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Pablo Prigioni, con LA NACION: "Los chicos que están en Europa tienen todo lo que hace falta para jugar en la NBA"
Van evaporándose los días de hielo en Minneapolis. Y él disfruta del sol en la cara. Las cosas simples lo cautivan. Guarda en su ADN mucha fibra de Río Tercero. Son raíces que no pueden arrancar las experiencias en España y Estados Unidos. Su vida está atravesada por los desafíos y nada, ni siquiera la cuarentena, lo detiene, porque no descansa. Es el único argentino en la NBA, pero eso no lo desenfoca. Es parte importante del staff técnico de Minnesota Timberwolves, pero no se cuelga esa medalla. Pablo Prigioni se encarga de ser siempre su mejor versión. No importa qué, pero necesita dejar hasta la última gota de sudor para conseguirlo.
Está parado en un lugar de privilegio. Ningún argentino ocupó un papel tan importante en un staff técnico en la NBA. Es el asistente principal del entrenador Ryan Saunders, y antes pasó por Brooklyn Nets, pero con un cargo menor en la organización. Si bien la liga estadounidense vio pasar en la cancha a Manu Ginóbili, Luis Scola, Andrés Nocioni, Fabricio Oberto, Walter Herrmann Carlos Delfino, Juan Ignacio Sánchez, Rubén Wolkowyski, el propio Prigioni, Nicolás Laprovittola, Patricio Garino y Nicolás Brussino, fuera del parquet no había presencia en celeste y blanco.
Disfruta de cada momento. De su familia, de trabajar. De sostener sus hobbies: a Estados Unidos se llevó su camioneta Chevrolet del año 1953 y antes de las restricciones para transitar salía a pasear con esa reliquia. "España sigue siendo mi base, ahí tengo mi casa [en Alicante]. Estados Unidos es mi lugar de trabajo, por el momento. España es donde me instalé para vivir y tengo ahí a mi familia. Cuando hice la mudanza para acá sólo me traje la chata Chevrolet. La desmontamos toda y la hicimos nueva. Es hermosa", narra a LA NACION.
De la misma manera que se anima a contar cómo sus amigos de la Generación Dorada toman su experiencia en la NBA como entrenador: "No les importa nada. Chapu está pescando, y Manu, de vacaciones desde que se retiró, así que no les importa el básquet. No me dicen nada, no tienen idea qué estamos jugando", dice entre carcajadas. "Yo creo que ni saben el récord [registro de victorias y derrotas] que tenemos. El básquet está en 0 para ellos", detalla.
–Pasaste de ser el jugador que llegó más tarde a la NBA a ser el único argentino en la competencia más importante del mundo. ¿Lo pensaste?
–La verdad es que no me puse a pensarlo, no soy de darles muchas vueltas a las cosas. Al final, qué sé yo... Uno se desenfoca. Me propongo pensar en el presente, en qué debo hacer para adelante y no tanto mirando atrás. ¿Qué buscaría pensando eso? ¿Una satisfacción personal? ¿Para qué? No le encuentro mucho sentido. Se dio así, y obviamente tenía ganas de entrenar y ser parte de un staff. El hecho de haber jugado acá [pasó por Knicks, Rockets y Clippers en la liga] me dio la chance y me abrió las puertas. Las oportunidades aparecen, pero después hay que tomarlas. Es necesario intentar mantenerse e ir evolucionando. Y para eso tenés que poner laburo; si no, no... Si uno hace mal las cosas o no es profesional, esas puertas se cierran.
–En ese escenario nuevo para vos en la NBA, ¿te sorprendió evolucionar tan rápido en un staff técnico? Llegaste a ser asistente principal muy pronto.
