Seguridad de Los Ramones, fletero, jugador profesional en la Liga Nacional de básquet, dueño de una lavandería, ayudante de pescadores en Brasil, actor en El Marginal , custodia en el Hyatt de Guns & Roses, cantante de jazz y blues… También puede ser Pocho o Barny. Mide 2 metros, pero por TV no parece tan gigante.
Disfruta de tener una pelota de básquet en sus manos de la misma manera que subirse a un escenario. Tira magia con Claudio Rissi o Nicolás Furtado, así como lo hizo con Leandro o Sebastián Ginóbili . Aprendió de León Najnudel a cómo moverse dentro de una cancha y también de Sebastián Ortega para brillar en tele. Marcelo Peralta es uno de esos personajes que atesoran vidas tan intensas que cuando las relatan le sacan una sonrisa a su interlocutor.
"No tengo miedo de laburar de cualquiera cosa". Lo dice y es convincente. Para entender, Marcelo Pocho Peralta fue jugador profesional de básquetbol durante 11 años y vistió la camiseta de Boca, Pico Fútbol, Quilmes de Mar del Plata, Racing, Provincial de Rosario, durante los 90 y la lista sigue. Pero también fue parte de elencos como los de Detective de Señoras, Son de 10, Gerente de Familia, antes de su experiencia en el deporte.
El teatro under fue su refugio y se convirtió en Barny hace un par de años, cuando tuvo la chance de ser parte de El Marginal y logró mayor exposición en la segunda temporada de la serie de Underground. Se sonríe y divierte, pero cuando frunce el ceño mete miedo. Aunque suelta frases que permiten comprender bien qué tipo es siempre: "Hoy soy Marcelo, pero cuando sale Barny… Agarrate Catalina. Y lo mismo cuando jugaba al básquet, cuando entraba a la cancha lo hacía Pocho y guarda… salí de mi camino". Y cuando arranca no se detiene: "Mis dos metros me dieron muchas satisfacciones en el deporte, pero acá en la actuación tengo que medir menos. Cuando firmaba un contrato en la Liga Nacional me preguntaban cuánto medía y contestaba "2.05 metros", pero cuando voy a una producción la respuesta es "1,96".
Su historia en el deporte tiene varias páginas de colección, porque se midió contra jugadores que escribieron las páginas de gloria del básquetbol argentino: "Cuando comenzaron a jugar los chicos de la Generación Dorada, ninguno pensaba en que podían llegar hasta donde lo hicieron. Con Oberto nos dimos fuerte debajo del aro, él era chico y yo llevaba tiempo en la Liga. Lo mismo con Chapu Nocioni, era guapo ya desde pendejo. Y Scola marcaba la diferencia ya desde los cadetes de Ferro". Le brotan las anécdotas: "Jugué con los Ginóbili, contra Milanesio [Marcelo] y Campana [Héctor], eran una época de unos jugadores impresionantes".
-Fuiste jugador profesional en la Liga Nacional, ¿Por qué la actuación?
-Lo que pasa es que me había ido de la actuación con ganas de volver. Yo primero actuaba, laburaba en Detective de Señoras, tenía un lindo personaje, hacía teatro… Pero me apareció la chance de irme a Quilmes de Mar del Plata y fue todo muy rápido. Tenía que aprovechar la juventud y tuve que decidir.
-¿Es de herencia esta doble actividad de actuar y volcarse al deporte?
-Fue una búsqueda propia. El lomo me llevó a buscar esas cosas. El último de la fila, casi 1,80 metros en la primaria, era más alto que el director. Ojo, me gustaba, porque sobresalía por mi estatura y además era el payaso en el escenario. Si había que hacer una obra me enganchaba; si había que hacer reír, me encantaba.
-¿Y el básquet fue una especie de refugio por ser muy alto?
