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Pepe Sánchez: "Los chicos de Bahía tienen algo especial, como lo teníamos en la Generación Dorada"
Desde su proyecto, Bahía Basket, pretende imponer la cultura que lo llevó a brillar como jugador a la NBA y a brillar en Europa y en la NBA; su máximo objetivo es crear una universidad de este deporte
“Abraza la incertidumbre”. La frase se lee en el brazo izquierdo de Juan Ignacio Sánchez, Pepe, y da a pensar por qué alguien decidió grabarse en el cuerpo ese mensaje. “Los médicos me decían que no podía tener hijos, y en ese momento, por mi mirada lineal de la vida, me preguntaba «¿cómo puede ser, si yo soy un atleta de alto rendimiento? ¿Cómo yo no voy a tener hijos?». Y se convierte en un tema con uno mismo, porque uno piensa «si todo lo que me propuse en la vida lo logré. Esto, que es algo natural, ¿cómo no voy a lograrlo?». Ahí uno debía aceptar que la vida no era lineal y que era posible no alcanzar todo lo que yo pensaba que podía hacer. La vida me puso en mi lugar y me dijo «tuviste una buena racha. Bueno, ahora se cortó». Muchas cosas tuve, y otras tantas no voy a poder. Entonces decidí tatuarme esta frase. Y hoy, que pude tener un hijo, como un milagro de la naturaleza, sigue representando eso”.
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Casi a los 39 años, no oculta cómo siente. Demasiado recorrió. Se acomoda en el sillón cada vez que va a encarar una respuesta y siempre se toma un tiempo para la reflexión. Nada de impulsos. Eso lo ayudó en su paso por el básquetbol como jugador, en el que dejó una huella, y ahora lo mantiene en su aventura como dirigente, con la que está provocando las mismas marcas. Bahía Basket, su proyecto, está ubicándose en el plano de excelencia que él pretendía. Sabe lo que eso implica. Y lo disfruta, a su manera, con mesura, sin desbordes. “En guardia”, como le gusta decir. Por eso en una extensa charla con la nacion, Pepe Sánchez cuenta detalles de este proyecto y cómo impactó en su vida.
–Dijiste que este grupo de jugadores de Bahía Basket tenía algo parecido a lo que tenían ustedes, los de la Generación Dorada. ¿Qué es ese algo?
–Es verdad: estos chicos de Bahía tienen algo especial, como lo teníamos en la Generación Dorada. La competitividad que tienen, una pasión por el básquetbol poco usual. No es fácil encontrar grupos que respiren básquetbol, y éstos tienen unas condiciones tremendas y un talento importante para su edad. Y todo eso confluye en que lograron poner al grupo por delante de ellos mismos. Eso es complejo. Acá fue fundamental la Liga de Desarrollo, porque empezaron ahí y fueron ingresando al juego en la Liga Nacional. Eso les generó una base de confianza que después transmiten como bloque. Tienen una gran cantidad de horas de trabajo individual y de grupo. Se cuidan mucho entre ellos, y eso es muy importante.
–¿Cuánto influyen sus ganas de aprender?
–Tengo la sensación de que nosotros, cuando éramos chicos, poníamos más tiempo que el que ponen ellos, pero lo de este grupo es de más calidad, porque tienen mucha más información. Un tema es la comida; nosotros comíamos lo que había, no teníamos a nadie que nos pasara esa data. Ellos reciben información buena, chequeada, y encima se la transmitimos de primera mano. Porque no sólo estamos nosotros ahí, sino que está también la experiencia de Manu [Ginóbili], de Scola, de Prigioni, de Oberto... Nosotros somos transmisores de esas experiencias. Les hablamos mucho; en algún punto funciona como una familia. Manu mismo ha compartido tiempo con ellos. Supongo que todo eso genera una seguridad muy grande. Y ellos se empujan uno al otro para crecer. No hay que ser un genio para darse cuenta de que hay un patrón que tarde o temprano va a terminar en algo especial. Y tienen un entrenador [Sebastián Ginóbili] que calza justo en esa dinámica, que está tallado para este grupo de chicos. ¿Dónde está el límite? No imaginaba un Final Four de Liga de las Américas, una final de Sudamericana, una final de conferencia de Liga Nacional... Con eso uno se da cuenta de que hay algo, y por eso lo asociaba con los inicios nuestros.