–Bueno, otra cosa que tampoco analicé demasiado. El año pasado me centré en el rol que tenía, porque querían que conociera el funcionamiento de la organización y del staff. Pero yo tenía mis ideas. Lo que había iniciado en Baskonia [en la ACB, de España] tenía mucho toque NBA, porque en mis últimos cuatro o cinco años había jugado en esta liga. Entonces, mis ideas iban en torno a eso, pero con mi espíritu FIBA. Había hecho un combo para usarlo en mi nueva tarea. Cuando llegué a Brooklyn [temporada 2018/19] no me sorprendieron muchas de las cosas que allí hacían, porque yo las tenía incorporadas y las había puesto en práctica en España. Ahora en Minnesota aprendí muchísimo y de mis compañeros de staff me llevé mucha experiencia [llegó de la mano del colombiano Gersson Rosas, el gerente de operaciones de Timberwolves, que fue manager general de Houston Rockets cuando Prigioni jugaba en esa franquicia]. Intenté ser el mejor en mi rol cuando me tocaba entrenar con algunos jugadores, cuando me tocaba dar charlas, cuando me tocaba opinar en las reuniones... Me ocupaba de saber qué iba a decir y por qué iba a hacerlo, informarme bien de todo, prepararme para cada charla. Me lo tomé con mucha seriedad. Estuve solo, porque mi familia estaba en España; eso hizo que le dedicara muchas horas y avancé mucho. Y este año hice lo mismo: me centré en hacer muy bien mi tarea, porque tengo más responsabilidades, desde entrenar al equipo en el Summer League, algo que me dio mucha confianza, hasta asistir a Saunders.
–¿Cuánto te sirvió la experiencia de Baskonia?
–Fue muy corta. Saco muchas cosas positivas. Si se trata de instalar una manera de trabajar, un sistema de juego, eso no se puede analizar, porque duró cinco partidos. Pero no se puede decir qué está mal. Muchas cosas quedaron con un signo de pregunta para mí respecto al éxito que podría haber tenido en esa institución. Lo que hacíamos en Baskonia es prácticamente lo mismo que usaba Brooklyn en la NBA, que pasó de una temporada de 27 victorias a otra de 42 y entró a los playoffs. Entonces, el sistema de juego en Baskonia no estaba en duda.
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–El mundo NBA como jugador y el mundo NBA como entrenador, ¿son parecidos o muy diferentes?
–Me gusta mucho ser parte de un staff técnico grande, que incluye mucha gente en el análisis del juego, que tiene muchos asistentes. Se puede hacer un trabajo profundo con cada jugador y con el juego en sí. Eso me gusta mucho del mundo NBA. Se puede construir un proyecto. Todo el mundo sabe, desde el dueño hasta los aficionados, cuándo un proceso de equipo está en el año 1 y cuándo en el 4. Eso permite trabajar en el largo plazo. Se ve en muchos equipos de la liga. Es lo que más me atrae y me gusta comparado con Europa, donde hay que hacer más magia respecto a los recursos con los que se cuenta y la urgencia con la que se vive en el deporte. Entre el descenso, el campeonato y las dos o tres competencias al mismo tiempo se genera una locura. En la NBA no se lucha con eso. En el primer año de Kenny Atkinson como director técnico Brooklyn ganó 17 o 18 partidos, y lo sostuvieron. Imaginá en Europa esa situación... Y al año siguiente Atkinson ganó 27, y al tercer año metió 42 victorias y llegó a playoffs. Eso se valoró tanto que agentes libres decidieron sumarse al equipo [Kevin Durant y Kyrie Irving]. Fue un proceso que se valoró más allá de un resultado.
–Como asistente técnico, ¿qué descubriste de la NBA que no hubieras visto como jugador?
–En Europa la relación entre el jugador y el entrenador es más general. Acá el vínculo es muy individual. Se trabaja de una manera diferente con cada jugador. Como conductor uno debe tener mano para llegar a sus dirigidos de una manera especial. Antes era más sargento el entrenador; ahora se busca otro método.
–En lo individual, ¿qué aprendiste en esta nueva función?
–Siento que aprendo cada día. Ésta es una organización muy grande y tiene muchas tareas. Las relaciones con mis compañeros y con el jugador son un punto que hay que cuidar hasta en el último detalle. No era lo mismo dar una charla en Brooklyn que ahora, porque mi confort para esa situación creció muchísimo. Eso viene acompañado de una mejora del manejo del inglés, que era mi talón de Aquiles. Entiendo que avancé mucho en ese sentido. Me planto mucho mejor frente al grupo, pero pretendo seguir creciendo.
