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Pepe Sánchez: de la generación dorada a la innovación
Integró el legendario equipo que ganó el oro olímpico en básquet en 2004. Hoy, en Bahía Blanca, lleva adelante un revolucionario proyecto integral de formación que recibió el visto bueno de la NBA
Fue a mediados de 2006, cuando jugaba en Málaga para el equipo Unicaja, que Juan Ignacio Pepe Sánchez experimentó de la manera más nítida en su carrera lo que los científicos del deporte llaman entrar en la zona. Lo habían elegido mejor jugador latino del año y el Unicaja se encaminaba a ganar la liga ACB de básquet, de España. De repente, recuerda, todo comenzó a transcurrir en cámara lenta, percibía un foco y una visión periférica perfecta, atención plena y hasta una noción clara de detalles –que aún hoy recuerda–que ocurrían entre los espectadores, afuera de la cancha. Todos los pases y estrategias le salían bien. El base argentino quiso repetir esta experiencia, casi mística, en el siguiente partido, pero no pudo.
La neurociencia moderna viene estudiando este estado que describen deportistas de elite (y también músicos, actores y otros profesionales), de flujo perfecto, donde el tiempo se diluye, el ego se desvanece y la performance pega un salto cuántico. Estudios recientes muestran que quienes logran entrar en la zona pueden aumentar su eficiencia entre un 500 y hasta un 700 por ciento.
Pepe Sánchez disfrutó de esa jornada de intensidad deportiva, pero no se sorprendió: ya había leído libros y publicaciones académicas sobre el tema, cuando las neurociencias ni siquiera se habían puesto de moda. “Por aquel entonces yo era más fanático de los científicos cognitivos que de los jugadores de básquet, eran mis ídolos”, cuenta. Entre los 23 y los 35 años, en lo más encumbrado de su carrera profesional, lo único que hacía cuando no jugaba o se entrenaba era leer. Sus compañeros lo miraban en el vestuario, absorto, con una pila de libros al lado, y se preguntaban si estaba loco. Cursó y terminó carreras de grado, en la Universidad de Filadefia, en Historia y Filosofía; pero es de esas personas que tienen una curiosidad infinita. En los cuatro encuentros que tuvo con La Nación para esta nota (tres en Buenos Aires y uno en Bahía Blanca), la dificultad para lograr respuestas radicaba en que no paraba de hacer preguntas. Viene de familia: su papá, Carlos, se recibió de su tercera carrera de Ingeniería, a los 67 años.
Pepe Sánchez nació en Bahía Blanca el 8 de mayo de 1977. En 2004 fue el cerebro del equipo que logró lo que muchos consideran la mayor hazaña del deporte argentino de la historia: la medalla de oro de básquet en los Juegos Olímpicos de Atenas, tras derrotar (por segunda vez) a Estados Unidos. Aquel equipo, con Manu Ginóbili, Luis Scola, Andrés Nocioni y Fabricio Oberto, entre otros, fue bautizado con el mote Generación Dorada. Cuatro años antes había sido el primer argentino en debutar en la NBA, jugando para los Philadelphia 76ers, en el mítico Madison Square Garden de Nueva York, contra los Knicks.
Tras su paso por equipos estadounidenses y europeos, Pepe Sánchez volvió a Bahía Blanca para dirigir un proyecto de equipo que arrancó en 2010 prácticamente de cero (Weber Bahía Básquet) y llegó a jugar la final de la liga nacional y de la sudamericana. Si el logro de la Generación Dorada provocó que la mayor potencia del básquet mundial, los Estados Unidos, revieran completamente sus esquemas tácticos y estratégicos (algo así como si Brasil cambiara su manera de jugar al fútbol por una innovación surgida en Corea u otro país completamente marginal para este deporte), la saga de Bahía Basquet equivale a que un club de la D de fútbol llegue en un lustro a jugar la final de la Copa Libertadores. En la jerga estadística, cisnes negros positivos, un resultado completamente inusual, de uno en millones.
