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Sergio Hernández y su noche de furia: toda una carrera no se deshace en menos de un minuto
Ese torbellino, esa gresca que no llegó a durar un minuto, se terminó comiendo todo. Porque la mayoría trató de calmar y eso fue algo muy bueno. De lo contrario, la situación hubiera sido peor. Pero la parte mala fue demasiado mala. Tanto que no permitió ver con claridad el instante posterior al descontrol, cuando las personas que habían generado el escándalo ya estaban arrepentidas, penando por lo que acababan de hacer.
No necesitó llegar al final del partido Sergio Hernández para reconocerse "responsable del bochorno". Más triste todavía fue el final. Avergonzado, el técnico de Peñarol y de la selección nacional pidió reunir a la prensa para volver a disculparse y se despachó con un discurso en el que se autoflageló durante 20 minutos en el estadio de Obras. Hasta dio ideas de posibles castigos que deberían caberle. Y dijo que aceptaría cualquier cosa, que no podía justificar nada, ni siquiera a esos que decían que salió en defensa de un jugador de su equipo (el DT explotó cuando Roquez Johnson contestó brutalmente una agresión de Leonardo Gutiérrez). Casi no le dejó alternativas al Tribunal que debe sancionarlo.
Leo Gutiérrez, el que encendió la mecha de este cartucho con dos faltas antideportivas sobre Johnson, fue expulsado. Y esperó en la puerta del vestuario a Julio Lamas, el entrenador de San Lorenzo para pedirle disculpas, abrazarlo y terminar despidiéndolo con un beso en la frente. Un gesto tan cariñoso como responsable para alguien que sabe lo que ha hecho mal.
Hernández, Leo Gutiérrez y Lamas. Tres de los nombres mencionados hasta aquí, son parte grande de la historia de la Generación Dorada. Por eso era imprescindible esa madurez del final para creer que esto fue algo aislado, que no debería volver a ocurrir.
Lo que más cuesta entender es la posición de Hernández, hombre que vivió decenas de situaciones mucho más complejas que estas y las supo resolver con frialdad, paciencia y aplomo. Cómo explicar después de esto que se trata de persona capacitada y amable. Pero ese ratito... menos de un minuto. Se cegó, dejó escapar todos los demonios internos de una vez. Ni siquiera escuchó a su amigo Julio Lamas, que gritó su nombre varias veces, buscando sin suerte devolverlo a la realidad. Sólo Hernández puede saber qué pasó.
Hace apenas tres meses, se encontró con una de las noches más adversas para la selección nacional. Tal vez la más compleja desde que la Generación Dorada se cruzó con Grecia en los cuartos de final de Atenas 2004. Con 20.000 mexicanos bramando en su contra en el DF, con fallos arbitrales que generaban dudas. Allí soportó el peso de una exigencia tan grande como injusta. En honor a los antecedentes de los que ya no están, le tocó hacerle frente a una pelea desigual. Junto con Luis Scola y Andrés Nocioni tuvo que conducir a un grupo de jóvenes en la casi imposible misión de llegar a los Juegos Olímpicos de Río. Y llegó. Pero más importante que el éxito fue que se lo vio sereno, firme y responsable. Construir ese tipo de entrenador, adquirir esa experiencia, lleva toda una vida. Ese es el mayor crédito para Hernández. Todo eso no se puede deshacer en menos de un minuto.
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