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El estadounidense George Foreman, el notable campeón mundial de los pesados, murió en absoluta paz el viernes por la noche, en Houston, Texas. Sin ocaso a sus 76 años y con la grandeza de su máximo tesoro: la familia, muy cerca de él. Sus doce hijos –una de ellas: Freeda, su favorita, murió en 2019- y sus 16 nietos y bisnietos, que estuvieron siempre atentos a sus necesidades.
Con la muerte de Foreman, el boxeo pierde a uno de los monumentos más grandes del peso completo en tiempos modernos. Participe de un cuadro de honor de oro junto a Muhammad Alí, Joe Frazier y Ken Norton, en la década del ’70. Su carrera tuvo una particularidad que ningún otro expuso en el pugilismo: supo reinventarse. Volver al cuadrilátero a los 39 años, tras una década de inactividad (1977–1987) para conmover al mundo con la reconquista de su corona perdida ante Alí, en 1974 en “La batalla de la jungla” en Zaire, a sus 45 años, 4 meses y 6 días. Sólo Bernard Hopkins lo superó en longevidad al consagrarse con más de 48 años.
Tuvo además una particularidad admirable en dos franjas de vida muy opuestas; la primera: llena de omnipotencia, orgullo y vanidad que lo convirtieron en un ser resistido y poco amigable. Y la segunda, que lo transformó en uno de los personajes mas carismáticos y queridos en todo Estados Unidos.
Es muy difícil asegurar cuando –realmente- nació Foreman. La fecha es variable. Oficialmente, se admitió el 10 de enero de 1949 pero los viejos y tradicionales medios indicaban el 22 de enero de 1948 en Marshall, Texas.
Su infancia fue traumática dado que supuestamente su padre biológico fue un amante de su madre Nancy Ree y su contextura física: grande y fuerte distaba con la de sus siete hermanos: pequeños y débiles. Esto obligó al divorcio de Nancy y a una mudanza acelerada de Marshall y Houston.
Estos avatares lo convirtieron en un peleador callejero, pendenciero y alcohólico. Hasta que decidió comenzar un cambio de vida en un centro de capacitación laboral para jóvenes en Pleasonts, California. Allí por casualidad, por su corpulento físico y fortaleza natural, descubrió el boxeo a través de su primer instructor: Doc Broadus, quién se convertiría en su primer manager.
George Foreman fue criticado por sus hermanos de raza al no cerrar su puño como protesta a las discriminaciones que su gente sufría en Estados Unidos, al consagrarse campeón olímpico en México 1968 en la ceremonia de consagración. Su primer hecho trascendente fue una señal de rechazo popular de su comunidad.
Tuvimos el primer contacto con él junto a un grupo de argentinos la noche previa al combate entre el cordobés Juan Domingo “Martillo” Roldán y Tommy Hearns, el 28 de octubre de 1987, en el estadio abierto del hotel Hilton en Las Vegas. George, ya había regresado al cuadrilátero – “gordo y cuarentón”- y pocos creían en él. Esa vez, tranquilizó al cantante tucumano “Palito” Ortega, quien debía entonar el himno nacional la noche siguiente. “Palito”, estaba nervioso y Foreman le indicó como subir al ring y dónde ubicarse a la hora de cantar. Posó en una foto masiva con la argentinidad “y todos lo aplaudimos cuando se marchó”.
Sin embargo, el gran cara a cara, se produjo en mayo de 2019, en la semana previa al match mundialista entre el mexicano Saúl “Canelo” Álvarez y el local Daniel Jacobs. El tema inicial fue evocar sus duelos con los argentinos Gregorio Peralta y Miguel Ángel Páez. Nos dijo sobre “Goyo”: “Peleamos dos veces (1970–1971), hicimos veinte rounds. ¿Escúchame? Nunca pude darle un buen golpe. Era un gran mago. Tenía muchos trucos bajo la manga. Era como el mago Houdini. Te engañaba y quizás fue el mejor oponente que tuve en mi campaña. Al igual que Muhammad Alí, permanentemente te engañaba”.
Le recordamos también su pelea con el tandilense Miguel Ángel Páez, a quien noqueó en dos rounds en Oakland, en 1972. Prestó atención al recuerdo de una anécdota vertida por Héctor Di Pilato, entrenador de Páez, al advertir la pomposa llegada de Foreman al ring y la abismal diferencia física sobre el diminuto pesado argentino. Di Pilato le ordenaba a su pupilo: “No lo mire ¡Mátelo con la indiferencia!” Y todos volvimos a sonreír.
