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Patricio Garino: "La selección de básquetbol es mi felicidad; quiero ganar una medalla olímpica"
El graduado universitario se desvive por la camiseta nacional desde que, a sus 12 años, vio a los dorados en el podio de Atenas 2004; su inspirador es el pasional Chapu Nocioni
“Soy una persona muy simple. Me encanta tirarme en la cama a escuchar música, juego a la Play Station. Disfruto manejar, descubrir lugares. Me fascinan los autos, y más los deportivos. Es un gran plan ir al cine, salir a cenar con amigos. Me gustan las cosas sencillas, nada extravagante”. Mientras Patricio Garino, de 24 años, cuenta por dónde van sus gustos, detrás toman mate Marcos Delía y Máximo Fjellerup. Le hacen algún gesto, pero Pato se concentra en la charla. Su formación académica en la Universidad George Washington da cierto aire atildado a su discurso. Pero no hay nada impostado en eso de “soy una persona simple”. Quienes mejor lo conocen aseguran que es el mismo que desde Mar del Plata salió con una valija de ilusiones hacia Estados Unidos y que las experiencias en San Antonio Spurs y Orlando Magic en la NBA, la selección y el interés de Baskonia para la próxima temporada no lo modificaron.
Se recibió en la carrera de administración deportiva y marketing. “Pero quiero un descanso de los libros. En un futuro quizás haga una licenciatura. Estudiar nunca me dio problemas. Pero la verdad es que en este momento quiero concentrarme en jugar al básquetbol”, advierte quien desde hoy, en Bahía Blanca, disputará la novedosa AmeriCup con la camiseta argentina (ver aparte). Esa aureola casi intelectual que lo distingue en el deporte no lo exime de gustos propios de un muchacho común y hasta algún exceso, porque Garino es un tipo muy pasional. “Mi sueño siempre fue comprar un Golf GTI deportivo. Me gusta la velocidad. Acá, en mi casa, manejaba el Honda Fit de mis viejos… Pobrecito: lo dejaba con la lengua afuera”, admite.
Toma un mate, dos, tres, feliz por pertenecer a la selección e integrar la generación que tomará la posta de Ginóbili, Scola, Nocioni, Oberto, Delfino, Montecchia, Sánchez, Prigioni... Se le dibuja una sonrisa cuando surgen las consultas por el recambio, y se entusiasma al contar cómo su vida se modificó en apenas un año.
–¿Cómo tomás todo lo que te sucedió entre la facultad, la NBA y el seleccionado?
–Es difícil asimilarlo. Hasta hoy me cuesta. Me llevó un tiempo llegar acá, pero mi vida cambió de un año a otro. Todavía no me doy cuenta. No puedo dimensionar lo que me pasó, pese a que tenía un plan y un sueño... Lograrlo en tan poco tiempo nunca se me cruzó por la cabeza.
–Se supone que la universidad abre chances de NBA...
–Me fui para estar un paso más cerca, pero con la idea de tener mi título universitario. Es verdad que hay muchos scouts y que a uno lo miran, pero cuando fui conociendo el mundo universitario me di cuenta de que no era tan fácil llegar. Y es mucho más complicado desde una universidad de medio nivel hacia abajo. Es muy común que chicos hagan dos años de universidad y salten a la NBA, pero todo se hace cuesta arriba cuando uno llega a su último año, se recibe y tiene casi 22, como me sucedió.
–¿Y cómo se logra?
–Viví una montaña de emociones, porque no todos los años fueron buenos, pero al ganar el NIT [un torneo universitario] todo cambió. Apareció la chance de hacer entrenamientos privados en la NBA; pensaba tener tres o cuatro, pero terminé con casi 14. Así llegó la experiencia de Summer League en Orlando, donde me fue muy bien. Pero mi cabeza estaba en ir a Europa. Cuando vine a la selección, ya estando en Las Vegas [gira antes de los Juegos Olímpicos Río 2016], llegó la noticia de Spurs y fue una bendición del cielo. Era San Antonio y con Manu. Una locura. Ese día mi vida cambió completamente. Apenas llegué a Río mi vida ya era diferente.
