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Rubén Magnano, un ícono de la Generación Dorada: "Ese grupo tuvo una humildad inteligente"
El ex entrenador del seleccionado de la Argentina, habló de su exigencias, de su relación con aquel plantel, de su experiencia en Brasil y de su deseo que continuar dirigiendo; no descarta un retorno a la conducción del conjunto albiceleste
Un acento y un tono de voz que se vuelve reconocible para el universo deportivo. Una impronta inigualable que lo eleva en el planeta básquetbol. Rubén Magnano, a los 62 años, dice y exuda pasión. Hasta el silencio lo escucha atento porque sus expresiones guardan contenidos. Dice sin decir, una habilidad para muy pocos.
Como uno de los autores intelectuales de la gesta de Atenas 2004 y líder del sub campeonato del Mundial de Indianápolis 2002, resulta curioso que nunca haya vuelto a la selección de la Argentina. No se queda en esas cuestiones, sus experiencias, por Italia, España, Brasil y Venezuela lo mantuvieron activo. Magnano no es amigo de las manifestaciones públicas, sin embargo, cuando acepta una charla responde sin vueltas. No se queda en su condición de hombre importante en el mundo básquetbol, busca nuevos desafíos y hasta reconoce que no descartaría un retorno a la conducción del seleccionado de la Argentina.
–Un hombre tan inquieto como usted, ¿Cómo está viviendo este proceso sin estar en la conducción de un equipo?
–Es cierto, es un momento bastante particular. Estoy haciendo cosas, pero no entrenando a un equipo. Estoy dando charlas, siempre tengo cosas por hacer, no me quedo quieto, no es mi naturaleza. También es claro que hay un tiempo que yo estoy utilizando, que por cuestiones laborales y por estar fuera del país, se me fueron negando. En especial cuestiones familiares, situaciones comunes que por no estar no pude hacerlas. Son cosas simples que para mí tiene un peso importante.
–¿Está con ganas de estar a cargo de un equipo?
–Me siento todavía con la energía para conducir. En nuestro trabajo es un llamado telefónico, no se sabe bien de dónde y hay que tener la disposición para salir. Estoy con ese deseo, estoy con la valija preparada, pero con la tranquilidad de saber que hoy hay situaciones de las que puedo disfrutar. Sin duda que debe ser una propuesta que sea seductora en lo deportivo, para que se pueda realizar un trabajo.
–¿La Liga Nacional es una plaza que le interesa?
–De la experiencia que viví en Venezuela aprendí muchísimo. Muchas veces se puede subestimar algunos lugares, pero ese pasaje por Trotamundos me permitió advertir que hay que estar extremadamente preparado para cada experiencia. Por lo tanto, la Liga Argentina es una competencia extremadamente dura y competitiva. En este momento para mí es una Liga altamente desafiante y eso es muy motivador. No es fácil ser entrenador en nuestra Liga Nacional. Hay muy buenos entrenadores, jugadores y la competencia es de alto nivel. Es un examen semanal que tenés que dar. Así lo tomé en toda mi carrera. Hay que ser humilde y saber que con rótulos no se gana absolutamente nada.
–¿Hay muchas diferencia de aquella Liga que usted dirigió entre 2008 y 2010 a la actual?
–El básquetbol es uno de los deportes que más variaciones tiene. El juego se hace más intenso, es más reactivo e incluso hasta más físico. Aunque entiendo que la esencia del básquetbol es una. Sigo viendo un torneo nacional con un alto grado de mirada sobre cómo se juega en Europa, entiendo que históricamente es así, se trata de imitar, cada equipo con su sello, lo que sucede en el Viejo Continente. Y yo tengo exactamente esa misma mirada. Me gusta mucho más ese tipo de juego. Hay algunos cambios tácticos, pero no más que eso.
Argentina derrota a Estados Unidos en Atenas 2004
–Después de 2004 nada volvió a ser igual para usted, ¿siente que de alguna manera ser Rubén Magnano, hace que no se animen dirigentes de la Liga Nacional a contratarlo?
–La respuesta no la tengo yo, la deben dar los dirigentes que son los que bajan el martillo. Ellos deciden el futuro del equipo por intermedio de la contratación de tal o cual entrenador. Después de 2004 y de dirigir en Europa, yo volví a la Liga para conducir a Atenas y después ya no regresé. Eso no quiere decir que no haya tenido nuevas ofertas, porque en esta vuelta al país recibí varias propuestas, que finalmente no se llegaron a cerrar. Es decir, que hay dirigentes dispuesto a charlar conmigo para tratar de que yo entrene en la Liga. El futuro dirá.
