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Carlos Monzón-Nino Benvenuti, 50 años: las manos de cristal, la ayuda de Karadagian y el combate rechazado con Hagler
La conquista del título de Carlos Monzón ante Nino Benvenuti, hace 50 años, fue uno de los principales acontecimientos deportivos del Siglo XX para la Argentina.
Aquel directo de derecha fulminante hizo más que desplomar la humanidad del italiano. Cruzó el océano e inyectó adrenalina en millones de argentinos que siguieron el combate. Muchos por televisión, y muchos más por el emocionado relato radial, en tiempos en los que la TV era un accesorio de lujo para muchos. Tiempos en los que el boxeador no había revelado otra identidad, en los que el ídolo todavía conservaba su traje.
Cinco décadas después, aún quedan historias por contar detrás de ese combate. LA NACION eligió estas seis para reflejar cómo se gestó aquel nocaut, el más importante de la historia del boxeo argentino.
Los derechos de un "loco"
A la distancia resulta difícil de creer, pero Tito Lectoure no quiso comprar los derechos de transmisión de la pelea de Carlos Monzón con Nino Benvenuti. Rodolfo Sabatini, que se lanzaba como promotor, lo llamó al periodista Hernán Santos Nicolini para ofrecérselos por 35.000 dólares. Sin dudarlo, fiel a su intuición de aventurero y emprendedor, aceptó los riesgos de la propuesta. "Tenía un departamentito en Mar del Plata y me ofrecían 28 mil dólares. Lo hipotequé y conseguí que Sabatini me bajara a 28. Muchos me veían como un pendejo loco", cuenta. A partir de ese momento, comenzó una carrera para juntar el dinero, para no perder el inmueble. A medida que se acercaba la fecha del combate el interés crecía. "El primero que me llamó fue Héctor Ricardo García, de Crónica. Me preguntó si era verdad que tenía los derechos. Me dijo: ‘el 7 de noviembre me entregan el Canal 11 a las 7 de la mañana, después de la misa’. Me ofreció 30.000 por todo, pero al final le di la tele por 20.000 y yo me quedé con la radio. Y le aclaré que Ulises Barrera tenía que relatarla en televisión, por una promesa que yo le había hecho. Lo aceptaron y me dijeron que el Turco Emilio Ferés tenía que dar la tarjeta Diario LA NACION al final de cada round".
Todavía faltaban arreglar una emisora radial. "Radio Mitre me pagaba la línea. El espacio y la promoción de la pelea me lo daban gratis. Estaba convencido de que se iba a hacer por ahí con Juan De Biase. Pero me llamó José María Muñoz para negociar algo mejor en Rivadavia. Me dijo: ‘Ya está todo arreglado: relata Osvaldo Caffarelli, comenta Horacio García Blanco y vos hacés vestuarios’. Yo le contesté: ‘Mire María José (sic)… Yo hipotequé una casa y no para hacer vestuario’. Se puso loco. Me echó y me pegó un empujón que casi me caigo por la escalera. Al día siguiente me volvió a llamar y arreglamos para que yo relate los rounds pares y Caffarelli los impares. Así fue como me tocó el KO en el 12".
El noqueador de las manos de cristal
La apuesta de comprar los derechos de TV parecía riesgosa, pero terminó siendo un éxito. Nicolini no sólo no perdió su departamento, sino que las ganancias de ese combate le sirvieron para comprarse otro en Buenos Aires. Además, estableció las bases con sus anunciantes para poder seguir en el tiempo todas las peleas de Monzón, más allá de que nunca volvió a comprar los derechos de una pelea. Fue el pionero, cuando nadie confiaba en el boxeador santafecino. "El cliente más fuerte que tenía era Ginebra Bols. Cuando volvimos a la Argentina me citaron a la fábrica. Me recibe el capo de la firma, un holandés. Me dice: ‘Tengo un papel que es lo que usted firmó. Pidió 4000 dólares, pero le vamos a dar el doble, porque gracias a la pelea, en cuatro días vendimos la mitad de la producción anual de ginebra’. No sólo eso. Me nombraron representante y embajador de la firma. Lo único que me pedían es que a todos lados a los que fuera, además de mencionar sus avisos, usara un saco con el logo de Ginebra Bols".