–¿Qué es hoy Bahía Basket?
–Un lugar en el que intentamos recrear un entorno ideal para un jugador de básquetbol. Cuando concluyó mi etapa como jugador, empecé a pensar quién era la cabeza ideal para eso y el primero en el que pensé fue Sepo Ginóbili. Con Espil, que era el director deportivo, hubo una coincidencia absoluta. Por la didáctica que tiene, porque su paciencia increíble... Con los años fue moldeando su carácter como entrenador. Al final del día, es un flaco que entiende todo. Tiene esa capacidad de ponerse en el lugar del otro, y entrenando chicos se necesita mucha empatía. Y con él, más todo un grupo de trabajo desde cero, se arrancó con esto. Fue como armar algo a imagen y semejanza de lo que uno quiere.
–¿Cómo buscan a los jugadores?
–Hay mil formas de llegar a un jugador. Alguien lo recomienda, se acercan a Bahía Basket, los vemos en algún torneo o los vemos en otros equipos. O estaban en un campus en Bahía y vinieron. Sí somos muy selectivos. No es masivo, tiene que haber un por qué para tener un jugador, una razón, un plan para ese chico. No alcanza sólo el talento; ése es el primer filtro. Estamos con la familia, y después entra Sepo con el jugador. Somos, en un punto, bastante duros y exigentes. Lo que queremos saber es si saben dónde se meten, si tienen un amor suficiente como para aguantar el nivel de exigencia, y somos muy explícitos con nuestras reglas. Vienen a entrenarse un par de veces y después deciden. Con nuestro método no hay media agua: se enamoran o no vuelven. Generalmente se enamoran.
–Existieron otros proyectos, pero el que más funciona es el de ustedes. ¿Por qué?
–Es muy particular. Jugar con tres basquetbolistas grandes y completar con chicos que prácticamente no habían pisado una cancha es muy puntual. Pero lo hizo Sport, de Cañada de Gómez, y funcionó; hubo una camada de Boca [la de Matías Sandes y Adrián Boccia] que también fue positiva... Peñarol, con otro método, con más jugadores grandes y potenciando jóvenes, también tuvo su proyecto ganador. Hay varias fórmulas. Nosotros nos sentimos cómodos con algunos mayores apuntalando a los más jóvenes. Para ser claros: nuestro mejor jugador es Antony Johnson, no es ni [Lucio] Redivo ni [Máximo] Fjellerup. Los chicos son un complemento de ese grupo menor de mayores que tenemos. Estamos cómodos con esa idea. No sé si iríamos por jugadores de nombre si tuviéramos más presupuesto. No veo tampoco a Sepo pidiéndome al jugador franquicia de la Liga.
–¿Por qué no aplican estas ideas otros clubes?
–No lo sé. Sí tengo claro que requiere mucho trabajo. El día por día implica un nivel de exigencia muy alto de todos los integrantes. La capacidad de relajarse es mínima, desde el entrenador hasta el utilero. Requiere un compromiso muy grande de los jugadores y del cuerpo técnico. Es casi full-time. Requiere una confianza ciega de los jugadores en la idea que nosotros les ofrecemos. Nos ha pasado que algún jugador dejó de creer en nuestro proyecto y se fue. Le dijimos que si quería imponer su propia idea, no teníamos nada en contra de eso, pero Bahía Basket no era el lugar como para eso. En eso somos muy claros: no es una democracia, no les decimos queremos escuchar las voces de todos. Creemos que a los 18 o 20 años hay que trabajar y escuchar. Sí escuchamos a [Hernán] Jasen, a [Jamaal] Levy. Probablemente un libro de autoayuda diga que a los 20 años hay una voz interior y todo eso; bueno, acá no funciona. A los 20 hay que escuchar a los veteranos y trabajar durísimo.
–¿Esperabas esta evolución del proyecto?
