja joya que tiene guardada para lanzar prontamente al primer nivel mundial el boxeo argentino. Su dura historia, marcada por el trazo fino de una mano mágica llamada destino, demoró los tiempos, pero no mermó las expectativas que se posaron sobre él cuando irrumpió en la selección argentina amateur y comenzó a acumular triunfos. Sin dudas, esta acuciante actualidad es una reivindicación de viejos errores. “Desde el día en que salí de la cárcel me juré un cambio grande en mi vida, porque quiero devolverle a mi papá algo de lo mucho que lo hice sufrir. Él está grande y muy enfermo y no me gustaría que se vaya de este mundo sin verme campeón mundial”, confiesa.
-¿Cómo fueron esos dos años en la cárcel?
-Fueron dos años durísimos. Por suerte siempre tuve esa luz, que fue mi papá, para no caerme y enfocarme en entrenarme para mantener la mente ocupada. Me mataba verlo llegar con los bolsones de comida e irse preocupado por no saber si me volvería a ver. No podía entender cómo un hijo suyo estaba ahí. Ahora que estoy en libertad, que lo escucho y estoy encaminado, está más tranquilo. Sabe dónde está mi cabeza.
Los dos años en que su vida estuvo cercada por los fríos barrotes de hierro y las paredes descascaradas del Pabellón 4 de la cárcel de Boulogne Sur Mer, en las afueras de Mendoza, son un recuerdo fresco que no lo avergüenza a Juan Carrasco. Aunque prefiere no dar detalles de lo que pasó aquella noche del 11 de agosto de 2012, en la que Daniel Ahumada, su cuñado, fue asesinado a tiros. Él jura no haber participado del hecho por el que fue condenado a 10 años y ocho meses de prisión, en 2013. Ante la falta de firmeza del fallo, sus abogados lograron la excarcelación en 2015 y, desde ese momento, continúa su carrera boxística en libertad, a pesar de que su futuro procesal aún es incierto.
-¿No tenés miedo de volver a la cárcel?
-No, porque esa parte de la vida ya la dejé atrás. Mis pensamientos están enfocados en darle lo mejor a mi familia y lograr el cambio económico que necesitan para vivir mejor.
-¿Qué te dejó como enseñanza estar preso?
-Aprendí a tener cuidado, a no meterme con gente que no le importa nada y a valorar la libertad. Ahí adentro la vida no vale nada. Lamento no haber escuchado a mi viejo cuando hacía lo imposible por cuidarme. Me salí del camino y lo pagué.
Los ojos achinados y mansos de Juan Javier Carrasco se transforman al hablar de su papá, Roberto, un ex campeón argentino y sudamericano de levantamiento de pesas, que siempre buscó inculcarles a sus hijos la pasión por la práctica de deportes para alejarlos de las malas compañías que ofrecía el barrio La Favorita. “El viejo siempre anduvo encima nuestro. Hizo de madre y padre, porque a mi vieja le diagnosticaron esquizofrenia siendo muy joven”, comenta Juan, con un dejo tristeza por su reciente muerte. El presente boxístico tiene tres pilares fundamentales que alimentan su sueño: Karen, su esposa, y sus dos pequeños hijos, Valentino, de 10 años, y Victoria, de 5. “Quiero hacer lo imposible para que vivan bien”, expresa.
Este miércoles por la noche, Carrasco combatirá por tercera vez en el año en el estadio Luna Park, convirtiéndose en uno de los boxeadores preferidos del público. Allí defenderá el cinturón sudamericano ligero ante el venezolano Flecher Silva (15-2, 13KO) con el objetivo de seguir escalando en los rankings mundiales y quedar a las puertas de una eliminatoria mundialista el próximo año.”Creo que es momento de buscar el despegue internacional”, expresa el Titán, que con un récord de 19 triunfos (11KO) y una derrota, está ubicado 13º en el ranking de la FIB, donde el campeón indiscutido es el estadounidense Devin Haney.
¿Te ilusionás con algo a nivel internacional o un título mundial?
-Sí, seguro, pero debo estar disponible y preparado para cuando se presente esa oportunidad y decir, presente. Por eso digo, que primero hay que trabajar mucho abajo y después subir. Para no subir con culpa sabiendo que te faltó esto y aquello. Subir seguro y tranquilo y dejar todo arriba.
-¿Con quién te gustaría tener esa chance mundialista?
-Haney es ganable. Aunque hay que ver si se queda en ligero o se instala en superligero. Yo quiero demostrar que puede haber otro Monzón, otro Chino Maidana. Estoy preparado para el que toque; Vasyl Lomachenko, George Kambosos, Isaac Cruz no son ningunos cucos. Una pelea con cualquiera de ellos me traería los cambios que necesito para que mi familia pueda vivir tranquila.
A pesar de ser campeón Latino ligero de la Federación Internacional de Boxeo y que su estilo potente y aplomado sea un atractivo para la televisión, Carrasco no es ajeno a la situación del país y reclama, de manera imperiosa, poder pelear en el exterior para hacer una diferencia económica. ”Es muy difícil ser boxeador en Argentina. Lo que cobro por pelear acá me sirve para pagar la cuenta que debo en la despensa del barrio. No bajo los brazos porque estoy convencido de que voy a llegar”, comenta.
Juancito, como lo conocen todos, o Titán, como lo etiquetó el marketing porteño, nació para el deporte, y en especial para el boxeo, ya que todos sus hermanos, Roberto, Gumersindo y Manuel, transformaron sus berrinches pendencieros boxeando. “Mi viejo siempre quiso que hiciéramos deportes para encarrilarnos, pero vivíamos peleando”, dice Juan, que comenzó a boxear a los 9 años de la mano de Osvaldo Corro -excampeón argentino en los años 80- y desde hace cuatro trabaja bajo las órdenes de Pablo Chacón, exmonarca mundial pluma de la OMB. “Fue una decisión difícil para mí, pero tenía que darle otro rumbo a mi vida en el boxeo”, aclara.
-¿En qué te cambió Chacón?
-Antes era de ir más al frente sin medir los riesgos. Subía al ring a matar o morir. Hasta que tuve una lesión gravísima en la mandíbula que casi me retira. Pablo me ordenó más, me volví más pensante y trabajo más combinaciones al cuerpo.
-¿Qué hubiese sido de tu vida sin el boxeo?
-No sé, desde que tengo uso de razón boxeo. Seguramente, sin el boxeo no hubiese tenido esta segunda oportunidad que me dio la vida, de tener una familia, escuchar a mi viejo, querer cumplir metas y superarme.
En la abyecta sordidez de la cárcel, Juan Carrasco aprendió a sobrevivir y a valorar las sabias palabras de su papá; en la rudeza del gimnasio, pulió el talento y adquirió la disciplina que se necesita para poder triunfar. Hoy, en una loca carrera contra el destino, busca ser campeón del mundo para demostrar que aprendió a vivir como un hombre libre, con sueños inconfesados, invisibles. “La vida me dio revancha y la quiero aprovechar”, cierra, espantando los fantasmas del pasado y divisando un futuro tentador. Como muchos de aquella camada brillante que moldeó el maestro cubano Sarbelio Fuentes.
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