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Boca-Sporting Cristal: a 50 años, detalles de la noche más bochornosa de la historia de la Copa Libertadores
El 17 de marzo de 1971, 19 futbolistas fueron expulsados en la Bombonera; dos peruanos terminaron internados y Suñé recibió 7 puntos de sutura; casi todos los jugadores fueron detenidos.
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Rubén Suñé sangra. Desde una herida abierta en el pómulo izquierdo cae un chorro rojo que le mancha el rostro y el cuello y termina tiñendo el borde superior del frente de su camiseta azul y oro.
Al capitán xeneize, que luce orgulloso su cinta celeste con un elástico blanco en el bíceps izquierdo, lo rodean tres policías. Es el 17 de marzo de 1971 y en la Bombonera acaba de concluir la noche más bochornosa de la historia de la Copa Libertadores: Boca-Sporting Cristal, con 19 expulsados, dos jugadores peruanos internados y casi todos los demás futbolistas, detenidos.
Parte de los disturbios, con relato peruano
La sangre de Suñé es producto de una patada karateca aplicada unos minutos antes por el delantero Alberto Gallardo, que desde el césped se defendió como pudo de un empujón inicial del Chapa. Todo comenzó entonces, mientras Boca reclamaba al árbitro uruguayo Alejandro Otero un penal por una supuesta infracción contra Roberto Rogel, que sobre la hora cayó en el área del visitante con el partido 2 a 2. La falta, en realidad, pareció ser del atacante. En la jugada siguiente, el capitán auriazul derribó a Quesada y en ese momento se desató todo, mientras Fernando Mellán pateaba a Ángel Clemente Rojas.
El descontrol es absoluto. En un costado de la cancha, Jorge Coch (autor del primer gol boquense) le pega una patada criminal a Eloy Campos, a quien le rompe el tabique y le causa una pérdida del conocimiento. Fernando Mellán, que acude en su defensa, pierde el equilibrio y en el piso recibe otro patadón de Coch, que le produce una conmoción cerebral. Mientras, Orlando De la Torre corre a luchar por sus compañeros caídos y reparte golpes de puño a dos jugadores de Boca al mismo tiempo.
La Bombonera se convierte en una gran jaula de UFC a cielo abierto. Hay acción en diferentes sectores del campo. Empujones, corridas, tomas de catch, patadas, puñetazos, sangre, desmayos. Es un vale todo. Algunos ven a Rubén Sánchez, el arquero xeneize, darle una trompada al delantero Carlos Gonzales Pajuelo en el medio del campo de juego, del lado de las plateas.
En un gesto de sensatez que nadie nota, Otero da por finalizado el partido, como si eso sirviera para que los jugadores automáticamente dejaran de pegarse. El informe oficial es lapidario: 19 expulsados. Se salvan apenas el zaguero peruano boquense, Julio Meléndez, y los dos arqueros, Sánchez y Luis Rubiños. También el mediocampista Ramón Mifflin, que no formó parte del caos, es sancionado.
El presidente Alberto José Armando declara ante el cronista del diario LA NACION: ”Esto no sólo me avergüenza como directivo de Boca, sino mucho más como argentino. Si esto es el fútbol, mejor que se termine. Es indudable que todo se generó por la actitud de un árbitro incapaz”.
Casi todos presos
La historia no termina allí. Campos y Mellán, inconscientes, son derivados al hospital Argerich, ubicado a diez cuadras de la Bombonera. Suñé, ensangrentado y tras demasiados golpes dados y recibidos, también es enviado a un sanatorio. El resto de los futbolistas pasa la noche en la comisaría 24ª, de La Boca, por la aplicación de un edicto policial que sanciona con 30 días de arresto a los que son considerados responsables de incidentes en el marco de un acontecimiento deportivo.
Otros tres peruanos logran evitar el calabozo. Mientras De la Torre se peleaba con jugadores de Boca, su madre fallecía en Lima. El futbolista vuelve de urgencia a su país, acompañado por Gallardo y Del Castillo.
El clima caliente no se da sólo en Buenos Aires y los hechos posteriores parecen extraídos de una película. En Perú, luego del partido, una multitud apedrea la embajada argentina, en reclamo por el arresto a sus jugadores. Casualidad o no, al mediodía siguiente, y por gestiones de la embajada peruana en Buenos Aires, el jefe de la Policía Federal resuelve conmutarles la pena a los futbolistas y dejarlos en libertad.