-Es un poco así. Antes, ser tan alto significaba que te mirasen todos. Me daba contra el marco de las puertas, la gente se daba vuelta en la calle, me señalaban. Había que tener personalidad para ser distinto. Por eso, uno busca lugares en donde todos se igualen y en el básquet la mayoría son altos. Tenía compañeros que no entraban en un taxi. Entonces ahí te sentís mejor. Encontré herramientas para mi confianza, lo que me sirvió para el deporte y la actuación. Es un deporte que te da reflejos, potencia tu inteligencia, te prepara para poder leer los tiempos que pide un partido… Son todos elementos que se pueden trasladar al teatro o a la televisión. Es cuestión de ritmos, de saber cómo darle un espacio al otro, el pie que le dio a un compañero en la actuación es como dar una asistencia en el básquet.
-Actuar en El Marginal, ¿fue como jugar en Boca o en Quilmes de Mar del Plata en la Liga a Nacional?
-Lo pongo en perspectiva y me parece que son cosas importantes.Creo que tiene algo de eso, son momentos que dejan huella en la vida de cualquiera. Soy muy agradecido a todo lo que viví en la Liga, fui once años profesional del básquet. Tuve grandes entrenadores que me marcaron, como por ejemplo León Najnudel, el creador de la Liga Nacional.
-Algunas de las cosas que te enseñó León, ¿las aplicaste en tus personajes, por ejemplo en Barny, en El Marginal?
-Me parece que el poder mirar qué sucede y actuar en el momento exacto. León era eso: muy observador. Me parece que eso lo incorporó con las jornadas de bares y cantinas que tenía encima. Tengo el recuerdo del tipo con su trago en la mano… Un tipo de calle, urbano. Y cuando ponés eso a disposición del otro es casi un combo perfecto. El jugador quiere un tipo que entienda lo que está pasando dentro de la cancha, y el actor, uno que sepa lo que es vivir. León tenía las palabras exactas y hay veces que esas palabras pueden ser fuertes. Y era él con sus convicciones. Lo admiraba profundamente.
-¿Qué es lo primero que se te viene a la cabeza cuando recordás la época de jugador?
-Son muchos recuerdos, pero lo que más me marcó fue haber compartido grupos compactos. Estuve en equipos como Pico Fútbol que era una roca ese conjunto. Quilmes también el primer año tenía esa característica.
-¿Jugaste con los Ginóbili en Mar del Plata?
-Sí, con Sepo [Sebastián] y con Leandro. Dos tipos geniales. Teníamos un equipazo. Un grupo que dentro de la cancha era durísimo y afuera era muy sólido. Jugar con Leandro y Sebastián Ginóbili era genial. Y en ese momento andaba Manu dando vueltas por la cancha con 10 u 11 años y pesaba 20 kilos mojado y era un chico retraído. Agarraba la pelota como pidiendo permiso. Después vi lo que sucedió con él y me quedé paralizado pensando ¿qué pasó? ¿En qué momento se transformó en ese extraterrestre? Me parece que no dimensionamos lo que Manu consiguió como deportista. Chapeau para él.
-El secreto del éxito El Marginal, ¿fue la unión y la química del grupo?
-Yo creo que sí. Mi mirada de la situación me permite decir que eso es clave. Yo como jugador era 4 o 5 y mi característica de juego era ir al rebote y marcar al americano más complicado. Un jugador de rol. Y en El Marginal soy el que le hace la segunda a Mario Borges, el que va al frente, al choque y hace el trabajo sucio. Mi papel es secundario, pero específico. Y la comunión entre los actores principales con los que tenemos un lugar en segundo orden en la historia hace que todo fluya.
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-¿Es normal que haya tanta buena onda en un elenco? ¿Es común que algunos actores sean fans del producto?