Siempre con perfil muy bajo, híbrido entre atleta de elite ultracompetitivo y ratón de biblioteca, Pepe Sánchez arranca por estos días una tercera etapa en la que combina e integra todas las lecciones de sus vidas pasadas: está construyendo en Bahía Blanca un centro de última generación para 200 basquetbolistas que vendrán de toda América latina y cuyos mejores talentos nutrirán a la NBA, que por primera vez apoya una iniciativa de este tipo fuera de los EE.UU. El estadio Dow (el sponsor principal es la compañía química, pero la mayor parte del proyecto se fondea con los ahorros de Sánchez) integrará habitaciones, comedor para los huéspedes, un centro de creatividad, un gimnasio y un departamento con lo más avanzado en ciencia del deporte. Expertos en ciencia de datos, en descanso, en nutrición e hidratación de distintos lugares del mundo están colaborando en el diseño de una plataforma que, sueña Sánchez, excederá al mundo del básquet y que protagoniza una de las historias de innovación más fascinantes de la historia reciente.
Tinder y la revancha de los nerds
El columnista de The New York Times, Thomas Friedman, sostiene que “el futuro comenzó en 2006-2007”: en términos de tecnologías digitales, hace diez años se dio un momento bisagra a partir del cual muchas de las marcas y productos que hoy usamos (iPhone, Facebook, etc.) se volvieron ubicuos. En el básquet, la revolución de los datos también comenzó en esa época: en 2006, Houston Rockets contrató a Daryl Morey, un nerd que venía del campo de la consultoría en negocios, para que comenzara a elegir jugadores sobre la base de ecuaciones y regresiones de datos.
Hasta entonces, estas decisiones se apoyaban en la intuición y en el supuesto expertise de los técnicos que en los años siguientes se revelaron completamente sesgados y erróneos. Los inicios fueron duros: el ex basquetbolista devenido comentarista de TV Charles Barkley dijo en una trasmisión que la gente como Morey no sabía nada y que trataban de encajar en el ambiente, frustrados porque en la secundaria no salían con chicas. Hace diez años no había ni siquiera datos: Morey mandaba colaboradores a fotocopiar planillas al archivo de la asociación de básquet universitario de los Estados Unidos, para nutrirse de materia prima para sus cálculos.
Pero el abordaje matemático de los Rockets funcionó, y cambió la forma de jugar y seleccionar jugadores para siempre. El análisis de big data demostró que el equipo vale mucho más que la suma de individualidades, y que buenos anotadores que no se esmeraban en defensa eran perjudiciales para el conjunto. Históricamente los esquemas tácticos apuntaban a generar tiros de dos puntos (que tienen un 50% de chance de convertir): los números mostraron que es mucho más eficiente apostar a los triples, que aunque tienen una probabilidad de enceste algo menor (del 40%), otorgan un 50% más de puntaje. Así nació una nueva era del reinado de los triples: este año, en la NBA, por primera vez se ensayaron más triples que dobles, y Stephen Curry, para muchos ya el mejor tirador de la historia, anotó en los playoffs de 2017 más triples que toda la NBA en los años 80.
Por las cifras multimillonarias que maneja, el básquet no sólo se convirtió en un pionero de la aplicación de analítica de grandes bases de datos, sino también en un gran laboratorio para las neurociencias y la emergente economía del comportamiento, que toma aportes de la psicología. The Undoing Project, el último libro de Michael Lewis, que narra la historia de Daniel Kahneman y Amos Tversky, psicólogos, Nobel de Economía en 2002 y padres de la economía del comportamiento, tiene su primer capítulo enteramente dedicado a cómo la combinación de ciencia de datos y ciencias cognitivas dio vuelta la NBA en la última década. Atrás de Morey aparece como pionero Sam Hinkie, manager de Philadelphia 76ers. y amigo de Sánchez. “El básquet es el deporte que con más agilidad se adaptó el nuevo consumo de entretenimiento”, dice el base de la Generación Dorada.
¿Por qué?
Las reglas se fueron perfeccionando para favorecer el espectáculo, la meritocracia y la no especulación. Las posesiones duran en promedio 8 segundos, en el último medio minuto se puede dar vuelta un partido y entramos a la cancha prácticamente desnudos: si tenés un poco de panza o no estás al 100%, se te nota enseguida, hay una exposición total, hasta de lo gestual. Es un juego tremendamente mental (por eso es tan fluida su interacción con las ciencias cognitivas) y cada partido es una vida entera en sí mismo, se vive con esa intensidad: en el primer cuarto tenés margen para experimentar y probar, en el segundo tomás velocidad, en el tercero, que sería la mediana edad, te replanteás algunas cosas, y el último es a todo o nada.
