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Boxeo olímpico, crónica de un derrumbe anunciado: no habrá peleadores argentinos en París 2024
Una noticia esperable. Por suma de errores abruptos en los escritorios, en el gimnasio y en el ring: ¡no habrá boxeadores argentinos compitiendo en los Juegos Olímpicos de París 2024! Paradójico, a cien años de conquistar las primeras cuatro medallas (Alfredo Copello, Hector Méndez, Pedro Quartucci y Alfredo Porzio) en un París bohemio y con resabios frescos de una guerra. Doloroso, por primera vez en un siglo no habrá representantes nacionales en un cuadrilátero olímpico -con excepción de Moscú 1980, al que no fue ningún atleta argentino por decisión política-.
El profesional salteño Ramón Quiroga, 11° en el ranking mundial mosca (AMB), hizo todo lo posible por lograr el sueño anillado, pero no alcanzó. Ni en las competencias selectivas de Chile, ni en Italia, ni en Bangkok, donde perdió con el ucraniano Dmytro Zamotev. Tampoco fue suficiente el esfuerzo de la bonaerense Florencia López en el ring de Tailandia: fue eliminada por la canadiense Mckenzie Wright.
Un equipo indescifrable
La selección de los púgiles participantes fue peculiar. Casi deficitaria. No convenció mayormente. Se priorizó a boxeadores profesionales, sin roce internacional, como el mendocino Abraham Buonarrigo, de un peso natural de 75 kg, expuesto a combatir en la división de 80 kg; o su comprovinciano Joel Mafauad, welter natural (66.678 kg) y reubicado en los 71 kg. Ninguno funcionó: Mafauad sólo asistió al primer selectivo y Buonarrigo, después de dos intentos clasificatorios, optó por efectuar una pelea rentada en Francia que perdió por KOT en cuatro rounds. Ambos son pupilos Pablo Chacón, medalla de bronce en los Juegos Olímpicos de Atlanta 1996, a quien jamás llamaron para asistirlos en el rincón.
Los directores técnicos del equipo oficial, Fabrizio Nieva, Omar Narváez y Victor Castro, experimentaron permanentemente con sus dirigidos. Y no fue beneficioso. Resultó inadmisible hacer combatir a la bonaerense Lorena Balbuena, que pesó 63 kg en su único combate profesional, en kilajes desorbitantes: 75 y 66kg, respectivamente, en los topes clasificatorios. ¿Alguien extiende esto?
El bonaerense Luciano Amaya, único amateur puro, que combatió muy bien en los torneos previos, arrastraba una lesión en su mano y todo el ambiente lo sabía. ¿Qué pasó? Se resintió sobre la hora, desertó de ir a Bangkok y absurdamente no hubo un sustituto preparado. ¿No hay púgiles de 63 kg entrenados para estas circunstancias?
Por último, no hubo fondos –mas allá de los aportados por el Ente Nacional de Alto Rendimiento Deportivo (Enard) para subvencionar más púgiles para esta etapa clasificatoria decisiva. ¿No pudo la Federación Argentina de Box (FAB) conseguir dinero para sumar más representantes y tener más posibilidades de llegar a París? ¿No pudo una entidad que pone –casi– su reglamento a disposición de sus promotores y televisoras oficiales conseguir aportes económicos por parte de ellos?
¿Quién fue el responsable de sumar gastos para concentrar a Quiroga, López y Amaya en Brasil, en lugar de culminar el proceso preparatorio hacia Bangkok en las instalaciones del Cenard? Con esa diferencia de dinero podían haber viajado más púgiles a Tailandia. Nadie lo previó.
¿Les interesó a los popes de la Secretaría de Deportes, Comité Olímpico Argentino, Enard y FAB (todos con responsabilidades repartidas en este fracaso) la suerte del deporte que más medallas le dio al olimpismo argentino? Definitivamente, no.
Aquellos que creíamos que nuestro pugilismo no repetiría jamás circunstancias cabizbajas como aquellas de los Juegos de Munich 1972, cuando el santafecino Miguel Angel Cuello llegó tarde al estadio para pelear por la medalla de bronce con Mate Parlov, y sus compañeros Norberto Cabrera y José Vicario, se pelearon entre sí -con armas blancas- y tuvieron que ser separados de la delegación. Nos equivocamos. No tendremos acción en París por un sinfín de factores y nombres propios cuya desidia detonó esta frustrante historia.
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