-La verdad que todo lo bueno que sucedió en El Marginal es culpa de Underground. Ellos tienen mucho que ver porque crearon la atmósfera necesaria para crear un buen grupo. Todos comparten buena onda, nos quedamos después de grabar a comer un asado o a tomar algo. Y están todos, los de arte, sonido, maquillaje. Esa química es de ellos y no es tan común que suceda. No son formatos que se den siempre.
-¿Se pudieron dar cuenta qué pasó con el producto?
-En el primer Marginal éramos el equipito que no sabía qué iba a pasar. A mitad de grabación nos mirábamos y le preguntábamos a los productores "Che qué onda, ¿vamos bien?". Y en el segundo Marginal sentí que jugaba en el Dream Team. Porque estar con Romano [Gerardo], Roly Serrano, Rissi [Claudio], Furtado [Nicolás]… Los ves laburar a ellos y es una locura. Acompañado por una buena producción, un buen libreto y buena onda, puede suceder cualquier cosa.
-¿Por qué sentís que funcionó El Marginal con la gente?
-Me parece que a la gente la motiva mucho lo se puede imaginar y no veo. Flashea con ese universo del "mundo cárcel". Pero nosotros contamos una porción de lo que sucede en ese mundo. La mayoría de los extras estuvieron presos en Caseros y nos contaron historia que nos permiten comprender que la realidad supera a la ficción. Muchos personajes pegaron justo y el producto es excelente. Mucha gente actuando con barrio, con el lomo curtido y que contó una historia que no le era tan lejana.
-¿Era complicado bancar algunas escenas por la densidad del contenido?
-Mucho. Había momentos espesos. Por el libro, por el escenario, porque ahí las paredes hablan. Es adrenalina, porque dicen "acción" y hay 50 monos con cuchillos en la mano gritando que van a matar a alguien. En una escena me tiré en un agujero, me hice un tajo de 10 centímetros y termine en el hospital para que me den varios puntos. Era muy real por momentos. Escalofríos, te daban.
-¿Podías vivir del básquet?
-Totalmente. Durante los 11 años que jugué como profesional lo hice sin problema. En mi mejor momento creo que estuve entre los mejores 50 jugadores del país. Y eso se valoraba a la hora de negociar un contrato.
-¿Y en el mundo de la actuación?
-En mi caso es complicado porque son trabajos muy esporádicos. Y más por la situación del país. Hay como un parate en producción de ficción. En el Marginal tomé un poco de aire. Hice teatro que no sé si me reditúa mucho, pero me da aire a la cabeza y me da más herramientas para trabajar en televisión.
-¿Te planteaste en algún momento volver a trabajar con el básquet?
-Siempre me lo planteo. A mí me costó mucho empezar a jugar. Antes había hecho atletismo, handball y voleibol y a los 15 años empecé a jugar. Nadie me quería enseñar y no me tenían la paciencia necesaria. Iba de club en club hasta que un día me enseñaron en Urquiza a cómo moverme dentro de una cancha. No quiero ser técnico, sino una especie de asistente. Me gustaría ayudar a los chicos y más a los pivotes para que aprendan a moverse debajo de los tableros. Miro mucho básquet, veo bastante a la NBA, a LeBron James, mucha Liga Endesa y bastante a la Liga Nacional.
-La adrenalina que sentís cuando actúas, ¿es parecida a la que experimentabas cuando jugabas?
-Totalmente. Es saber cómo y dónde usarla. El teatro te enseña eso. Porque cuando jugaba yo tenía claro cuándo usarla o aplicarla. Ahora, cuando hay una escena, es bueno saber cómo usar las herramientas necesarias para leer dónde poner la energía. Es muy intenso todo lo que se vive. Me parece que actúo para descargar la energía que gastaba en el básquet. Y cuando no actúo, me voy al gimnasio. Me pasó de caer en un pozo depresivo, porque venía de una vida muy intensa y de un día para el otro te quedás sin ese murmullo que te alimentaba. Ahí te das cuenta que ya no tenés eso y la cabeza es la que es necesaria acomodar para ese momento.
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