¿Qué mitos se cayeron con esta movida de innovación en ciencia del deporte?
Un montón. Uno de ellos, uno muy argentino, el del asado: la idea de que si el grupo está bien, se come un asado –que postulan muchos técnicos en todos los deportes, especialmente en el fútbol– y luego vienen los resultados. Mentira: te tenés que matar laburando, entrenando infinito, y de alguna manera enamorarte de la frustración. El otro mito que se cayó es el de las individualidades, con big data queda en evidencia que estrategias de cooperación y trabajo en equipo son mucho más eficientes que lo que parecen a simple vista. Esto tiene implicancias enormes no sólo para el básquet y el deporte, sino también para los negocios, las políticas públicas...
¿Qué estudio de datos y deporte reciente te llamó la atención?
Hay miles, tenés hasta un paper que mostró cómo la irrupción de Tinder mejoró la performance de los equipos visitantes: antes en las giras los jugadores tenían que ir a fiestas para lograr acostarse con alguien, con redes sociales eso no hace falta, con lo cual llegan más descansados a los partidos. Pero esto recién empieza: Spalding está por introducir una pelota con sensores, e Internet de las Cosas va a hacer que se mida absolutamente todo. Con el proyecto de Bahía Básquet estamos trabajando en esta línea, colaborando con la NBA. Eso te permite una estrategia de entrenamiento a la medida de cada jugador, personalizada, y por lo tanto mucho más eficiente.
De Milstein a Radagast
Pape Sánchez llega a una entrevista con La Nación en Bahía Blanca vestido con jean, camisa y saco: “Hoy tengo que comentar un partido de la selección para la TV”, explica. Tras el juego, de sorpresa, el estadio le rindió homenaje y un aplauso de varios minutos. Ultratímido, las imágenes lo muestran en el medio de la cancha, con su hijo corriendo alrededor, muy emocionado, sin saber qué decir. “Esta ciudad respira básquet –explica–. Fijate que en el último minuto de la final de Atenas éramos tres bahienses adentro de la cancha (los otros: Ginóbili y Alejandro Montecchia), para una ciudad de menos de 400.000 habitantes, ¿Cuáles son las probabilidades?.”
“Bahía Blanca –continúa Sánchez– tiene una historia de traumas y baja autoestima. No terminamos de ser un enclave de la Patagonia ni de la provincia de Buenos Aires, durante años tuvimos uno de los diarios más fachos de la Argentina (La Nueva Provincia). Y sin embargo, en los últimos años, muestra una efervescencia en términos de innovación, creatividad y emprendedorismo única.”
Además del deporte (Sánchez era vecino del futbolista Rodrigo Palacio), la ciudad produjo el único Nobel y eminencia mundial de la medicina, César Milstein; al escritor y matemático Guillermo Martínez, y al músico Abel Pintos. En Infinito por Descubrir, un espacio de experimentación e innovación para chicos y adolescentes, suelen cruzarse emprendedores como Leonardo Valente (pionero en la Argentina en la producción de transporte eléctrico) con Manuel Aristarán, experto en big data del MIT, que ahora volvió a Bahía. Aristarán es hermano de Radagast, un conocido mago. La ciudad está a la vanguardia en políticas de datos abiertos y hace dos semanas fue seleccionada por la ONU para implementar Blockchain (la arquitectura de software que está detrás de la monedas virtuales, una de las tecnologías exponenciales en boga) en políticas públicas.
Sánchez cree que este fenómeno es multicausal: tiene que ver con una mejor interacción que en otras ciudades entre las universidades y el resto de la sociedad, y también en las inversiones de algunas empresas con iniciativas que demandan muchos profesionales de ciencias duras, entre otros motivos. Dow, la química que patrocina el estadio, es el mayor inversor extranjero en la Argentina. Weber, el socio de Bahía, es una multinacional de construcción, repleta de ingenieros.
Es interesante el paralelismo de underdogs, o de antihéroes redimidos, entre Bahía Blanca y la Generación Dorada.
Sí, es cierto. La Generación Dorada, extrañamente, unió un grupo de jugadores de bajísimo perfil, todos muy tímidos, introvertidos y con una personalidad muy particular, bajo el liderazgo de un tipo de otra galaxia, que es Manu. Fuimos pésimos para el marketing: otros deportes, como el rugby, no llegaron a tener resultados a la par del básquet argentino y sin embargo tienen mucha más visibilidad.