Jamás mostró apuros en aquel reportaje. Disfrutaba de la exactitud de las preguntas y era práctico en sus respuestas. Sobre la conquista del Mundial ante Joe Frazier, en 1973, por KO en dos rounds, nos dijo: “Cuando ganás el campeonato mundial por primera vez y tienes lo que tuvieron Jack Dempsey, Joe Louis, John L. Sullivan… es llegar al cielo. Es tocar el cielo. Es un momento como ningún otro. Decirte a ti mismo: ¡Soy el campeón mundial de los pesados! Es espléndido. Y sólo te das cuenta de lo que significa cuando te quitan la corona.”
Buscamos sus recuerdos, del Zaire, del dictador Mobutu y de su pelea perdida con Muhammad Alí, en 1974, cuando resignó la corona. Con simpatía y sin rencores nos explicó: “Recuerdo todo sobre Zaire porque estuve demasiado tiempo antes de la pelea allí. No debería haberme quedado tanto, pero me sentía muy confiado porque sabía que le ganaba hasta que sufrí un corte en mi ojo en los guanteos previos. Debí haberme ido y suspender la pelea. No tuve una buena puesta a punto y aquel derechazo de Alí terminó conmigo. Fue un derechazo como nunca vi en mi vida. ¿Si se convirtió o no en un capítulo deportivo-cultural este match? La verdad es que los deportes son fantásticos, pero son sólo deportes. Si quieres ver más allá de ello, caes en una trampa. ¡Fue muy entretenido! Si pudiese volver a los 25 años y repetir la misma experiencia en Zaire no me preocuparía tano y me divertiría mucho más.”
Su carrera y su vida tuvieron un acontecimiento especial. El 17 de marzo de 1977, tras perder por puntos con su compatriota Jimmy Young, se descompensó en los camarines, totalmente deshidratado y su vida corrió peligro. Vivió algo único que – emocionándose- nos explicó: “Perdí una batalla, solo eso, pero al llegar al camarín y lamentar en soledad la derrota tuve una visión: en un segundo yo estaba tendido. Alrededor no había nada. Era la nada misma. Nada cerca de mis pies ni de mi cabeza. Todo a mi alrededor era nada. Estaba muerto. En una fracción sentí la muerte, pero también sentí a Dios. Sentí que me rescataría de la nada dándome una segunda oportunidad. Durante diez años no cerré los puños y no boxeé. Lo que viví aquella noche en Puerto Rico cambió mi vida por completo y jamás hubiese creído que podía pasar lo que pasó”.
A partir de allí, Foreman se convirtió en un hombre de fe. Levantó su propia iglesia junto a su segunda esposa, Cyntia Lewis, convirtiéndose en ministro de la Iglesia de nuestro Señor Jesucristo. Sus mensajes llegaban plenos a la gente, pero fue estafado por sus contadores, por lo que su iglesia y su centro deportivo estuvieron a punto de desaparecer. Milagrosamente, la venta masiva de sus parrillas para hamburguesas George Foreman –su negocio incipiente- lo convirtieron, paulatinamente, en un poderoso accionista que llegaría a tener millones de dólares de ganancias mensuales.
Volvió al boxeo el 9 de marzo de 1987. Calvo y con 121 kilos de pesos en Las Vegas. Batió a Steve Zouski, entre hamburguesas, risas y críticas. Efectuó desde entonces 23 peleas más hasta perder por puntos con Evander Holyfield en 1991 en su primer intento de reconquista mundial. Insistió y volvió a resignar una nueva oportunidad al ser derrotado por Tommy Morrison, en 1993 por la corona (OMB).
Cuando nadie lo pensaba -y asumiendo muchas críticas- tuvo una tercera y última chance mundialista: un año después, ante Michael Moorer, a quién noqueó con un mazazo de derecha produciendo un milagro deportivo en Las Vegas. Era otra vez campeón del mundo. Sus ojos encontraron un brillo diferente al evocar este episodio, pero optó por una frase singular para cerrar la entrevista: “Servir a Dios fue una gran oportunidad. Mas tarde, convertirme en predicador de la palabra también. Nos vas a ganar dinero aquí… pero es un viaje maravilloso ¿Lo mejor que tiene la vida? Es cuando nacen tus últimos nietos y ya tienes a tres de ellos jugando contigo en las rodillas y no se quieran ir. Es lo mejor. ¡No necesito nada más!
Nos cuesta convertir aquella conversación jovial y magna en una nota necrológica inesperada.
Completó un récord excepcional de 76 victorias (68 KO) y 5 derrotas. Se retiró en 1996. Su golpe devastador en un cuerpo de 1.91 metros, que soportó desde 95 a 125 kilos –según las etapas deportivas- lo convirtió en una leyenda. Ejemplar, remarcable y humana.
Ideal para indicarle a todos los jóvenes cuál es el camino a seguir. Cuál es el camino correcto.
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