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Una asamblea en la burbuja de Disney
Los jugadores de Milwakee Bucks tenían que salir a jugar el miércoles pasado su playoff contra Orlando Magic, pero llevaban tres horas discutiendo dentro del vestuario. Se comunicaron vía Zoom con el vicegobernador de Wisconsin, Mandela Barnes. Le preguntaron por qué no estaba detenido el agente Rusten Sheskey, que había disparado siete veces contra el ciudadano Jacob Blake. El primer jugador que dijo que no saldría a la cancha fue George Hill. "Ni siquiera tendríamos que haber venido aquí", afirmó. Lo acompañó Sterling Brown. En 2018, simplemente porque había estacionado mal su auto, los policías le dispararon a Brown con pistolas Taser y le clavaron una rodilla en el pecho. Noche en la cárcel. Escupidas y maltrato. El capitán, Giannis Antetokounmpo, cambió de idea y comunicó al entrenador Mike Budenholzer que él tampoco jugaría. El equipo llamó al padre de Blake, el hombre baleado en Kenosha, cerca de Milwakee. Llorando, Jacob Blake Sr. dijo a los jugadores que él y su familia recordarían ese gesto "de por vida".
El comentarista de Inside the NBA Kenny Smith, con Shaquille O’Neal a su lado, contó en plena trasmisión que su cabeza estaba "por explotar". "Como hombre negro, como ex jugador", siguió, "no puedo estar aquí esta noche". Se paró y se fue del estudio. La que estaba a punto de explotar era la burbuja anti-Covid que la NBA instaló en Orlando para relanzar el show. Los jugadores, amplia mayoría de estrellas negras que ganan una media de casi 8 millones de dólares anuales, celebraron una asamblea inédita en el salón de baile del resort de DisneyWorld. "¿Nos volvemos a nuestras casas, como pidieron los jugadores de Lakers y Clippers, o seguimos jugando?". Chris Paul, el presidente del sindicato, avisó riesgos económicos y solicitó que la decisión fuera unánime. LeBron James salió antes de la votación final. Patrick Beverley (Los Angeles Clippers) pidió que los entrenadores dejaran la sala para que los jugadores votaran más libres. Doc Rivers (Clippers) aceptó el pedido. Años atrás, racistas habían incendiado su vivienda. Tras la asamblea, Rivers habló llorando con la prensa: "Es asombroso por qué seguimos amando a este país y este país no nos ama".
Al paro de la NBA se sumaron deportistas y equipos de ligas menos politizadas, como las de béisbol y hockey sobre hielo. Hasta el blanco tenis tuvo que parar el Masters 1000 de Cincinnati, por demanda de Naomi Osaka. "Antes que deportista, soy una mujer negra" y "ver el continuo genocidio de personas negras a manos de la policía me enferma el estómago", dijo Osaka. La legisladora demócrata Alexandria Ocasio-Cortez pidió a The New York Times y a The Washington Post que no usaran la palabra "boicot", sino "huelga". "Porque es una huelga y muestra el poder de los atletas como trabajadores", argumentó Ocasio-Cortez. "Si es una huelga", ironizó el periodista Dave Zirin, "otros trabajadores podrían adherirse en fábricas y empresas y eso puede ser ‘peligroso’ para la nación". Fue una semana histórica para el deporte de Estados Unidos. Jugadores que, en tiempos de pandemia y brutalidad policial, se pararon para decir que ellos no son Mickey Mouse.
La protesta lanzada por la NBA en Disney coincidió con la Convención Republicana que impulsó la reelección de Donald Trump. Ley y orden (milicias blancas incluidas) vs. caos y anarquía. "La NBA", protestó Trump, "se ha convertido en una organización política". El discurso del presidente –afirmó la CNN– incluyó una mentira cada tres minutos. Es la nueva política. La NBA levantó finalmente su paro. Barack Obama llamó a LeBron. Y fue clave la mediación de Michael Jordan (presidente de Charlotte Hornets), el único patrón negro de la NBA. A cambio, los jugadores lograron que los dueños de las franquicias, que ya aportan dinero para la lucha antirracial, se comprometieran también a usar su poder y su influencia para modificar leyes. La NBA retomó el sábado. Hubo homenaje previo al actor Chadwick Boseman, Pantera Negra en The Avengers y que en la película 42 interpretó a Jackie Robinson, el primer beisbolista negro que, en 1947, jugó en las Grandes Ligas.
Jackie Robinson, ícono de lucha en el deporte de Estados Unidos, como Muhammad Ali, Bill Russell, el podio de Mayo 68, Colin Kaepernick y muchos más, vivió en otra clase de burbuja setenta años atrás. No podía comer en los mismos restaurantes de sus compañeros blancos ni dormir en sus hoteles. Compañeros y rivales se negaban a jugar con él. Escupían sus zapatos. Le apuntaban la bola a la cabeza. Sufrió insultos, odio y amenazas de muerte. Estados Unidos lo homenajea todos los 15 de abril. La pandemia aplazó la fiesta al viernes pasado, casi en simultáneo con la muerte de Boseman y el paro de los deportistas. El recuerdo en los estadios incluyó un cortometraje narrado por Mookie Betts, jardinero estrella de Los Angeles Dodgers. "Hasta que el hambre no sólo sea inmoral sino ilegal", dice la voz de Betts. "Hasta que el odio". continúa, "sea reconocido como enfermedad, flagelo y epidemia y tratado como tal". Y concluye: "No hay un estadounidense libre hasta que todos nosotros seamos libres". Letetra Wildman, hermana de Jacob Blake, lo escribió aun más claro: "No quiero tu compasión, quiero un cambio".
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