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"El Zurdo" Vásquez nunca juró en vano: aquella mano de KO en el escenario que vio brillar a Rocky Balboa
El santafesino Julio Cesar Vásquez, que ostentó el título mundial de los medianos juniors de la Asociación Mundial de Boxeo en dos períodos (1992-1995 y 1995-1996), es uno de los diez boxeadores argentinos más importantes de la historia. Su obra gestada al cabo de 14 combates mundialistas no admite cuestionamiento alguno, dada la jerarquía de sus rivales y los escenarios transitados entre 1986 y 2009.
Cada peleador escribe su propia novela con el paso del tiempo y sus proezas deportivas exaltan un sinfín de sensaciones y matices. El "Zurdo de Santa Rosa de Lima" no es la excepción y se vio inmerso en un capítulo dramático y desgarrador en la vida de los Vásquez, una familia al mando de Don Coco, un papá de pocas palabras, panadero y consejero de sus tres herederos: Víctor (el mayor), Julio y Claudio (el menor).
Los Vásquez disfrutaron en modo inclusivo de cada una de esas peleas y sobre todo en aquella de Atlantic City, en la que "El Zurdo" capturó más de medio millón de dólares pese a perder contra Pernell Whitaker, que sumó su cuarto título ecuménico en cuatro pesos, el 4 de marzo de 1995.
Aquel dolor deportivo, calmado por una valija llena de "verdes", acumuló semanas después un mazazo al corazón y al espíritu de los Vásquez, del cual nunca pudieron recuperarse: la muerte imprevista de Víctor en un accidente automovilístico, que cambió la estrella familiar.
Al "Zurdo" se le quemó la fe y se le secó el alma al mismo tiempo, como si la fuerza de su puño izquierdo lo hubiese abandonado deslealmente. Sin embargo, aquel joven de 29 años, quebrado y fuera de sí, logró balbucear frente al féretro en la capilla ardiente algo que parecía irrealizable por entonces: "Juro por tu memoria que volveré a ser campeón".
Ofrendar en vano se asemejaba a un hecho traicionero en los códigos barriales de Santa Rosa de Lima. Y Julio lo sabía.
La industria del boxeo le brindó otra chance. El promotor Don King lo contrató para pelear con el flamante campeón Carl Daniels, el 16 de diciembre de 1995. Y con un gran complemento: hacerlo en el mítico estadio Spectrum, de Filadelfia, donde Oscar "Ringo" Bonavena había "aguantado" a Joe Frazier durante 15 rounds en 1968. Y donde Rocky Balboa inmortalizó su combate con Apollo Creed, en un capítulo inigualable del cine universal. Ahí, además, se presentaría un inestable Mike Tyson ante Busther Mathis Jr., sin títulos en juego. Todo se asociaba con todo.
El furibundo KO sobre Daniels
A Julio César Vásquez poco le importaron las fotos con Tyson, los argumentos de las hazañas de Rocky y todo el oro que proponía Don King en caso de triunfar. Quería plasmar su compromiso: batir a Daniels. No hacerlo lo frustraría de por vida.
Las cosas no anduvieron bien desde el principio. Daniels se movía como una ardilla y Vásquez estaba más errático que nunca. Nervioso, bufaba como un toro de lidia, pero no inquietaba a nadie. Iba perdiendo por una diferencia irremontable de puntos en las tarjetas de los tres jueces. Faltaban apenas seis minutos para el campanazo final. Respiró hondo con el llamado al undécimo round y, a los 34 segundos, un zurdazo electrizante, aplicado con una rabia asombrosa, terminó con Daniels, a quien le contaron... ¡hasta 1000!
No lo conmovió volver a portar el cinturón de campeón de los 69,850 kilos. Miró hacia el cielo y guiñó un ojo. Volvió a sentir, viva y sin ausencias, la raíz sanguínea que distinguía a los Vásquez.
En una de sus peores actuaciones resucitó en modo inusitado, iluminado por un estrella celestial. Créase o no. Era otra vez campeón, pero le duró muy poco. Meses más tarde perdió el cetro por KO frente a un mediocre francés, Laurent Boudouani, con mucha pena y sin nada de gloria. Ya no había nada que probar ni promesa por cumplir. Se convirtió, entonces, en un peleador sin objetivos.
El boxeo fue olvidándolo y el transcurrir de los años empezó a doblegarlo. Cuando parecía derrumbarse en el ocaso, "El Zurdo" volvió a meter una mano de KO que le valió convertirse un hombre común, simple y de honesto trabajo diario. Distante de todo lo conocido: las luces en pleno y los bolsillos abultados con los billetes de George Washington.
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