–Entiendo que todavía estamos a un 50% de lo que tenemos como idea de proyecto. Creo que tenemos muchísimo recorrido. En cuanto a resultados estamos superados, porque no los esperábamos en este tiempo. Hace dos años, en la cabeza de todo el mundo, no se sabía si nos mantendríamos en la Liga Nacional. Dos años después somos protagonistas en torneos internacionales y animadores en la Liga. Eso sí nos explotó. Pero todo lo otro es consecuencia de lo que venimos haciendo. Salvo los resultados, todo está dentro de la planificación. Ahora bien, éstos son momentos súper importantes, porque ver cómo reaccionamos ante estos estímulos... Nos descarrilamos o nos fortalecemos.
–Es una oportunidad para todos.
–Absolutamente. Sin duda. Todos debemos demostrar que estamos a la altura. En la semifinal de la Liga de las Américas me enojé porque sentí que no estuvimos lo concentrados ni lo enfocados que debíamos para la ocasión. Y no es como para usar la excusa de la edad. Uno se prepara para jugar esos partidos. Entendí que en el debut en esa instancia no estuvimos preparados; en el segundo partido sí lo estuvimos, y en el tercero tuvimos miedo de ganar. Es como una adolescencia permanente, son los altibajos propios de eso. Ahora bien, sabemos que tenemos que mejorar muchas cosas para dar el siguiente paso. Ganar no tapa las falencias que tiene el jugador. No tiene que confundirnos y debemos mantener la idea de que el chico que viene a jugar con nosotros es el jugador en sí mismo y su progreso. Queremos ser competitivos y ganar, pero tenemos que volver siempre al abecé, que es la mejora del jugador. Y en lo mental debemos hacerles entender a chicos de 19 o 20 años que esto que sucede acá es un pasito mínimo, que puede ser una gran anécdota o el inicio fantástico de sus carreras.
–Apuntas a la educación del deportista y en eso hay una cuota de espacio para la creatividad. Sin embargo, decís que imponen una idea y que los chicos deben escuchar. Es un poco contradictorio.
–Un equipo nunca es una democracia. Jamás. Estoy convencido de que la creatividad aflora en entornos donde el ser humano se siente seguro y contenido. Y esa seguridad se da cuando hay reglas muy claras. Eso es lo que comúnmente se llama “método” o “sistema”. Tenemos la idea muchas veces de que la creatividad deviene del caos, pero si se le pregunta a cualquier genio, por ejemplo, a Charly García cómo hace su música o a Manu Ginóbili cómo construye su básquetbol o a Messi cómo hace su fútbol, todos van a decir lo mismo: que entrenan incansablemente todas su herramientas para que la creatividad aparezca. Por eso nosotros construimos un entorno y desde ahí apuntamos a que los jugadores desarrollen su creatividad. De la cancha hacia afuera tienen todas tus libertades para desarrollar tu intelectualidad. Ahí no hay límites.
–En el terreno intelectual también pisan ustedes.
–Lo que hacemos en ese escenario es transmitir información. Sugerimos. Vengo de una línea de mi papá, que tiene tres títulos como ingeniero, y terminó a los 65 años la última especialización. Él siempre me dijo que estudiar no es para cualquiera. No se puede imponer el estudio, porque no todo el mundo está hecho para estudiar, como no todos pueden tocar el piano y no todos pueden ser un gran carpintero. Lo que sí intentamos es aportarles lectura, videos, charlas Ted antes de los entrenamientos... Buscarle la vuelta para que ellos desarrollen inquietudes y desde ese lugar cada uno saque conclusiones. Si querés ser abogado, cocinero o contador, tenés que hacerlo. Porque poner la cabeza en otro lado quita la presión del juego, de la competencia. Mi experiencia más espectacular fue la universitaria en Estados Unidos [Temple]. Que es un poco lo que yo quiero replicar acá. Busco replicar la disciplina de mi entrenador en la universidad [John Cheany], el tener el mundo académico y deportivo y un entorno familiar. Ojalá algún día tengamos una universidad del básquetbol.
–¿Ves viable algo así?
