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Alí-Foreman: medio siglo de “El rugido de la jungla”, la pelea que se convirtió en un cuento épico y en un lugar que ya no existe
El 30 de octubre de 1974 se vivió uno de los capítulos deportivos más memorables de la historia
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Resultaría imposible abstraerse del protagonismo absoluto del fabuloso Muhammad Alí al cumplirse medio siglo de uno de los acontecimientos supremos de su brillante carrera: “El rugido de la jungla”. Quizás el más conmovedor, el más misterioso en aquellas jornadas épicas que resaltaron la victoria de un hombre ante su gente. Aunque tuvo, en la ocasión, un contorno de personajes importantísimos que enriquecieron esta aventura fantástica, más allá de su rival: George Foreman.
Aquel 30 de octubre de 1974 fue el día más trascendente en la historia de la sede del evento: Zaire. Por entonces un país incipiente y de supervivencia incierta, semejante a un punto perdido en el globo terráqueo, fue independizado del Congo africano entre 1971 y 1997 por quién lo gobernó durante toda su existencia, el dictador local Mobutu Sese Seko, cuya fortuna personal terminó siendo superior a la mismísima deuda –externa e interna– de su patria en el día de su derrocamiento. Relanzado luego como la República del Congo, aquella madrugada en Kinshasa, su capital, se transformó en un episodio inmortal en la cultura popular del planeta. Casi en una novela enigmática y de suspenso hasta el campanazo final.
El certificado estadístico del match sentenciará que el estadounidense Muhammad Alí, de 32 años y 98 kilos, se convirtió en el primer púgil en reconquistar el campeonato mundial de los pesados al vencer por KO en el último segundo del octavo round a George Foreman, de 24 años y 99,800 kg, quien resignó el invicto en su 41° combate, con 37 KO.
Resultaba difícil entender como una mole de músculos con la pegada más poderosa del universo como Foreman, después de haber noqueado en menos de seis minutos a Joe Frazier y Ken Norton –los únicos dos vencedores de Alí hasta ese momento– terminaría rendido en modo sumiso ante los pies de su adversario. Pero así fue.
Alí–Foreman: atracción en Argentina
Fue absoluta la atracción en la Argentina. Como siempre, LA NACIÓN estuvo allí, con su enviado especial Emilio Ferés, que sumó anticipos en sus días previos. “Clay y las dudas de su actual capacidad” y “Asesores de estilos“, referido a una nota con los ex campeones Sandy Saddler y Archie Moore, entrenadores de Foreman. El día del cotejo el título fue simple y efectivo: “Hoy: Foreman vs Clay”.
Ernesto Cherquis Bialo, enviado de “El Gráfico” y compañero de habitación de Ferés, nos recuerda: “Emilio debía mandar informes diarios y los mismos se hacían por medio de operadores de télex. Lo acompañaba en esos viajes soporíferos hacia el Correo Central de Kinshasa y allí, cada diez minutos debía incentivar al empleado de correos con un billete de diez francos para que éste operase con corrección sus artículos en el teclado de la máquina. Todo era así. Para mí fue una gran experiencia, pero no me atrevo a decir que fue lo máximo en mi carrera”.
El día del combate, Ferés comentó: “El enorme desorden para la entrega de credenciales hizo que la gente permaneciera durante más de cuatro horas en un local con una temperatura superior a los 40°. Hubo que encontrar cualquier medio de transporte para llegar al estadio tres horas antes. Sólo hubo una pelea preliminar. Mucho público en las tribunas populares, cuyas entradas a última hora fueron gratuitas, aunque ubicadas a más de 60 metros del ring. El déficit para los organizadores fue enorme, pero para los productores estadounidenses, entre ellos Don King, las ganancias fueron siderales.
¿Las bolsas de los púgiles? Cinco millones de dólares para cada uno depositadas en Nueva York una semana antes de viajar a Zaire. Algo jamás visto en esta industria.
Lo que generó la pelea
Para Alí, la pelea representó exhibir a los jóvenes africanos todo lo que pasó en su vida. Pero, por sobre todas las cosas, difundir la cultura y el pensamiento rebelde de los afro-americanos. Desde su oratoria para terminar con la discriminación racial motivándolos sobre cómo lograr los objetivos en todos los terrenos.