¿Por qué pensás que sucedió esto?
Varias razones, una es la que comentaba antes, del bajo perfil: ninguno de nosotros salió con vedettes [risas]. Teníamos en ese momento dirigentes que no estaban a la altura, ni contaban con algún tipo de herramienta de marketing. Es un problema generalizado de la dirigencia deportiva argentina: pensamos que los negocios son malos y que al deporte “no hay que contaminarlo”, entonces los negocios se terminan haciendo por izquierda, como en el fútbol. Y el resultado es que nos quedamos sin nada, sin profesionalismo y sin un buen espectáculo.
Polinización cruzada
Pepe Sánchez llega a la última entrevista, en Buenos Aires, con cara de dormido: la noche anterior fue a La Trastienda a alentar a Oberto, que canta en la banda New Indians. La Generación Dorada tiene su grupo de WhatsApp, en donde se van poniendo al tanto de sus últimas aventuras (estuvieron en el panel de apertura del último Coloquio de IDEA). Scola manda fotos con su familia en un avión que pilotea: hace un par de años se le ocurrió aprender a volar y ahora va a todos lados con ese medio. “Son (somos) todos medio extraterrestres”, dice Sánchez, y recuerda la película La increíble vida de Walter Mitty, en la que Ben Stiller trabaja en el departamento de negativos fotográficos de la revista Life. Sus días son monótonos y aburridos, pero gracias a su imaginación se traslada a escenarios fantásticos, llenos de acción y heroísmo, alejados de su realidad mundana.
Esta curiosidad y pasión por las nuevas experiencias lleva a personalidades híbridas, con habilidades que pueden replicarse luego de las carreras deportivas en otros campos, que es lo que quiere promover Sánchez en su centro para atletas de elite. A la NBA le gustaría tener decenas de LeBron James, que además de ser una megaestrella del básquet (es el jugador más joven de la historia en haber llegado a los 10.000, 20.000 y 25.000 puntos), es una persona llena de inquietudes, que produce discos, películas y aparece en episodios de Saturday Night Live.
La revolución de los datos y las ciencias cognitivas llegó al deporte primero con el fútbol americano (como se retrata en el best seller de Michael Lewis Moneyball, luego llevado al cine), estalló con el básquet (por el dinero involucrado) y, no tiene dudas Sánchez, pronto llegará el fútbol. Lo que en la agenda de innovación se denomina polinización cruzada está funcionando a pleno en el deporte: por ejemplo, clubes de fútbol de Europa contratan coaches que vienen del hockey y su reciente revolución táctica y estratégica, al igual que lo hace Ricardo Gareca con la selección peruana de fútbol. “La medalla dorada en hockey en los Juegos de Río fue un cisne negro aún más raro que el nuestro, algo impresionante”, reconoce Sánchez. Hay toda una literatura emergente en 2016 y 2017 que relaciona el mindset de los atletas de elite con la toma de decisiones cotidiana, el liderazgo y los procesos colectivos.
Para que estos logros del deporte argentino no sean una rareza, explica el ex base, hay que consolidar un sistema con los incentivos correctos, flexible y poroso al aprendizaje permanente.
“Esto fue lo que en su momento les permitió a los EE.UU. –agrega– analizar nuestro juego, incorporar las enseñanzas que les servían y ponerse de nuevo 40 puntos arriba de cualquier equipo del mundo. Y es lo que intentamos hacer en Bahía Basquet, cuando empezamos en 2010. Al principio, no parábamos de perder, nos pintaban la cara, tuvimos una serie de ocho, nueve derrotas al hilo. En ese contexto, un día nos ofrecieron un jugador buenísimo, que estaba en Europa, casi gratis. Sepo Ginóbili (el entrenador, Sebastián, hermano de Manu) me dijo que lo iba a pensar. Al otro día me dijo que no, porque contradecía el plan original que habíamos establecido y otros jugadores del equipo iban a tener menos minutos de juego. Parecía una locura, pero respiré aliviado: había un sistema funcionando, integrado y que trascendía lo individual y el cortoplacismo.
Ese día, Pepe Sánchez sintió lo más parecido a entrar en la zona, pero fuera de la cancha.
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