–Dijiste alguna vez que no experimentaste el miedo en la cancha. Ahora las cosas ya no dependen de vos. ¿Comienza a aparecer esa sensación a la hora de competir?
–Mirá: yo no tengo miedos, y menos en esto. Es un juego. El error es parte del asunto, la derrota también lo es, entonces... Son tantos los partidos, son tantas las jugadas por realizar... El único miedo que puedo tener es el de no ser capaz de ayudar a un jugador, al staff o a la organización a crecer como corresponde. Pero no me da miedo perder por no haber dibujado la jugada que correspondía o no haber puesto a los cinco jugadores adecuados para el momento. Son miles las situaciones que después uno puede recriminarse, pero no me preocupa eso. No tengo miedo en ese sentido.
–No te gusta mirar atrás, pero ¿el Pablo de Córdoba imaginaba esto que está viviendo?
–Para nada. Pero tampoco miraba muy largo, y ahora tampoco lo hago. No proyecto tan largo. Ni como jugador ni como entrenador. En Córdoba quería jugar la Liga Nacional. Cuando lo conseguí, después aproveché la chance de Europa, y pasé de un equipo chico a uno grande [Fuenlabrada, Alicante, Tau y Real Madrid]. Todo fue dándose por hacer lo que debía en el momento. Ésa es mi lección. Sé que si me dedico a full a lo que me toca hacer hoy, en un futuro voy a estar en una buena posición. Pero tengo que enfocarme en el hoy.
–En los momentos más importantes de tu carrera, ¿qué recuerdos de tu casa de la infancia aparecen siempre?
–Muchas veces me acuerdo de Río Tercero. Cuando charlo con amigos o con mis hijos. Se me cruzan travesuras, juegos de chicos en la calle… Son muchas las cosas que se agolpan en la cabeza y no aparece una clara.
–¿Se puede transmitir al jugador de la NBA esas vivencias en culturas diferentes?
–Sí. En definitiva, son personas con experiencias de vida como cualquiera. Uno puede ofrecer como experiencia lo que a uno lo forjó como persona y también las formas en las que se expresó en una cancha. Cuando identifico que puedo contarle a un jugador algo que puede servirle, lo hago. Está mucho en uno cómo se lo dice. Haber sido jugador me permite transmitir como a mí me habría gustado que lo hicieran. Intento generar una complicidad con el jugador, porque todavía me siento jugador. Todo eso está en la mochila, entonces a la hora de tomar una determinación o cuando tengo que hablar con alguno de los jugadores, lo uso para ayudar. Lo tengo dentro de mí. Hay que tener instinto para saber qué herramienta conviene sacar de la mochila y que eso sea efectivo para el equipo.
–De esos valores que tenés, ¿cuáles son innegociables?
–El esfuerzo, el hambre, el no perder el tiempo cuando al entrenarse, el jugar para el equipo. Cuando el equipo lo necesita, los saco naturalmente.
–Y de lo que te dieron en tu casa, ¿qué le sumaste al director técnico?
–El ser cercano a la gente, el preocuparme por el otro. Eso viene de mi casa, de cómo me criaron en el pueblo. Lo hacía como jugador: me preocupaba por mis compañeros. Intentaba ayudar siempre. Siempre cuidé mucho ser respetuoso con mis compañeros y con la gente con la que trabajo. Todo eso sale de Río Tercero.
–¿Cómo se doma el sentirse todavía jugador?
–Es complicado. Yo no sé si algún día voy dejar de sentirme jugador. Quizá tenga 50 o 60 años y todavía me sienta jugador. Por momentos tengo que recordarme que ya no juego. Hay situaciones que me dan ganas de agarrar la pelota y ponerme a hacerlo yo. O de agarrar la pelota y divertirme, porque gracias a Dios me siento bien físicamente. Me entreno, trabajo con los jugadores a una intensidad alta para ayudarlos. Eso me hace estar bien físicamente. Y de repente me encuentro en situaciones en las que digo "yo creo que podría jugar todavía", pero después miro bien lo que hacen los muchachos y me doy cuenta de que no, de que podría jugar 5 minutos nomás, porque terminaría internado. Eso es un feeling con el que voy a luchar todo el tiempo. Supongo que muchos ex jugadores tienen el mismo sentimiento.
