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Por qué una generación brillante sufrió la mayor frustración en cuatro décadas
La selección sufrió sólo cuatro derrotas en doce partidos, pero una combinación de resultados la dejó fuera de la Copa
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Patrick Baumann, secretario general de FIBA, murió en 2018. Fue aquí, en la Argentina. Durante los Juegos Olímpicos de la Juventud en Buenos Aires. Sufrió un infarto mientras miraba un torneo de 3x3. El dirigente suizo ya había generado una revolución en el básquetbol. Siempre supo que, para mantener un negocio poderoso, no podía dejar de tener de aliada a la NBA. “Si seguimos agobiándolos, no jugarán más”, comentó en una entrevista con LA NACION en 2014. Perderlos sería retroceder a la década de los 80, la última vez que un torneo grande se jugó sin ellos.
Hoy que la Argentina acaba de quedar eliminada del Mundial por primera vez desde los 80 (1982, en Colombia, para ser más exactos), el análisis inmediato tiende a apuntar a las emociones que se desbordan por la bronca y el dolor. Entonces, ¿cómo explicar esto?, ¿a quién señalar? El impulso puede elegir caminos de última hora: los libres que falló un jugador, al arbitraje algo permisivo con el juego físico de los dominicanos, una elección del cuerpo técnico o una decisión dirigencial. Pero la verdad es que ninguno de ellos tiene la culpa totalmente. Suele decirse que ningún equipo se va al descenso por el último partido. Esto es algo similar. Hay que explorar un poco más aquella frase de Baumann, trasladarse bastante más lejos de esta durísima derrota en el Polideportivo de Mar del Plata, para entender que fueron traicionados por el sistema.
El dirigente suizo realizó un complejo cambio en el calendario internacional. Los torneos continentales de Europa y América se jugaban cada dos años y eran eliminatorios para Mundiales y Juegos Olímpicos. Pasaron a jugarse cada cuatro y ahora sólo tienen el valor del título. Con aquel formato, los países que tenían figuras en la NBA o la Euroliga, podían reclamarlas todos los años para jugar en su selección. Ahora, sólo pueden hacerlo una vez cada cuatro años (o dos, en caso de conseguir la clasificación a los Juegos Olímpicos).
De hecho, la Argentina es vigente subcampeón mundial, cuartofinalista olímpico, número 4 en el ranking (sólo detrás de España, Estados Unidos y Australia), campeón continental y medalla de oro de los Juegos Panamericanos. Es uno de los mejores seleccionados del planeta..., pero no jugará la cita máxima. Y esa enorme contradicción sólo se justifica en el cambio de formato clasificatorio. No es algo nuevo, siempre se supo que algo así podía pasar.
Las ventajas de la nueva modalidad son que los países sin mucho desarrollo pueden ver ahora a sus selecciones en casa cada tres o cuatro meses. ¿Lo negativo? Ese formato impide que los jugadores que participan en las dos principales ligas del mundo (NBA y Euroliga), estén presentes en el 50% (o más) de la etapa previa al Mundial.
Países como Venezuela o Dominicana, que tienen a sus principales jugadores en las ligas locales y en equipos de segunda línea en Europa, no sufren. Otros, como la Argentina, Eslovenia o España, por nombrar tres ejemplos, lo sienten. Puede sonar a excusa, pero no lo es. Hay quienes se benefician y hay quienes se perjudican con este tipo de competencia.
Ni siquiera el gesto de Gabriel Deck y Nicolás Laprovíttola de cruzarse el Atlántico para meterse en la cancha apenas unas horas después de aterrizar alcanzó. Por varios motivos técnicos que inciden especialmente en el estilo de juego argentino, eso fue nocivo. La Argentina suele tener, por biotipo, una desventaja física con la mayoría de sus rivales. Todo lo equipara con ciencia, automatización de juego, estudio del rival. Eso demanda de un trabajo que no se puede hacer sin prácticas.
