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Río 2016: el llanto contenido de Manu Ginóbili y la emotiva despedida de la Generación Dorada
Manu selló su adiós: “No me quedó nada pendiente”; el bahiense intentó contener las emociones por el retiro del seleccionado, pero tuvo muchos estímulos y se terminó quebrando
RIO DE JANEIRO.- El cubo que pendía del techo del Arena Carioca I mostraba en primer plano a Emanuel Ginóbili justo en el cierre del partido. Eran cuatro Manus simultáneos en las pantallas, en realidad. Y ahí se veía cómo los músculos de su cara intentaban contener las lágrimas, pero era inevitable: su nariz se ponía roja y sus ojos, vidriosos. Un sollozo inocultable, alimentado por la bulla de alrededor. Si hasta los basquetbolistas norteamericanos le hicieron un mini homenaje, ofreciéndole la pelota anaranjada, sabiendo también que pronto lo volverán a ver en el mundo aparte de la NBA. No era su idea, tanto amor: “Traté de no vivirlo como algo tan especial. Quería pasar inadvertido e irme con la cabeza gacha al vestuario, pero el mundo conspiró en mi contra para que eso no suceda. Primero Oveja [Hernández] me dice que me va a poner de nuevo y después me saca para el aplauso; luego alguien aparece con la pelota y me hace volver a la cancha. Después mis compañeros, el afecto de la gente... fue imposible contener la cordura, la serenidad, un poquito me quebré”.
#Rio2016EnTyC#Baloncesto Manu y sus lágrimas después de su último partido en la Selección. https://t.co/PZW2uN5hN5&— TyC Sports (@TyCSports) August 17, 2016
Não fui ao jogo, mas o parceiro @hesmeriz gravou esse trecho. Que festa, que despedida do Manu Ginobili! #rio2016pic.twitter.com/nhe7ZM65cy&— Cleber Akamine (@CleberAkamine) August 17, 2016
Y ahí estaba la postal de un atleta que se ubicó en el olimpo del deporte argentino junto con Diego Maradona, Guillermo Vilas, Carlos Monzón, Juan Manuel Fangio y Roberto De Vicenzo. El hombre solo en el medio del estadio, con el peso de su gigantesca carrera en el seleccionado definitivamente atrás. Manu y su toallón blanco sobre su hombro izquierdo, Manu sosteniendo una camiseta albiceleste y la pelota con su zurda genial. Saludaba a los cuatro costados y miraba nostálgico a ese grupo grande de hinchas argentinos que se fueron apilando sobre las barandas, formando una U alrededor del estadio. Un ritual, una adoración al ídolo que daba la última función. Por eso, el grito estentóreo: “Oleee // Oleeé // Oleeé // Oléee // Manuuu // Manu //”.
Flashbacks, momentos que se le vienen a esa cabeza rapada como diapositivas. Aquel triunfo sobre el Dream Team en Atenas 2004, la coronación de laureles en esos Juegos, la medalla de bronce en Pekín 2008... Más atrás en el reloj, la caída sobre el filo ante Yugoslavia en el Mundial de Indianápolis 2002. Su aventura arrancó en el Mundial de Atenas '98. “¿Cosas pendientes? No. Si no hubiésemos ganado algo grosso, habría dicho que sí. Esa espina nos la sacamos desde hace un montón de tiempo y seguimos compitiendo como si nunca hubiésemos ganado. No me quedó nada; tengo la enorme fortuna de decir que a los 39 años estuve en otros Juegos Olímpicos y que los volví a disfrutar. Me sentí útil, no vine de adorno, y creo haber contribuido”.
Efsane Manu Ginobili gözyaslarini içine akitarak milli takima veda ediyor! Duygusal anlar... pic.twitter.com/sWQOWgvmbA&— Hizli Hücum (@hizlihucum) August 17, 2016
Está convencido de que hicieron un buen papel en Río 2016; que les tocó enfrentarse con el mejor equipo del torneo en los cuartos de final y no pudieron pasar. “Pero así y todo, con la derrota, soy un tipo muy afortunado de estar acá en este momento”.
Es un gusto grande el que se dio Ginóbili. Porque dejó su última estela celeste y blanca al lado de sus compinches de siempre: Luis Scola, Chapu Nocioni y Carlos Delfino. Con toda seguridad no habría alcanzado la misma estatura de jugador sin sus hermanos en la cancha. Porque ellos fueron en esencia eso: un equipo. “Tiene un valor distinto con estos jugadores. Si hubiese sido con once chicos de 23 años habría sido impactante, pero haber jugado con Luifa desde hace 20 años, con Chapu desde hace 17, con Cabeza desde hace 14 es diferente. Al mismo tiempo pensás en todos los que no están: Fabri [Oberto] entrevistándome, Pepe [Sánchez] comentando y los demás mirando desde su casa y que fueron parte de todo esto”.
Es su vida adulta prácticamente entera picando la pelota sobre el parquet. Son un cúmulo de anécdotas que ni siquiera el retiro le borrarán. Saldrán historias y se matará de risa con sus compinches. Un grupo de amigos que ingresaron directo en el corazón del pueblo argentino. “No está en mí decir si se terminó el mejor equipo argentino de la historia. Es muy difícil hablar de distintos deportes y épocas. Yo sé que hemos marcado una época, fue un montón de tiempo con los mismos jugadores. Y eso no es habitual, ser campeón olímpico, algo impensado en la historia de nuestro deporte. Así que indudablemente dejamos una huella y la gente se sintió identificada, nos respeta y nos quiere. Eso es muy valioso también, incluso más que un título”.
No sabe cómo se perfilará el futuro de la selección sin sus servicios y los de Nocioni. Tiene claro, cómo no, que el próximo Mundial será dentro de tres años: ninguna chance de formar parte a los 42. Por eso, lo inevitable del vacío del deportista, tras el adiós. “Y sí, en mí va a quedar un vacío. No soy conciente de lo que pasará, pero sé que era inevitable. Va a ocurrir con Luifa también, o con quien sea. Hay que valorar las experiencias que sí tuve y que viví. Fue espectacular”. Sí, fue espectacular.
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