Promocionó sus clases con el cubano Kid Gavilán, ex campeón mundial welter, para perfeccionar el lanzamiento de su golpe artesanal, el bolo-punch, y poder así sorprender a Foreman. También, entre murmullos y rumores, se sospechaba de un desorden amoroso entre su esposa, Belinda Boyd, y su prima lejana Verónica Porsche, que se convertiría al poco tiempo en su tercera mujer.
Impulsó la llegada de músicos como Bob Dylan, Carlos Santana y Barry White; amigos del mundo literario como Norman Mailer, quien escribiría el best seller “El combate” narrando todos estos periplos, y, en especial, el cantante James Brown, ícono del pop americano. En su recital en el Luna Park en 2005, nos describió: “Estuve en Zaire y hay algo que no me olvidaré nunca: mientras permanecí allí percibí la muerte a cada instante. Pensé que el dictador Mobutu nos iba a matar a todos”.
George Foreman se mantenía indiferente a todo. Una gorra amplia, de estilo hawaiano, un jardinero de jean como atuendo permanente y ojotas franciscanas. Según el promotor Bob Arum, a esa altura de 1974, “George era el boxeador más desagradable y maleducado que pudiese existir. Maltratador e inhumano. Se produjo en él una variante milagrosa en su conversión religiosa. Pensó en el prójimo y en ayudar a sus semejantes cuando volvió al ring, ya viejo, en 1987 –trece años después–. Se convirtió en predicador y me sentí orgulloso de que ganara bajo mi estrategia el título –otra vez– en 1994″.
¡Segundos afuera!
Manuel Sojit “Corner” transmitió por Radio El Mundo de Buenos Aires desde África y fue parte de la escenografía. Sus primeras palabras fueron: “Junto a mi esposa Zulema, en el ring side, dedico este relato a la presidenta de los argentinos, María Estela de Perón…”.
Foreman salió decidido a terminar lo antes posible con una estrategia trazada por Dick Saddler, su manager principal. Ahogar a Alí rápido con golpes al cuerpo y ponerlo sobre las cuerdas. Fue un error garrafal. Más allá de dominar los dos primeros rounds, Alí le cedió terreno y le ofrendó su cuerpo para recibir sus impactos, pero Foreman terminó agotado al promediar el tercer round. Ahí apareció Alí a su manera: piernas, jab, movilidad y golpes directos a la cabeza de George, que poco a poco empezó a entregarse. En lo físico y lo mental. Sobre todo, esto último.
Muhammad pudo noquearlo en el séptimo y dilató el remate hacia el octavo. Cruzó una última derecha que dejó a Foreman rendido en el tapiz. Cayó en modo torpe, sin estética de campeón noqueado. El veterano Zachary Clayton, con casaca blanca y bastones negros, contó hasta diez en modo eufórico, tal si cantara un góspel para la liberación del alma.
¡Aquí George Foreman!
Hablamos con Foreman de su pelea con Alí en Las Vegas, en días previos al match mundialista entre el mexicano Saúl “Canelo” Alvarez y el estadounidense Daniel Jacobs, en mayo de 2019. A sus 70 años, con suma amabilidad, nos confesó: “Recuerdo que estuve demasiado tiempo en Kinshasa. No debería haberme quedado tanto allí, pero una lesión en una ceja postergó la pelea desde el 24 de septiembre al 30 de octubre. Estaba muy confiado y seguro de ganarla. Sin embargo no fue así. Hubo una derecha mágica de Alí que terminó conmigo. Eso fue todo. Lo recordaré muy bien y de por vida”. Mientras se esforzaba por evocar pasajes del combate histórico nos reforzaba sus consejos, en modo jovial, sobre las distintas cocciones de las hamburguesas en las parrillas que llevan su marca. Pero, al final, acotó: “La realidad es que los deportes son fantásticos. Pero son sólo deportes. Pensar que nuestra pelea con Alí se convirtió en un inmortal capítulo cultural sería exagerado. Ir más allá del deporte sería como caer en una trampa.”
“El combate” cumple 50 años y se convirtió en un cuento lleno de intrigas, epopeyas y épica con una conclusión muy peculiar: a todos les cuesta reconocer su grandeza.
Será muy difícil asociar tantos personajes inigualables, como ellos, a la vera del ring y en un punto del mundo tan extraño como el Zaire, que ya no existe. Por sobre todas las cosas, nada de todo esto hubiese tenido vida o razón sin Alí y Foreman boxeando entre doce cuerdas.
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