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Cuando el Luna Park protestó por Santos “Falucho” Laciar: la noche del bombardeo con monedas de diez mangos
El recuerdo de aquel 6 de junio de 1981, cuando el argentino perdió ante Luis Ibarra; una hinchada que no perdonó la derrota de un argentino boxeando en su propia casa.
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Gran parte de los 15.000 asistentes que vivaron durante 15 rounds al cordobés Santos “Falucho” Laciar en su primera defensa del mundial Mosca (AMB), se irritaba cada vez más al escuchar un veredicto doloroso, insospechado y perdedor. Se gestó entonces -desde las tribunas- una protesta deportiva que se iba transformando, segundo a segundo, en una manifestación agresiva y desenfrenada con todo aquello que quedaba “cerca y a mano”. Era invierno y hacía frío.
El viejo Daniel Perícoli, amigo de Ismael Pace y Pepe Lectoure -fundadores del Luna Park-, comparaba ese momento con aquel del 30 de abril de 1949, cuando los seguidores del cordobés Raúl Rodríguez, intentaron incendiar el estadio tras ser “atracado” en un fallo incomprensible ante Ricardo Calicchio, el último guapo de Mataderos. La valentía de los bomberos frenó lo que pudo ser un desastre.
Ni la historia del Luna Park ni el nacionalismo competitivo de los años 80 podían admitir que un boxeador argentino resignase su corona como local. Y en aquel 6 de junio de 1981 “Falucho” la perdió. Carlos Losauro, crítico de LA NACION justificó -en la edición dominical- el veredicto en favor del panameño y nuevo campeón, Luis Ibarra, desafiando a la opinión de la masa.
La pelea fue mala y poco clara. Desprolija y sin estallidos. El árbitro norteamericano Richard Steele le permitió a Ibarra acomodar el reglamento a su antojo ocasionando que todo el ring-side, especialmente la empresaria Amalia Fortabat, desde la segunda fila, lo increpara vehementemente. Sin disimulo alguno y ante el estupor del coronel Luis Prémoli.
Laciar había brillado tres meses atrás consagrándose campeón en Soweto, el corazón negro de Sudáfrica en tiempos bravos de Apartheid. Con Nelson Mandela preso y el pueblo en llamas. Su KO consagratorio sobre el local Peter Mathebula lo había convertido en un héroe joven del deporte argentino de sólo 22 años.
Jorge Morales tomó el micrófono y leyó las tarjetas: los jueces norteamericanos Richard Steele: 143-142, Steve Crosson: 144-141 y Jimmy Randeaux: 143-141. No alcanzó a completar la coronación de Ibarra cuando debió esquivar el primer proyectil.
El sonido seco de las monedas de diez pesos comenzó a repiquetear. Las viejas, las más pesadas, las plateadas grabadas con el arriero a caballo y las nuevas, las redondas, las doradas, fundidas en aluminio y bronce parecían balas de fusil. Rebotaban en las butacas de madera laminada del ring-side. El ritmo aumentó hasta convertirse en un “tiroteo” interminable. Nadie aceptó la derrota de “Falucho” y se consideró este episodio como una verdadera traición.
En la tribuna especial estuvieron los “franco- tiradores” más exitosos. En puntería y cantidad de metal. Se produjo un desmán absoluto y los aficionados, en la parte baja del Luna, se resguardaron como pudieron. Cuerpo a tierra, bajo los asientos, abriendo paraguas o tapándose la cabeza con sus propias manos. Gritos por doquier y hasta amagaron con apagar las luces.
A todo esto, Luis Ibarra, el nuevo campeón y su equipo saltaron del cuadrilátero refugiándose abajo del mismo. Entre risas y susurros de miedo. Los monedazos aumentaban su frecuencia y sonaban como tiros. Junto a Ibarra, registrando fotos inéditas, estaban los reporteros de LA NACION: con el “Colorado” González a la cabeza y Gabino Gómez a su lado, metiendo el alma por las mejores tomas para el suplemento deportivo. También desde ese “sector de la batalla”, algún cronista radial pudo entrevistarlo con el cinturón en su poder.
Después de media hora, la policía controló la situación y los empleados de limpieza “hicieron” un inesperado doble aguinaldo. Ayudaron a salir, con escudos y machetes al panameño Elías Cordova, hombre fuerte de la AMB y señalado como el autor intelectual del fallo resistido.
Luis Ibarra vive en Colón, Panamá. Tiene 69 años y ante la consulta de LA NACION nos dijo: “Sabíamos que estábamos a salvo abajo del cuadrilátero, ¡pero las monedas no dejaban de caer! ¡Y sonaban feo! Después vino la policía y nos dijo que podíamos salir. Y no les creímos mucho, pero pudimos llegar al vestuario un buen tiempo después. Ahora me divierto cuando lo recuerdo, pero la pasamos mal. Ya en camarines, la gente del Consulado de Panamá nos consiguió un cambio de pasajes y del Luna Park volví a mi país en un vuelo nocturno. Así me consagré”.
Fue una noche irrepetible. Con una pelea muy mala y un público desaforado como nunca se vio en casi un siglo de boxeo en el estadio Luna Park. Una hinchada que no perdonó la derrota de un argentino boxeando en su propia casa.
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