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Aquella vez de Roña Castro en ojotas y con música de Ricky Maravilla en... París
La ciudad de París, sede de las mejores aventuras de la historia, dio vida a capítulos inolvidables en el mundillo boxístico. El argumento de cada una de ellos se basó en la bohemia, los héroes, el amor y la eternidad de los grandes triunfos. Casi con certificados épicos y gloriosos, como lo fueron la consagración del gran Georges Carpentier, en tiempos de la Primera Guerra Mundial. Y la euforia y la pasión que Marcel Cerdan, el argelino campeón de los medianos, ofrendó con su vida para satisfacer los caprichos de Edith Piaff, su amante, tras la ofensiva de las tropas alemanas por territorio francés, en pleno desastre bélico internacional, a mediados de los años cuarentas.
Tiempo después, el santafecino Carlos Monzón devolvió a la "Ciudad Luz" todo el abolengo perdido, con sus grandes combates de los setentas. Con perfume de mujer por doquier y con todas las estrellas en la primera fila del ring side: Alain Delon, Jean-Paul Belmondo, Omar Sharif, Grace Kelly y el príncipe Rainiero, de Mónaco. Todos sus admiradores. Las épocas pasaron y las grandes veladas parecían agotarse.
Sin embargo, el 13 de diciembre de 1991 apareció un villano con pasado de reo en la Patagonia que puso a París en otro pico emotivo. Jorge "Locomotora" Castro, o "Roña" Castro, intentó romper los protocolos pugilísticos reservados para caballeros y trató de imponer su patente de vida, basada en la improvisación y el libertinaje, para conmover al universo deportivo ante uno de los campeones más disciplinados de Estados Unidos: Terry Norris.
En los días previos al cotejo hubo hechos que describían las realidades y las esperanzas a la vez. Casi como intercalando las fantasías con las posibilidades reales sobre el ring.
En medio del hall del hotel Meridien, donde el lujo y el buen gusto parecían parte de una galería de arte, Norris y su equipo exponían frente a la prensa sobre los beneficios de los cereales en el cuerpo del atleta y la imposición de dietas balanceadas para llegar al éxito. En ese instante, Castro, en short de baño y ojotas, irrumpía en el recinto con una baguette –gigantesca– de jamón y queso, escuchando música a todo volumen de Ricky Maravilla, grabador en mano.
En la noche anterior al combate, Edmond Chacra, un sefaradí muy ligado a la industria del juego y los casinos internacionales, invitó a diplomáticos, periodistas y artistas a una cena en honor a Castro, en el Casino de la Marina, de París. Uno de los presentes, el escritor Jorge Asís, declamó: "Roña tiene todo para quebrar la historia romántica del boxeo francés. Es un peleador de las calles que en su manera de mirar exalta la rebeldía de los jóvenes que luchan para ganar".
La gélida caminata de regreso por Champs Élysées, con sus árboles decorados con luces navideñas que parecían alhajas en los cuerpos de las mujeres más bellas, potenciaba la ilusión de ver campeón mundial a Castro. Dan Goossen, manager de Norris y sabio del negocio, reunió a los reporteros argentinos y dijo: "Lo siento, pero frenen su entusiasmo. Es un desafío imposible para Castro. Si él vence a mi campeón, prometo subir desnudo al último piso del hotel y me lanzo desde allí al vacío. Están autorizados a tomar mi fotografía".
La pelea se llevó a cabo en el Palacio Paris-Bercy. Su escenografía fantástica, la elegancia de los espectadores y el respeto por los silencios y los aplausos dieron valía y reputación a esta disputa. Sobre la base de piernas, jabs y una concentración magistral, Norris ganó de punta a punta y conservó el cetro mediano junior del Consejo Mundial de Boxeo (CMB), en fallo unánime tras 12 rounds. Nadie logró explicar lo que pasó esa noche. Las versiones de los allegados a "Roña" no pudieron justificar todo lo desfavorable que pasó en el ring. Algunos rompieron ciertos pactos y dijeron a modo de corrillo: "Ocurre que Jorge vivió un affaire con una vedette tunecina en los días previos y debió tomar antibióticos... ¿Me entiende? Por eso peleó tan mal". Pocos le creyeron y el calendario devoró ese rumor.
París sepultó la frustración de un joven Castro, de 24 años, que luego sería campeón mundial mediano. Norris siguió con el título. Le ganó a un "viejo" Sugar Ray Leonard y perdió dos veces seguidas por descalificación contra el dominicano Luis Santana, que "de pillo" acabó con su carrera.
Castro sigue viviendo a su manera: libre como el viento del Sur. Norris sobrevive a un Parkinson tempranero que lo convirtió en un hombre de fe. Ayuda a quien lo necesita, aconsejando cómo sobrellevar esa enfermedad.
Para ellos no fue una noche decisiva en sus carreras. Para los que estuvimos allí fue una frustración inolvidable.
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