–Le doy vueltas y vueltas y no creo que sea inviable. Por ahí la parte más complicada es la académica. Pero creo que se puede hacer un híbrido como para que sea lo más cercano posible a una universidad. Yo vengo de ahí y es lo que más me gustó de mi carrera.
“No tiene a nadie que se le pueda comparar”
Compañeros en el seleccionado, Pepe Sánchez, explicó qué representó Andrés Nocioni para el básquetbol argentino: “Su legado, la huella que deja Chapu, es de las más fuertes posibles. Es un jugador único, sin duda. Es salvaje, con una fuerza brutal, no hay forma de que haya otro como él; es una marca propia, no tiene a nadie que se le pueda comparar. Cuando alguien llega a ese punto, está todo dicho. Me acuerdo de verlo tirarse de cabeza en una pelota perdida contra España, en el Mundial de Japón (2006), en plena remontada y pensar para adentro: ‘¡Dios mío, quién es este animal! Nunca, pero nunca, te rendís si estás al lado de Chapu”.
“Mil veces me cuestioné para qué me metí en este proyecto”
Cada paso que da en Bahía Basket no es por casualidad. Hay una cuota de instinto en algunas determinaciones. Pero Juan Ignacio Sánchez mide el pulso de lo que sucede con el roce diario. Los jugadores lo señalan como el portador de la palabra que va más allá del deporte.
Necesita saber con qué material cuenta para calcular hasta dónde puede exigir y qué herramientas debe emplear para captar un talento: “Cuando termina la temporada, junto a todo el plantel y les acerco un cuestionario con preguntas en las que indago, por ejemplo, dónde se ven o hasta dónde quieren llegar. Entonces, es más sencillo reaccionar ante esa información que te dan y es menos fuerte que imponer ideas o información. Si ellos dicen que quieren jugar en la selección, bueno, yo les voy a decir cómo hacer para llegar hasta ahí. Después que no me digan que no quieren hacer esto o lo otro, porque me dijeron que querían ir a la selección; para llegar hay que seguir un camino”.
Y continuó: “Nuestra información es chequeada. Si no te gusta cómo te lo digo yo, bueno, te traigo a Oberto; si no te gusta lo que él te dice, te traigo a Scola y si no te gusta Scola, te traigo a Ginóbili. Todos te van a decir lo mismo. Desde la repetición es como que se impregna la idea”.
Ahora bien, no todo es tan sencillo para Pepe Sánchez, porque encontró mucha resistencia por su estilo de conducción y por cómo desembarcó como dirigente en la Liga Nacional.
–Te criticaron mucho por tus formas y hasta dicen que querés manejar la Liga, ¿te afecta?
–Ya no presto atención a muchas cosas que dicen. Me cambió mucho la paternidad y mi mundo pasa por otro lado. Estuvimos casi 8 años buscando un hijo y nos decían que no podía tenerlo y, de repente, aparece uno… Y bueno, todo pasa por otro lado. Estoy muerto de orgullo por Sepo, los chicos y por toda la gente que labura, pero no estoy desesperado por mí ni por lo que puedan decir los demás. Incluso, por mi personalidad, te diría que cuando más me pegan, más me inspiro y cuando las cosas van bien me pongo en guardia. Por eso, cuando las cosas funcionan, entiendo que hay que replantearse todo.
–En ese replanteo que proponés, alguna vez, ¿te preguntaste para qué te metiste en todo esto?
–Mil veces me cuestioné para qué me metí en este proyecto. Yo arranqué como jugador y dirigente. Fueron horas y horas, no volvería a hacerlo, no se lo recomiendo a nadie. Es una experiencia fantástica, pero no sé si volvería a gastar mi tiempo así.
–¿Gastar o invertir?
–Invertir, pero lo que pasa es que cuando arranqué no tenía hijos, venía de ser un jugador de básquetbol de elite, venía de jugar en Real Madrid. Tenía una energía por la que te llevás puesto todo. Y lo que te ponen por delante, decís ‘vamos que no pasa nada’. Después te das cuenta de que las cosas fuera de la cancha son otras. Pero con ese envión vas y vas. Pero si tenía hijos, ni loco me metía. Hoy, con el diario del lunes, todo es diferente.
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