–¿Qué tiene que tener un proyecto deportivo para seducir a Magnano?
–A mí me interesa mucho que haya una estrecha relación entre el objetivo deportivo y las herramientas a disposición. Eso implica materia prima, infraestructura y buena disponibilidad para llevar adelante cada idea. Y no estoy hablando de tener un plantel plagado de estrellas, no se trata de eso. Si se toma en cuenta mi última experiencia en Atenas (2008-2010), teníamos buenos jugadores, pero sobre todo con muchísimo compromiso por querer hacer algo importante para recuperar la mística de Atenas, de Córdoba. Eso me interesa, que tengan objetivos cuantificables. Que haya una relación entre lo que decimos y lo que hacemos. Son todas variables que a mí me seducen.
–Las eliminatorias hacia el Mundial de China 2019 despertaron todo tipo de controversias, ¿qué opinión le merece el nuevo sistema de clasificación?
–El primer punto y más importante es saber cuál es la mirada del universos del básquetbol y eso quiere decir la gente que se va a acercar a estos juegos. Entiendo que el pueblo del básquetbol siempre quiere ver al mejor representativo nacional, con los mejores nombres para conformar ese equipo. Cuando arrancó el tema de las ventanas me manifesté muy a favor, porque me parecía que le permitía a la gente tener al seleccionado con más frecuencia compitiendo en casa. Eso me pareció extremadamente significativo. Ahora bien, esto es bueno en tanto y cuanto se pueda tener la mejor representación. Y donde empiezo a dudar de todo esto, es cuando advierto que FIBA llevó adelante esta medida sin tener la certeza de que tiene el apoyo total de los jugadores que compiten en Europa y en los Estados Unidos. Y eso hace que los jugadores locales sean los que tengan que asumir este compromiso. Y son jugadores que la gente ve dos o tres veces por semana, por lo tanto, entiendo que no va a ser fácil llevar a la gente a la cancha.
–¿Cómo calificaría su experiencia como DT de Brasil?
–No sé si uno puede dejar un método. Se intenta plasmar una idea de básquetbol, no hablo de filosofía porque sería demasiado el concepto, porque se tiene poco tiempo con los jugadores. Pero sí creo que junto con mi grupo de trabajos pudimos ayudar a que Brasil pueda jugar de una determinada manera. Y más allá de los resultados. Entiendo que logramos un respeto y se recuperó un poco la credibilidad en el básquetbol brasilero. Conseguimos que la selección cambie un poquito su forma de jugar, más altruista, un poco se rompió ese paradigma de tomar lanzamientos de tres puntos, se apuntó a un juego más solidario, más corporativo, en donde la defensa ocupaba un espacio sumamente importante. En lo personal me quedó una sensación bastante amarga en la última competencia, que fueron los Juegos Olímpicos, porque había mucha expectativa. Es cierto que con la selección de Brasil sufrimos muchas adversidades en esa puesta a punto antes del Juego Olímpico. También, curiosamente, durante mi período en Brasil sufrimos adversidades por la negación de muchos jóvenes a participar en el equipo. Y en el resultado final del la última competencia me quedó la sensación amarga de no haber podido, al menos, pasar esa primera instancia. Pero bueno, esto es deporte, nos tocó una zona muy dura y es así.
–¿Por qué siente que hubo tanta resistencia para con usted en Brasil?
–Estimo que la palabra tal vez sea compromiso por parte de una alta población de jugadores. Pero no todos, porque hay una cantidad importante con un alto sentido de arraigo por jugar en el seleccionado nacional. Tal vez sea, me animo a decir, que puede ser el temor por ponerse la camiseta de un seleccionado nacional. Porque no todo el mundo es capaz ni está preparado para jugar para su selección nacional. Para ser jugador de selección hay que estar hecho de una madera especial y tener una estirpe diferente. Es más, hay muchísimos ejemplos de cómo varía la producción de un jugador cuando actúa en su equipo respeto a cuando lo hace en su selección. Por hacer una comparación con la Argentina, desde muy temprana edad en nuestro país se genera un sentido de pertenencia sobre los colores que se defienden que nace desde los clubes y que después, por carácter transitivo, se lleva a la selección. Acá es un orgullo pertenecer a la selección. En Brasil, falta esa construcción, esa educación, por eso muchos jóvenes le dijeron que no al equipo nacional, algo que me resulta extremadamente curioso e inaceptable.