Y no se puede negar que, detrás de las estrellas actuales, esa camada que logró el segundo puesto en China, no hay una base con jerarquía internacional. En la era de la Generación Dorada, eso no ocurría. El segundo y hasta el tercer equipo podían seguir siendo competitivos.
Hubo, también, algo de mala suerte. Esta no es la primera vez que se usa este sistema. En 2019, en el que la Argentina no sufrió en la fecha final, pero con los jugadores que actúan en la Liga Nacional, ganó dos o tres partidos por muy pocos puntos. En caso de haberse perdido, podían haberla puesto en una situación similar. Además, la combinación de resultados aquella vez hizo que Dominicana llegara al Mundial como el mejor cuarto de los dos grupos, con apenas siete victorias. Hoy, la selección de Pablo Prigioni consiguió ocho triunfos y no le alcanzó. Una fortuita combinación de resultados con selecciones con las que no pudo enfrentarse, también lo marginaron.
Baumann protegió el negocio con la NBA, que renovó su contrato de fidelidad con FIBA. La relación con la Euroliga, por otra parte, siguió siendo muy mala. Alguien le preguntó aquella vez al dirigente si estaría dispuesto a perderse en un Mundial a un gran seleccionado porque no pudo atravesar la etapa clasificatoria. “Quiero que llegue el día en el que los jugadores enfrenten a sus clubes y les digan que quieren jugar con su selección, que obliguen a que se cambien los calendarios. Si la Euroliga no quiere ayudarnos, no me importa. Tengo que privilegiar un negocio que está valuado en 5000 millones de dólares (lo que se estimaba que costaba la NBA en 2014) y no en uno de 250 millones de euros (el valor de la Euroliga por entonces)”. En definitiva, aceptaba que jamás le torcería el brazo a la NBA, pero creía que la Euroliga, con un poco de buena voluntad, podría adecuar su programa de partidos. Esa voluntad no existió.
La Argentina, se dijo, sufrió cuatro derrotas en 12 partidos que lo dejaron fuera del certamen que se hará en Japón, Indonesia y Filipinas. En tres de esos cuatro partidos no pudo tener a sus principales figuras (Campazzo, Laprovíttola, Luca Vildoza, Gabriel Deck…).
En China 2019, la FIBA se privó de Luka Doncic porque Eslovenia (campeón europeo), no pudo avanzar sin sus estrellas. Ahora, no tendrá al campeón de América y a Facundo Campazzo y Gabriel Deck, estrellas de la Euroliga, por los mismos motivos.
Ante una situación de tensión, de golpe por golpe, se sabe que la presión suele ser mayor sobre los favoritos. Eso pasó con la Argentina, que sucumbió en una mala noche, se paralizó. También grandes seleccionados europeos lo sufrieron antes.
Hubo situaciones rocambolescas que hacen más difícil de digerir todo. Como la salida de Néstor García, el entrenador que dirigió la primera mitad del certamen, y que fue separado del equipo para luego ser el verdugo a cargo del equipo dominicano. Una revancha (tal vez merecida) para él, una cruel mueca del destino para nuestros jugadores.
Como sea, las reglas se conocían desde el principio. Hoy sólo hay que aceptar la verdad: Canadá, Dominicana y Venezuela fueron mejores que el equipo que pudo presentar la Argentina ante ellos. Dentro de unos meses, cuando el dolor se supere, habrá que pensar en una nueva estrategia. El sistema, que perjudica a países como el nuestro, no va a cambiar. Debemos reforzar nuestra selección de otra manera, hacerla más competitiva con menos recursos. ¿Con qué plan?, ¿cómo lograrlo?
Sobre esta generación de jugadores pesa ahora la primera eliminación de un Mundial después de 41 años. Pero siguen siendo tan brillantes como cuando ganaron la medalla de plata en la Copa del Mundo de China o cuando levantaron el trofeo de la Americup en Brasil hace unos cuantos meses. Habrá que ser creativos y asumir de la manera más responsable posible el problema para tratar de que esto no se repita. Aunque a simple vista, no parece haber muchos caminos.
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