–Dijiste varias veces que tu prioridad es la selección. ¿Qué te hace poner a la Argentina por delante de, por ejemplo, la NBA?
–La selección es mi felicidad. Estoy acá desde las formativas. Pasé por todas las categorías. Mi vida desde los 14 hasta los 18, cuando me fui a Estados Unidos, fue para la selección. Estaba en el Cenard un mes y medio, me iba a mi casa dos semanas, y volvía otro mes y medio a entrenarme. Siempre mi sueño fue jugar en la mayor. Yo anhelaba jugar en la NBA, pero lo veía lejano. La sensación que tuve el día en que debuté en Orlando fue distinta a lo que me produjo el primer partido en el preolímpico de México con la camiseta de la selección.
–¿Cómo la describirías?
–Es el sentimiento de uno por la camiseta. Apenas volví del preolímpico, tuve una charla con mi entrenador de la universidad [Mike Lonergan] y me dijo: “Me encantaría que todos mis equipos quisieran tanto la camiseta como los jugadores de la selección argentina. Se matan por el equipo e irradian sentido de pertenencia. Esas cosas no existen en los equipos profesionales ni en la universidad”. Y es real. Espero con ansiedad cada convocatoria. Ya no se trata de sólo venir a jugar al básquet: creamos un grupo de amigos que comparte muchas cosas. En un equipo profesional no voy a encontrar lo que vivo acá.
–En algún punto la selección te lleva al club de la infancia en Mar del Plata.
–En la selección encuentro ese sentido amateur de cuando era chico. Es como ir a Mar del Plata para jugar en Unión. Es ese sentimiento que no se puede explicar tan simplemente. Le debo todo a la selección. Por ejemplo, entendí que debía mejorar mi tiro de tres puntos en el preolímpico, volví a la universidad y pasé de un 28% a un 44%. A la selección le debo lo que es hoy mi carrera.
–¿Cuánta admiración a la Generación Dorada hay?
–La admiración está y va a estar siempre. Lo que ellos nos enseñaron no se puede medir. Conseguí cambiar mi carrera deportiva gracias a ellos, escuchando a Manu [Ginóbili], Chapu [Nocioni], Carlos [Delfino], Luis [Scola]... Las charlas fueron geniales; las enseñanzas, increíbles. Pero no es que lo hicieron sólo conmigo, sino con todo el grupo. Compartí equipo con mis héroes, aprendí y competí a la par. ¿Qué más puedo pedir? Y ahora me toca tomar parte de la posta... Es tremendo. Desde que llegué a la selección cambié mi dieta, y mis rodillas, que siempre me trajeron dolores de cabeza, están perfectas. Ellos también enseñaron cómo usar el gimnasio, cómo moverse en la cancha, cómo pensar el juego. No son sólo talentos deportivos: son mentes diferentes.
–¿Sos consciente de que sos de los que más expectativas generan para el recambio?
–Es loco pensar que tengo un lugar así en la selección. Que con 20 partidos me den una parte del protagonismo... Supera todo lo que soñé. Miento si te digo que mi carrera se concentró en obtener este momento. Pero siento que estoy preparado. Aprendí mucho en estos dos años y medio y en especial de Chapu, que siempre fue mi héroe. Lo miré mucho y aprendí cómo asume su liderazgo, cómo acepta su lugar. Él sabía que adelante estaban Manu y Luis, pero todos sabían que el equipo no era el mismo sin Chapu. Eso es lo que quiero para mí.
–¿Cuál es tu objetivo de máxima en la selección?
–Ganar una medalla olímpica. Lo tengo siempre en la cabeza. Me gustaría jugar y ganar un mundial, pero mis ganas de ser jugador nacieron con Atenas 2004, cuando la selección se colgó la dorada. En ese momento me dije “quiero ser como ellos”. Tenía 12 años y estaba en la cama tirado mirando la tele. Ahí se me disparó la cabeza.
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