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Fernando Puma Martínez revalidó su condición de monarca mundial supermosca de la FIB
Venció por puntos al filipino Jerwin Ancajas
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Los buenos campeones tienen ese duende mágico que los envuelve. Y Fernando Martínez no escapa a la regla. Anoche, en el Dignity Health Sports Park de Los Ángeles, revalidó, con mucha contundencia y aplomo, su condición de monarca mundial supermosca de la FIB al superar por puntos, en fallo unánime, al filipino Jerwin Ancajas y dejó en claro el hambre de gloria que dispone para hacer historia. Fue inteligente para boxear. Fue vivo para enfriar. Fue guapo para luchar. No dejó dudas en los jurados que fallaron a su favor 119-109, 118-110 y 118-110.
Este triunfo del Puma Martínez significa una bocanada de aire fresco para el boxeo argentino, que encuentra en su figura la oportunidad de mantener vigencia en la meca boxística tras la reciente derrota de Brian Castaño ante Jermell Charlo. Dependerá del propio púgil y su entorno, encabezado por su técnico Rodrigo Calabrese, maximizarlo en más gloria y más dinero. A los 31 años, con un récord invicto de 15 triunfos (8 KO), le sobra talento y calidad para asumir riesgos ante boxeadores de la talla de los estadounidenses Joshua Franco, campeón AMB, y Jesse “Bam” Rodríguez, del CMB, el japonés Kazuto Ioka, monarca OMB, o el nicaragüense Román “Chocolatito” González, una leyenda de los pesos chicos.
Hoy por hoy, el muchacho nacido en el barrio porteño de la Boca está cualitativa y cuantitativamente a la altura de los mejores exponentes de la categoría supermosca. Su deseo de peleas grandes no es descabellado si mantiene la conducta empleada hasta ahora. Frente al filipino, tanto en el primero como en este segundo combate, quedó expuesto que las posibles diferencias de aptitudes que surgen de los récords y la jerarquía de oponentes no siempre son la medida exacta en el instante mismo en que los boxeadores se encuentran en el ring. En el terreno táctico, el que más pegó, según compubox, fue el argentino: 584 contra 544 del filipino
El dominio de Martínez tuvo mucho que ver con la excelente condición física y la buena estrategia que empleó para boxear contra un rival de mayor alcance de brazos y altura. Hizo lo que el manual boxístico indica: rotar la cintura, colocar los antebrazos perpendicularmente a ambos perfiles, adelantar la pierna izquierda, meter la cabeza entre los guantes, avanzar atento a las réplicas y descargar la mayor cantidad de golpes cortos cruzados y ascendentes. Así fue que, en el sexto round, con salvajes combinaciones, llegó a conmover Ancajas logrando el quiebre psicológico del match.
La presión del argentino en el cuerpo obligó al filipino a adoptar una actitud de respuesta permanente. Como si no le quedara más remedio que subordinarse al ritmo impuesto por el Puma. Y cuando éste, por fatiga, desaceleró su dinámica, el Pretty Boy Ancajas, también cansado, se adecuó a la transición. Algo que sucedió desde el 7° al 9°. Por cierto, que, con alternativas cambiantes, con mucho intercambio de golpes, arranques espectaculares y fragor en el cuerpo a cuerpo, Martínez fue el más preciso.
El décimo round fue el comienzo del ciclo que cerró la pelea en favor del campeón. Con una continuidad llamativa en sus lanzamientos, Martínez incrementó su ofensiva en los últimos tres rounds y machacó una y otra vez el rostro del filipino, que desesperado por meter una mano salvadora se expuso a un peligroso castigo para terminar de pie. Sin lugar a polémicas, los tres jurados se encargaron de sentenciar el triunfo del Puma, en fallo unánime, con los siguientes guarismos: 118-110 -118-110 y 119-109. Esta última coincidente con la tarjeta de LA NACION.
“Yo estoy acá para hacer historia y cumplir el sueño de comprarle la casa a mi mamá. Quiero pelear con los mejores, no le tengo miedo ninguno”, cerró, eufórico, el Puma, a quien le sobró paño para consolidarse y rectificarle a los popes de la industria que, por derecho propio, merece la chance de un combate unificatorio que le dé más lustre a su grandeza y le asegure cumplir el sueño de comprarle la casa a su mamá. Después de todo, hambre de gloria y talento demostró tener de sobra.
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