Benvenuti era una estrella en Europa y era el gran favorito. Monzón pagaba 3 a 1 en las apuestas. Los periodistas italianos, sin embargo, empezaron a advertir que el campeón mundial no estaba bien preparado. Que dedicaba demasiado tiempo a filmar películas, a la vida nocturna y demás distracciones. Con una condición física en duda, realizó su preparación en Trani, para alejarse de la prensa. Mientras tanto, en la Argentina la mayoría no creía que fuera posible un triunfo de Monzón.
La revista Goles, que reconocía las dotes de noqueador del argentino ofrecía, sin embargo, un panorama muy poco alentador, basado en evidencias de las etapas de crecimiento de Monzón. "Descendiente de indígenas, tuvo problema de alimentación en su niñez. La caja torácica apenas si se corresponde con la de un peso pluma. Tiene brazos finos, huesos delgados, descalcificados en la infancia y frágiles. Es un noqueador con manos de cristal…", escribieron.
"No había confianza -corrobora Nicolini-. Muy pocos creíamos. Hasta Tito, en privado, decía ‘yo le voy a dar todo lo que pueda’, como aclarando que no sabía si eso iba a alcanzar a Monzón". Pero en Italia, con los rumores del estado de Benvenuti, las esperanzas crecieron. Los periodistas argentinos juntaron 10.000 dólares y García Blanco se reunió con el gerente del Hotel Sporting, donde estaba alojado todo el contingente argentino, en la Via Civinini 46, a metros del estadio Olímpico de la capital italiana. "Tenía que ser 3 a 1, porque Nino era el campeón y favorito. Pusimos nuestros 10.000 en un sobre y ellos los 30.000 en otro. Los sobres quedaron en el hotel. Al día siguiente de la pelea cobramos. Nos repartimos la guita entre varios. Hasta Lectoure cobró", completa Nicolini.
Un festejo impensado
Como se dijo, Monzón no era el favorito. Llevaba meses de una estricta preparación. Esos momentos en los que un boxeador se priva de todo lo que le gusta. Tras ganar el título de los medianos de la AMB como visitante, en Roma, ante Nino Benvenuti, lo que puede imaginarse es una fiesta descomunal. No fue el caso de Carlos Monzón. El grupo de argentinos que lo acompañó, reservó lugar para todos (el equipo del boxeador y los periodistas), en el restaurante Giggi Fazzi, en Via Veneto, famoso por sus pastas y su exclusiva clientela.
Cenaron, brindaron varias veces, pero todo fue muy tranquilo. Enseguida se trasladaron al hotel. "Llegamos muy tarde, porque la pelea terminó cerca de la una", recuerda hoy Nicolini, que a sus 74 años tiene guardado en su memoria con una asombrosa precisión en los detalles. Comparte su relato y le otorga todas las citas posibles en italiano para darle más realismo (e inmediatamente traduce al español por si no se entendió).
"En la cena estuvieron casi todos. Incluso Tito Lectoure y Emilio Ferés de LA NACION. Después nos fuimos al hotel. Nos juntamos en una de las habitaciones. Charlamos y cuando le dije ‘bueno Carlos, andá a dormir que ya es tarde’, me contestó: ‘no tengo sueño, arma la mesa para el truco’. Y nos pusimos a jugar a las cartas Monzón, Juan Aranda (uno de los sparrings), Julio De Puch (periodista de Clarín) y yo. Los demás, entre los que estaba Ringo Bonavena, charlaban aparte. No sé cuánto estuvimos en la mesa, pero en un momento Juan de Biase (el otro enviado de Clarín), corrió la cortina y dijo: ‘¡Uy, es de día!’ Y nos fuimos a dormir".
Sparring, traductor y guardaespalda
Monzón se entrenó en el centro olímpico de Roma. Tenía como sparrings a José Menno y a Aranda. "Nos recibió Steve Klaus, que era el director del equipo italiano -cuenta Nicolini-. Nos ofreció las instalaciones y nos pidió permiso para ver los entrenamientos. Nadie tenía problemas, pero no se permitía filmar. El segundo día apareció una persona con una cámara y dijo que era de la televisión. Menno había boxeado en Italia, conocía a todos. En medio de los guanteos escucho gritar: ‘¡Ma que RAI, tu si il cugino de Nino!’ (sos el primo de Nino). Los sacó a las trompadas".