–Cuando mira a la distancia lo que hizo con el seleccionado de la Argentina, ¿cuánto siente que lo enriqueció aquello?
–Fue una cosa única, que me llena de orgullo, más allá de los resultados. Cuando pienso en todo el proceso… Allá por el 2000 estos jugadores que hoy son estrellas y que algunos ya se retiraron, todavía no tenían ese renombre y me animo a decir que tampoco tenían esa calidad que después los puso como jugadores top en el mundo. Entonces para mí era un tremendo desafío formar parte de eso y al mismo tiempo me sentía extremadamente confiado por lo que ellos me transmitían. Veía un compromiso que demostraban con actitudes diarias. Se preparaban con una pasión… Cualquier entrenador ante ese escenario se ve impulsado a creer que los sueños que uno tienen se pueden cumplir. Fue un aprendizaje inconsciente. Tener la capacidad de escuchar fue una herramienta importante. Recibía información, procesaba y evaluaba. Entiendo que se creó un ambiente para que las cosas fluyan como se debía. Sentí un extremado orgullo de pertenecer a ese grupo.
Argentina campeón en Atenas 2004
–Mucho se habló siempre de sus exigencias como entrenador, ¿siente que llevó los máximo?
–Aprendí un concepto y entiendo que debe ser la bandera de un entrenador: el entrenador tiene que ser un facilitador de éxitos. Uno como conductor tiene la obligación de asumir ese compromiso. No se trata de las capacidades del entrenador, sino de comprender que la función es potenciar a los demás. No importa la empresa que se lleve adelante, las formas que se aplican para mejorar al otro son la clave de todo. Siento que fui un entrenador de ese tipo. Entiendo que con el tema de mis exigencias muchas veces se ha extralimitado con los conceptos. Porque esa forma siempre llevó una única intención: mejorar al otro. Exigir de manera individual, atendiendo siempre el deseo del otro también, permite confluir en un excelente producción de equipo. Así los objetivos van a estar al alcance de la mano. Y eso va más allá de un resultado. Siempre sentí que mis exigencias fueron coherentes y en pos de un objetivo colectivo.
–Se dijo que usted tenía un buena relación con la Generación Dorada, pero que había un vínculo por momentos tenso porque les bajaba mucha presión, ¿es real?
–Yo sé que soy un entrenador exigente, pero porque esa exigencia primero la tengo conmigo. No dejo las cosas libradas al azar e intento que la gente que dirijo entiendan ese grado de exigencia. Siento que eso lleva a una mejoría. Yo edifico esta historia, con una teoría bien clara, si entrenamos como jugamos, también jugamos como entrenamos. Se debe construir desde ahí. Lo importante es que se entienda el camino.
–En medio de aquel proceso con la Generación Dorada también se decía que usted era tan estricto que, por ejemplo, no dejaba usar celulares en los desayunos, almuerzos y cenas a los jugadores, ¿todas esas cosas fueron ciertas?
–Hoy sin duda sería inviable. Las personas que estamos al frente de grupos debemos aggionarnos. Hay momento en los que se puede, incluso, hay cosas con las que yo seguiría con la misma postura. En ese momento me parecía muy importante que en todas las actividades de equipo, todo el tema celulares y esas cosas, quedaran fuera del equipo. Por la comunicación entre el grupo, por el mensaje, por dialogar de cosas que nos interesaban. Pero no sólo de cuestiones deportivas, sino de todo. La intención era crear vínculos. Pretendimos siempre la equidad, buscamos el respeto ante todo. Teníamos normas. Sabíamos que había lugares que eran casi un santuario para nosotros. El vestuario para mí era inviolable. Los transportes que utilizaba el equipo, eran inviolables. Hay cosas de las que sigo convencido. Siento que es guardar la salud del equipo.
–Lo mejor de todo es que todos aceptaron todo eso
–Digo que todo ese grupo tuvo una humildad inteligente que fue clave en toda la historia. Ellos supieron acomodarse a cada situación. Se adaptarona lo que pedía la selección nacional. Entendieron que esas exigencias nos podían hacer mejor. Y aceptaron que hubiera un entrenador que direccionaba las cosas. Fueron tan inteligentes que aceptaron cosas que hasta les podía generar fastidio. Se estableció una convivencia de equidades y de respeto por las determinaciones de un entrenador. Eso se vio a la hora de jugar.