En las primeras horas de ese jueves 18 de marzo se da una situación tragicómica en la clínica Santa Isabel, de Flores, donde Suñé se recupera después de recibir siete puntos de sutura en el pómulo izquierdo. A la madrugada se presenta un policía con un escribiente para tomarle declaración. En la cama de al lado duerme el padre del jugador, que se quedó para acompañarlo. El policía, creyendo que era un enfermo, le pide disculpas una y otra veces por molestarlo tan temprano. “Mi viejo se tapaba hasta las orejas y me hacía señas de que no dijera nada. Fue lo único cómico de una noche terrible. Después, el Tribunal de Penas me dio más de un año y medio de suspensión, pero me salvó una amnistía”, recordará varios años después el Chapa, con su voz tan especial, para la revista El Gráfico.
Las postales sin sentido continúan. El plantel de Sporting Cristal vuelve a Lima y es recibido como si sus integrantes fueran héroes de guerra. Cientos de compatriotas les expresan su solidaridad con gritos, cánticos y carteles.
El escándalo ocurrido en la Bombonera acapara la atención de los medios aquí y allá, e incluso deja en un segundo plano noticias mucho más relevantes. El conflicto deportivo deriva en uno político: las relaciones entre ambos países están en tensión, en un contexto político y militar complejo. Mientras el general Juan Velasco Alvarado, mediante un cablegrama, alienta a Cristal por “defender la divisa con honor e hidalguía”, el diario Crónica titula “Viril repudio a la infamia de peruanos”, publica fotos de la tragedia del Estadio Nacional de 1964 y destaca: “Lindo récord de 300 muertos en un partido”. Y como si fuera poco, añade: “Perú vive de futbol, hambre e ignorancia. La hinchada peruana es salvaje y agresiva movida por múltiples complejos de inferioridad. Las ofensas peruanas van más allá del suceso deportivo y afectan sentimientos por una prensa indigna”.
Por el incidente, la Conmebol desclasifica de la Copa Libertadores a Boca y les da por ganados sus partidos contra los xeneizes a Universitario y a Rosario Central. La Bombonera, en tanto, es clausurada.
* * *
La confesión de Sánchez
Cincuenta años después, Rubén Sánchez, que entre 1966 y 1975 protagonizó 219 partidos y es el eslabón que une a Antonio Roma con Hugo Gatti en el árbol genealógico de los grandes arqueros que defendieron la valla boquense, recuerda aquel hecho, en diálogo con LA NACION.
“Íbamos 2 a 2, el partido se terminaba y era un resultado que no nos servía. En un momento dado cayó Roberto Rogel en el área y todos pedimos penal. Uno de mis compañeros empujó a uno de ellos y se armó una batahola en toda la cancha”, rememora. Y destaca: “Cuando parecía que se había calmado todo, alguien del cuerpo técnico de ellos empezó otra batahola. Era una locura. Nadie frenaba a nadie”.
Medio siglo más tarde Sánchez confiesa algo que nadie sabe: “A mí no me expulsó el árbitro, pero me citó el Tribunal de Penas. Resulta que a un compañero mío estaban pegándole en la mitad de la cancha, cerca de donde ahora está el túnel local, y el Tribunal me mostró una imagen en la que se me veía tirarle una trompada a un peruano, al que no alcancé a agarrar porque me asusté de sólo pensar en pegarle. Cuando me preguntaron si yo había pegado o no, les dije que cuando vi venir al rival me asusté y me defendí arrojando un manotazo al aire. Ésa fue mi excusa. En realidad, creo que si yo pegaba me noqueaba a mí mismo, porque nunca supe pelear. Nunca me gustó”.
¿Cómo es para un futbolista pasar la noche en una comisaría? “Rarísimo. Fuimos todos a la 24, que es chiquita. Los titulares, los suplentes, los técnicos. Unos estaban sentados en el suelo; otros, en algunos asientos, y los demás, en la calle. Pero todos detenidos. Creo que hasta nos hicieron fichar. Recién nos largaron a la mañana del día siguiente”, cuenta Sánchez.
“Fue muy parecido a lo que pasó 20 años después en Chile, en las semifinales de la Libertadores de 1991, contra Colo Colo”, compara el ex arquero. Y entre risas añade: “Evidentemente siguieron nuestro ejemplo”.
El diario LA NACION del día siguiente detalló los hechos: “Frente al arco que defendía Rubiños se dio una serie de rebotes, que provocó numerosos forcejeos por la posesión de la pelota. Entonces, el zaguero Mellán le aplicó un puntapié a Ángel Clemente Rojas, quien replicó de igual forma y Suñé, que pretendió ayudar a su compañero, fue empujado por Gallardo. Sí, por supuesto, una acción reprobable, que merecía la expulsión, pero nunca lo que después sobrevino, que figurará entre las más negras páginas de la historia del fútbol”.
Y así fue. Cincuenta años después, aquel Boca vs. Cristal sigue ocupando el primer peldaño de ese podio bochornoso.
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