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Artur Beterbiev, “La Bestia chechena”: se peleaba en la escuela, vivió la guerra de cerca y ningún rival le aguanta sus golpes
Con 38 años, ganó sus 19 combates, todos por KO, y todos ansían el choque con Dmitry Bivol, el verdugo de Canelo Álvarez
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Fueron dos golpes, más el primero que el segundo. Iba 1m30s del octavo round y el Wembley Arena, de Londres, percibía que algo estaba por suceder. La derecha de Artur Beterbiev, campeón mundial semipesado (CMB-FIB-OMB), se filtró en medio de la guardia abierta del inglés Anthony Yarde, que trastabilló y no se fue al piso de casualidad. El remate llegó a los pocos segundos, con otra derecha descendente. Y aunque el perdedor se puso de pie con esfuerzo, estaba perdido, shockeado. Recibió el pase del referí, pero era evidente que no tenía muchas ganas ni expectativas de seguir. Desde el rincón decretaron el “no va más” y se evitó un desenlace innecesario. El daño ya estaba hecho. Y era suficiente.
Con 38 años, el ahora invicto en 19 peleas (todas ganadas antes del límite), nacido hace 38 años en Jasavyurt, ciudad de la república rusa de Daguestán, limítrofe al oeste de Chechenia, dio muestra de su poderío. Por algo es la sensación en la categoría en la que supo reinar, por ejemplo, el argentino Víctor Emillio Galíndez: la de los 79,378 kilos.
Fue una pelea atractiva, fogosa, de buenos intercambios de golpes. Una buena medida para Beterbiev, “La Bestia chechena”. En algunos de esos cruces se ve su fiereza. Como cuando lo tuvo a Yarde encerrado contra las cuerdas. No tira golpes sin sentido: demuele arriba y abajo. Pega cuatro o cinco veces al cuerpo y se tiene la sensación de estar viendo en acción a uno de esos leñadores de las películas. Golpes que sacan piernas, que minan la resistencia, que a la larga hacen bajar la guardia.
“No puedo decir que haya hecho una mala pelea, aunque si vuelvo a hacerlo, quiero hacerlo mejor. Pero me siento bien. Anthony pegó fuerte. Tiene 31 años, es joven. Creo que tiene tiempo y espero que le vaya bien en el futuro. Si soy sincero, estaba preparado para cada golpe que dio. Por eso volvía a ir para adelante. Esperábamos esos golpes”, dijo Beterbiev tras su victoria. De hecho, uno de esos golpes de Yarde, en el quinto round, lo conmovió cuando restaba menos de un minuto, pero el campeón terminó el asalto a su manera: pegando y pegando.
“El leñador” Beterbiev en acción
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— Boxing SB (@BoxingSB22) January 28, 2023
Con pasaporte canadiense y residente en Montreal, donde nacieron sus cuatro hijos convive con su esposa Melina, nacida en Moscú, Beterbiev demolió a un adversario ilusionado con el aliento de su gente y que llegaba con 23 victorias (22 por KO) y dos derrotas. Incluso, tuvo a maltraer al ruso Sergey Kovalev, ex campeón semipesado (OMB).
Esta fue la séptima defensa de Beterbiev. Es campeón desde 2017 y consiguió títulos en tres categorías diferentes. Todos esperan el cruce con Dmitry Bivol, el otro bombardero de la categoría. Un choque de rusos que podría organizarse en Estados Unidos, con el morbo que ello implica. Un duelo unificatorio. Bivol ya mostró sus cartas: derrotó al mexicano Saúl Canelo Alvarez, un gran campeón. “No sé si está cerca o no, pero quiero esa pelea con Bivol”, le dijo Beterbiev a The Guardian. Y agregó: “Pero no siento que él quiera pelear. No sé si me está evitando o no. ¿Si sería mi reto más difícil? No lo sé. Ya veremos”, aclaró.
Una vida dura y a pura pelea desde niño
Beterbiev ya no piensa en aquellas frustraciones de amateur, cuando cayó en el segundo combate en Pekín 2008 y en Londres 2012. Hoy es una de las grandes atracciones del boxeo internacional. Tiene eso que paga: golpes demoledores. Es de los que dan espectáculo. Y su historia conmueve. Se crió en un contexto de conflictos políticos y religiosos constantes. Hijo de una enfermera, nació el 21 de enero de 1985 en Khasavyurt, donde la tensión religiosa estaba a la orden del día, en una población compuesta por ávaros, chechenos, cumucos, darguines, laks y lezguinos. No es extraño que Beterbiev se haya dedicado a pelear. Porque muchos años antes de ser campeón mundial de boxeo, lo único que tenía para hacer en el paisaje montañoso en el que vivía era pelear. Peleaba con otros niños cuando salía de la escuela y peleaba en el gimnasio al que sus hermanos lo llevaron para que dejara de agarrarse a trompadas en la calle.
“No recuerdo todo, porque era un niño pequeño, pero los recuerdos no son buenos”, le dijo hace unos años al sitio Boxing News. Acaso se refería a cuando a los 10 años atendía una estación de servicio o a la superpoblación en su humilde casa, donde a veces convivían unas 30 personas. Refugiados, en gran parte. Gente que huía de los sanguinarios conflictos en la vecina Chechenia. Fueron muchos años en guerra. Muchos años de pelear. Los años de la infancia, los de los recuerdos que no son buenos.
“Yo era un niño problemático. Siempre peleaba en la escuela, en las calles. Si hubiera un torneo callejero, pelearía afuera. Yo era un chico enojado, fue una infancia muy dura. Todos hacíamos eso, era un lugar en el que no teníamos otra cosa que hacer. Después mis hermanos me llevaron al gimnasio. Fui criado por mis hermanos, para mí son como mis padres. Hacía boxeo y lucha libre. Y también me echaban de ahí, por pelear cuando no había que hacerlo”, rememoraba Beterbiev.
La victoria de “La bestia chechena”
Previamente a la pelea con Yarde, Beterbiev le contó a The Guardian aspectos de su vida. Está muy unido a su madre y perdió a su padre en un accidente de coche cuando sólo tenía 16 años. “Cuando era joven, ella me cuidaba mucho. Me hacía una dieta personal, me preparaba la comida y todo lo demás. Recuerdo que cuando perdí a mi padre recibí una invitación de una universidad deportiva de Moscú. Era una invitación personal para mí y también era como una academia olímpica de boxeo. Ese año habíamos perdido a mi padre, pero me pidió que fuera allí. Creo que lo principal que quería era que continuara con mi trabajo Siempre está preocupada por mí, pero creo que ya se ha adaptado”.
Sobre cómo espera cada combate, Beterbiev confiesa: “Por supuesto que me pongo nervioso, pero no estoy ahí sentado, retorciéndome. Tengo cosas en las que pienso. Cada vez es diferente, pero también muy interesante. Me gustan estas sensaciones”.
A Bertebiev le dicen La Bestia chechena, pero él rechaza el apodo con una sonrisa. “No soy una bestia. Soy un buen tipo. Tal vez a la gente le guste eso o piense eso, pero yo soy un boxeador muy simple”, dijo alguna vez. Sobre el ring, suelta la fiera que lleva dentro y nadie quedó en pie hasta aquí. Es implacable.
Y una curiosidad más dentro de su habitual hermetismo, con una confesión que sorprendió: no quiere ser famoso. “Me sienta bien ser un gran desconocido fuera de los círculos del boxeo. Es bueno para mí. Me gusta estar así. Soy bastante callado y no me gusta mucho eso de ser famoso”.
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