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El día en que "Martillo" Roldán peleó con un oso: un suceso en la época en la que no existían internet, wi-fi ni discos duros
La imagen ganó, en modo supersónico, un gran territorio de consumo que muy pocos avezados de la tecnología habrían vaticinado algo más de una década atrás. La imagen sigue siendo una sola. Excluyente, gigantesca y majestuosa, aunque tenga mil formas de exposición. Desde la velocidad de la luz, con la que compite con el ojo humano, hasta los cientos de formatos cibernéticos que dan vida a una asfixiante industria en la que Internet puso, frente a frente, a sus aparatos favoritos: teléfonos, computadoras, televisores, tabletas, videojuegos y todo lo demás.
Hoy por hoy, la imagen sin difusión ni venta se convertiría en un producto de sobrevivencia compleja para el mercado cibernauta. Sin embargo, hubo y hay variantes para garantizar su eternidad: una buena historia, algo de memoria y un poco de imaginación. Existen capítulos inmortales en la reseña popular que prescindieron del wi-fi, los megas, los gigas y los discos duros. Sus lugares fueron tomados por la euforia, la festividad en los vecindarios y las aventuras desconocidas.
¿Cuánto habrían pagado las empresas de hoy por los derechos exclusivos de la transmisión, en directo y a todo el planeta, del desafío "el hombre contra el animal"? ¿Cuánto habrían litigado las marcas líderes por difundir la lucha entre "Martillo" Roldán y el "Oso Bongo"?
Juan Domingo Roldán fue el último gran noqueador del boxeo argentino. Sus peleas mundialistas de la década de los ochentas contra los campeones mundiales Marvin Hagler y Thomas Hearns en Las Vegas obtuvieron las cifras máximas en contratos televisivos y publicitarios. Pero en su adolescencia Roldán dio vida a un capítulo, campestre y casi clandestino, que habría conmocionado a los actuales difusores de "cualquier cosa", que se adjudican tales "bizarreadas" como logros universales. Una gran imagen y una gran hazaña que Internet no pudo capitalizar. Es decir, explotarla económicamente. Una pérdida sideral.
Verano de 1972. Igor, un europeo que jamás reveló donde había nacido, llegó al puesto de los Roldán en el campo de Freyre, a pocos kilómetros de San Francisco, en el este de Córdoba. Allí relucía en ese tiempo la carpa del Circo Húngaro, la máxima atracción del pago. Igor y Kovack, el trapecista estelar del picadero, preguntaron por Juan, el fuerte peón rural que con 15 años ya tenía unas peleas amateurs y levantaba, a la vez, un tarro lechero de 50 litros en cada mano. Ello implicaba un respeto absoluto. Era el individuo ideal para el número central del circo y para retar a la criatura imbatible.
El oso se llamaba "Bongo". No era cachorro ni viejo. Pesaba 270 kilos, y aseguraban que no mordía ni dañaba con sus garras. De todos modos, le pondrían bozal y guantes en sus extremidades anteriores para garantizar una lucha cuerpo a cuerpo y "caballeresca". Igor y los Roldán llegaron a un acuerdo económico –semejante a la paga por 10 combates amateurs– y fijaron las reglas, a dos rounds de dos minutos.
El viejo camión desvencijado publicitó con sus parlantes por todo el pueblo ese acontecimiento. ¡Y llegó la hora! Don Justo Roldán, el papá de Juan, preparó temprano el Ford A31 con el cual el "Team Roldán" llegó al recinto. No había lugar para nadie más. Todo vendido. Por eso presionaron a los dueños para que levantar las lonas laterales de la carpa gigante, como para que los que estaban fuera pudiesen ver el cotejo. Desde los sulkies y las charrés, sin desmontar de los caballos.
"Martillo" subió con malla de pesista y unas zapatillas Flecha blancas. Bongo, con guantes negros y "tapa-hocico" al tono, era retenido por una soga de sus asistentes. Su pelaje brillaba como nunca. "Si Bongo mete sus patas chicas bajo las axilas de Juancito, está listo", sentenció un albañil batido por Bongo la semana previa. El Hombre Bala mojó el piso de tierra con una regadera y ello ofuscó a la familia de Juan. "Esto favorece al oso, se agarra mejor en el barro", sentenció Tenaza, el hermano mayor.
El primer round fue duro. Bongo rompió un guante y con la garra raspó una tetilla de "Martillo", que en caso de caer perdería la pelea y parte de su plata. El boxeador pidió que soltaran a Bongo, sin cuerdas. La carpa enardeció. Por momentos, aferrado a los pelos del animal, y llevándolo hacia atrás, lo hizo trastabillar. Las gradas eran un polvorín y a esa altura sólo el enano y dos payasos apoyaban al oso. Casi todos estaban con Juan. Pasaron los restantes dos minutos y el pibe de Freyre quedó en pie, logrando una victoria magistral.
No hubo festejos. Pidió silencio y dijo a la concurrencia: "Sólo le tire de los pelos al oso. Jamás le pegaría a un animal". Rápido, al Ford A y de vuelta al campo. Había yerra y capada de novillos al otro día. No sería una jornada liviana.
Sólo hay una foto y algunos sobrevivientes de esa proeza. Aunque se estima que casi medio millón de paisanos declara haber estado allí. A veces, con una sola imagen, con fantasía y creatividad, se puede construir gestas épicas ajenas al desembolso de las fortunas que condicionan las realizaciones del universo digital. Seguramente, nadie garantizaría un suceso como éste, vivido en el Circo Húngaro que acampó un verano en el baldío del pueblo de Juan Domingo "Martillo" Roldán.
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