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Boca - River. El talento y la inspiración son colombianos: ¿no estaremos haciendo algo mal?
Edwin Cardona y Sebastián Villa son las apuestas en el equipo de Russo; Jorge Carrascal (y antes Juan Fernando Quintero) y Rafael Santos Borré, en el conjunto de Gallardo.
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Parece mentira, pero este domingo se juega un Boca-River en el que las dosis de talento, y en buena medida de gol, nos llegan desde afuera. Que Cardona, Carrascal, Villa y Borré, cuatro futbolistas colombianos, concentren las expectativas de los hinchas no es casualidad y a su vez encierra varios mensajes.
La afinidad entre el fútbol argentino y el colombiano viene de lejos. Nació con la emigración masiva de muchos de nuestros mejores jugadores -incluido Alfredo Di Stéfano- luego de la huelga de 1948 y se fue consolidando a partir de un gusto y un paladar que nos emparenta. En definitiva, el estilo del fútbol colombiano, también del peruano, conservan todavía rasgos del antiguo fútbol nuestro.
Existe en Colombia una consideración especial por el fútbol argentino, que desde siempre ha sido visto y consumido por el público. Durante décadas, el prestigio de nuestros torneos, el nivel de los jugadores y la hipercompetitividad de nuestros equipos ejerció un efecto magnético sobre el futbolista colombiano. El sueño, muy difícil de concretar hace 30 o 40 años, era venir a jugar acá, incluso como escala previa antes del salto a Europa.
Gol de Borré a Boca
Los jugadores de hoy están empapados de esa influencia, así como de los recuerdos de aquella generación que encabezaba el Pibe Valderrama y cuya genética era bien argentina, por eso no es extraño que se sientan cómodos y elijan nuestro fútbol para crecer en sus carreras, ayudados porque el mercado colombiano es todavía relativamente accesible en lo económico para los clubes argentinos.
Pero no hay dudas de que su llegada también va de la mano de la merma en la producción propia de jugadores con determinadas características. Es este punto el que debería llamarnos especialmente la atención.
Gol de Villa a River
Argentina era una fábrica de números 10, de talento, y aunque duela decirlo, aquel clásico jugador atorrante, casi indolente, que gambeteaba con las medias bajas se ha evaporado. Los últimos números 10 surgidos de las inferiores de Boca y River que lograron consolidarse como titulares en sus clubes fueron Juan Román Riquelme y Andrés D’Alessandro, en ambos casos hace alrededor de dos décadas. Hoy, su lugar lo ocupan los Cardona y los Carrascal, o antes Quintero, y habría que preguntarse seriamente por qué.
El fútbol argentino debería cuestionarse sobre las causas por las que no se dedica a descubrir, darle cancha y dejar ser a ese tipo de futbolista que forma parte de nuestra identidad. (Los jugadores, por cierto, se descubren, no se fabrican. El gran ojeador es aquel que sabe ver una proyección en alguien de nivel medio, al crack lo descubrimos todos).
Leí hace poco una frase de Carlos Peucelle que sigue siendo actual. Quien fue uno de los “armadores” de la histórica Máquina de River decía: “Yo no busco posiciones. Busco jugadores y mi tarea es encontrarles la posición”. Hoy se prioriza la táctica. A los jugadores se les pide que piensen el fútbol a partir de la presión y la dinámica para solo después ver cómo incorporar los otros ingredientes, como si saber jugar pudiera reemplazarse con la voluntad, el entusiasmo o el esfuerzo. En el caso concreto de los mediocampistas se les pide que sean volantes mixtos, que hagan un poquito de todo sin ser influyentes en ninguna área específica del juego.
Cuando los enganches sufren
En esa transformación nadie sufre más que los números 10. Es a ellos a quienes se les exige adaptarse al rigor de un funcionamiento basado en la presión y el desplazamiento físico, en lugar de que sean los demás quienes deban hacer el esfuerzo de interpretarlos y aprovecharlos. Esto, además, sin tener en cuenta que un talentoso debe contar con un escenario de equipo adecuado para desplegar sus capacidades.
Gol de Cardona a River
Es también a ellos con quienes se tiene menos tolerancia en un fútbol lleno de urgencias y obligaciones. No es casual que Cardona haya mirado desde el banco la final de Madrid y la vuelta de la última semifinal de Copa Libertadores, que Gallardo no acabe de resolver sus dudas sobre Carrascal o que el propio Quintero fuese suplente en el arranque de aquel partido del Bernabeu que acabaría definiendo.
En esta clase de futbolistas, y también en delanteros como Villa, Borré, en su día Falcao o ahora mismo Londoño, otro chico colombiano que el pasado jueves definió con su gol el superclásico de Reserva, se cree o no se cree, sin términos medios. Todos llegan a Primera con materias que rendir en su desempeño, pero la única manera de aprobarlas es contando con la confianza absoluta del entrenador, y no siempre ocurre.
Lo curioso es que aun con las dudas que despiertan, aunque se les acuse de laguneros y se les marque su falta de participación en el juego (suele olvidarse el detalle de que la inspiración eficaz no puede ser tan constante como otro tipo de tareas dentro del equipo), los entrenadores siguen necesitando el aporte del ingenio y la inspiración para destrabar partidos complicados y abrir defensas blindadas.
Es en este contexto donde a los clubes argentinos les llama la atención el talento natural de los colombianos; y como al mismo tiempo la presencia de compatriotas en clubes tan seductores como River y Boca estimula en los colombianos la ilusión de ser el próximo Carrascal, Villa o Borré, el cóctel ideal queda servido... hasta que llega un Superclásico y nos damos cuenta que las dosis de creatividad ya no son “nuestras”. ¿No cabe pensar que quizás haya algo que estemos haciendo mal?
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