–¿Cómo se motiva un entrenador que fue subcampeón del mundo y después campeón olímpico?
–Lo fundamental es no sentarse encima de los logros. Cuando a uno lo supera el recuerdo que la esperanza, me parece que está complicado. Cuando uno le dedica más tiempo a mirar la historia que lo que viene, entiendo que es hora de evaluar si merecemos continuar. Intento no sentarme en los recuerdos, busco nuevos desafíos, nuevas esperanzas y eso me motiva.
–Después aquella gran conquista, ¿Pensó en algún momento en dirigir en la NBA?
–No tuve ninguna posibilidad ni ningún contacto de poder insertarme en la NBA. Si hubiera sucedido en aquel momento la verdad que lo hubiera pensado bastante, porque no sé si me seduce tanto. Sí tuve, después de Indianapolis (2002) ofertas muy interesantes, de grandes equipos en Europa. Pero no acepté porque quería terminar el ciclo olímpico con nuestra selección... Mirá vos, casi como su hubiera tenido una visión.
–Después de todo lo que logró con la Argentina, ¿por qué no volvió nunca a la selección?
–Es difícil responderlo, porque no lo sé. Me parece que sería interesante preguntarles a los dirigentes de turno. Cuando arranca el tema de elegir un entrenador part-time (2007) se designan tres técnicos para seleccionar a ese conductor y yo no estuve ni siquiera entre esos tres. Entonces, yo no tengo la respuesta para eso. Si me preguntás ¿Le molestó? Claro que me disgustó, lo que no quiere decir que yo debía ser elegido. Pero al menos, estimo que debía haber sido considerado. Pero bueno, son cosas que suceden y uno siempre trata de fortalecerse con ese tipo de actitudes.
El final contra Serbia en Atenas 2004 y la palomita de Manu
–¿Le gustaría volver a ser el entrenador de la selección?
–Nunca digas nunca. Siempre una selección nacional te llena de orgullo. Es algo incomparable. Hoy la selección de la Argentina tiene un gran entrenador y hay que respetar su trabajo. Si el día de mañana llega una posibilidad se evaluará. En mi cabeza no es un tema que está cerrado el hecho de poder colaborar con la selección nacional.
–¿Siente que se aprovechó como corresponde todo lo que se logró con la Generación Dorada?
–Lamentablemente uno no tiene los números reales. La verdad que no me detiene lo que se podría haber logrado con el tema sponsors y esas cosas. No digo que no me parezca importante, sino que me perece menos valioso que poder conocer un número que no tenemos. Es querer saber qué impacto se generó a nivel población para la iniciación del básquetbol. Sinceramente, en esencia, lo que me interesa es saber qué cantidad de niños se sumaron a la población del básquetbol. Y ese número no sé quién lo tiene. Estoy convencido que eso sí sucedió. Que se podrían haber hecho mejores cosas seguro. Incluso, también creo que se deberían haber hecho más. Pero más allá de las cosas negativas que se hicieron, me parece que hay que felicitar a los clubes, que supieron albergar a los chicos que se acercaron después de lo que hicimos en Indianápolis y en Grecia.
–Cuando ve a Scola, Nocioni o Ginóbili, como estandarte de aquella épica, ¿qué le pasa cuando ve todo lo que lograron después?
–Scola se convirtió en el gran referente auténtico de la selección nacional. Con una cantidad de sí a la selección que es notorio. Me animaría a decir que es algo único. Emanuel (Ginóbili) mantiene la bandera argentina muy bien plantada por años en la NBA. Fue el as de espada de nuestra selección. Entendió qué camino debía tomar para hacer cada vez más grande a cada uno de sus compañeros. Chapu (Nocioni) es sinónimo de carácter, dotado de una fibra especial. Un verdadero jugador de selección. Las selecciones nacionales necesitan de ese estilo de jugadores. De las doce patas que tuvimos en esa etapa, ellos fueron muy importantes en ese grupo.
–¿Le gustó lo que vio de esta última selección?
–Me parece que ellos lograron algo bueno. Me gustó lo que vi, estoy muy esperanzado para esta selección. Me parece que un verdadero test para ellos será cuando nos choquemos contra los equipos más poderosos de Europa. Ahí me parece que vamos a saber a ciencia cierta en qué escalón estamos parados.
–El Rubén Magnano de hoy, ¿qué le diría al Rubén Magnano de aquel entonces?
–Que deje que los jugadores lleven los celulares a la mesa.
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