Menno llegó recomendado por Nicolini. Se volvió el hombre de confianza de Monzón. Hasta le planchaba las camisas. Al regreso, Monzón paseó por la ciudad antes de llegar al Luna Park, donde lo recibió una multitud. En las imágenes del trayecto en autombomba, Menno aparece flameando una bandera argentina.
"Después de la pelea y con la plata arriba de la mesa, Monzón le dice: ‘José, ¿cuánto te debo?’. Menno le dijo: ‘Nada, te hice una gauchada, no te pido plata. Te pido un favor. Cuando volvés, hacemos una exhibición’. Y fue así".
Un mes después, en La Plata, ciudad en la que vivía Menno, fue el equipo completo. Nicolini salió durante toda la tarde con el auto para promocionar la reunión por altoparlantes: "¡Esta noche gran exhibición en el club Atenas, con el campeón mundial Carlos Monzón!", anunciaba. Hizo cinco rounds con Antonio Aguilar (el platense que le sacó el invicto) y cinco con Menno. El club, por supuesto, se llenó. Cuando terminó el evento, se juntaron a cenar. Monzón le preguntó: "¿Te fue bien?, ¿necesitás algo más?". Y Menno respondió: "¡Pero no viste como estaba el club, Carlos!". Mil personas colmaron el gimnasio. Un número humilde comparado con las 15.000 que un mes antes llenaron el Palazzetto dello Sport romano. Pero eso le permitió ganar mucho más dinero que si le hubieran pagado por su trabajo como sparring. "Menno lo acompañó a varias peleas más -dice Nicolini-. Éramos una familia… hasta que se metió Cacho (N. de la R.: por José Steinberg, que comenzó a manejar los negocios de Monzón años después)".
Con el 30% de Martín Karadagian
El regreso desde Roma fue con una escala de dos horas en Rio de Janeiro, el sábado 14 de noviembre. Mientras los pasajeros bajaron, el comandante pidió que todo el grupo de Monzón se quede arriba del avión. Se armó una transmisión en vivo con Cacho Fontana para Rivadavia. Se preparó el clima y en Ezeiza lo recibieron unas 20.000 personas.
Subieron a un autobomba y fueron directo al centro. Tras un recorrido en marcha lenta para saludar a la gente por la avenida Corrientes ingresaron en el Luna Park. Una multitud los recibió. Mientras en el escenario Monzón saludaba y decía algunas palabras, Amílcar Brusa sintió que alguien del público le tironeaba la botamanga del pantalón. "¡Soy yo, Brusa! El 30% es mío, esa palanca te la enseñé yo". Era el luchador Martín Karadagian, que según el mismo Brusa reconoció alguna vez, le había enseñado una palanca que consistía en poner el antebrazo en la nuez del rival en los momentos que el juez separaba en un "break", para que el rival se quede sin aire.
El combate con Hagler que no fue
Siete años duró el reinado de Monzón. En el año 1981, cuando estaba por cumplir 39 años y llevaba cuatro desde su último combate con Rodrigo Valdes, una oferta lo hizo pensar en el regreso. Relata Nicolini que una noche recibió un llamado inesperado y se produjo el siguiente diálogo:
(Monzón) -Santos, venite urgente porque me mandaron un telegrama y no entiendo una mierda.
(Nicolini) -¿Nada entendés, pelotudo? Leeme lo que dice.
-Me parece que habla de cuatro millones de dólares. Lo demás, no entiendo nada. ¡Vení!
-Pero estoy en pijama.
-No me importa, tomate un taxi y vení en pijama, es mucha guita.
Al llegar, Nicolini leyó el telegrama. Efectivamente le ofrecían cuatro millones de dólares para pelear con Marvin Hagler. El norteamericano aún no tenía la fama que consiguió más tarde, pero ya era campeón mundial. Le daban ocho meses para prepararse. Inmediatamente llamó a Brusa y lo puso en el altavoz del teléfono. Su histórico entrenador lo previno: "Es un zurdo muy jodido. ¿Vos de plata cómo estás?". Monzón hizo un repaso mental rápido y recorrió en voz alta: "Bien, bien… tengo los departamentos de Belgrano, un edificio en Santa Fe, el campo…".
Brusa, insistió: "Si te hace falta, yo no te voy a abandonar. Pedimos unos meses más y te preparás para llegar lo mejor posible". Monzón pensó un rato en sus quince combates mundialistas, sus 14 defensas exitosas y, contundente, le dijo: "Voy a perder y no quiero. Me retiro invicto".
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