–Cuando mirás a esta nueva generación de jugadores de la selección argentina y que brillan en Europa, ¿qué te generan y cuán lejos los ves de la NBA?
–Me genera mucha satisfacción cómo juegan. Con muchos compartí equipo, porque en mis últimos años de selección varios ya estaban en el grupo. Me siento cercano a ellos. Me pone feliz ver el nivel que tienen. Ojalá nunca se detenga esta calidad de jugadores argentinos. Tuvieron un campeonato mundial extraordinario. Yo creo que están en el nivel NBA, que están ahí, golpeando la puerta. Me parece que es cuestión de tiempo y de paciencia, porque ellos ya mostraron capacidad como para jugar en esta liga.
–¿Qué se necesita para ser un jugador NBA?
–Es una pregunta complicada para mí, porque yo no hice nada diferente a lo que hacía en Europa. Lo que me trajo a la NBA fue lo que hice allá. Me preocupaba por ser útil para el equipo. Me fue fácil la adaptación mental porque yo llegué muy maduro. Fue casi al final de mi carrera, entonces no me costó darme cuenta de cómo debía buscarme la vida para estar en la cancha. Los chicos que están en Europa tienen todo lo que hace falta para jugar en la NBA; necesitan sólo una cuota de suerte. Lo que sucede es que hay muchísimos jugadores que salen de las universidades y otros que aparecen desde otros países... Eso es parte de la competencia. Hace falta una pizca de suerte para que un equipo apueste por ellos.
–¿Te planteás ser entrenador principal en la NBA a corto plazo?
–No pienso ser ahora primer entrenador. Tengo un largo recorrido como asistente pero mucho por crecer en esta posición. Y no es, sinceramente, algo a lo que aspire ahora mismo. Disfruto mucho de ser parte de un staff. Siento que respetan mi opinión, como se respeta las de todos. Mi ego no me pide ser el entrenador principal, quizá porque como jugador ya tuve la atención suficiente y ahora no la deseo tanto. No intento llegar ahí; quiero que el equipo gane más partidos y sea competitivo. Quizá tenga que ver también con que fui un jugador de equipo y no un anotador que sólo quisiera la pelota para tirar. Si dentro de 15 años se dan las condiciones y estoy preparado, bueno, se analizará. Así como cuando tenía 20 no pensaba que iba a jugar en la NBA, ahora que estoy trabajando como entrenador tampoco pienso que dentro de 15 años voy a ser head coach.
–Todos los de tu generación que se retiraron se tomaron un respiro. ¿Vos no podés escapar de la vorágine?
–Estuve un tiempito en casa y me aburro, me achancho. En mis últimos años estuve mirando mucho a los entrenadores y estudié el juego. La verdad es que tenía el deseo de saltar a la faceta de director técnico. Entonces, cuando dejé de jugar empecé a pensar que todas aquellas ideas que tenía para ser entrenador debían ser plasmadas en alguna organización. Sentía la necesidad de ser parte de un grupo. No puedo estar sin hacer nada. No sé cómo lo hacen los chicos; sé que lo disfrutan, pero yo necesito tener algo. Me gusta estar en casa, me gusta disfrutar de seguir con mis hobbies, pero al mismo tiempo quiero tener mis responsabilidades, en este caso, con el básquet, que es lo que más me gusta.
–El básquet te dio mucho. ¿Qué te quitó?
–Me ha dado tanto que siento que no me quitó nada. Un poco de estabilidad, quizá, por andar de un lado a otro, pero la verdad es que nunca me molestó vivir en diferentes lugares. Es posible que lo que más me haya quitado sea tiempo con mis padres, mis hermanos y mis amigos de Córdoba. Pero me dio tanto que no lo interpreto como una quita. Sí como una consecuencia, pero no como una falta. Es difícil la respuesta: es como si no me animara a reprocharle nada.
–Si tuvieses que contarles a quienes no tuvieron la oportunidad de competir en el más alto nivel cómo es la adrenalina de estar en esa situación, ¿cómo lo harías?
–Ufff. Me parece que es intransferible. Cada uno la vive de una manera diferente. Eso voy a extrañar siempre. Me parece que tiene que ver con el sentirse jugador toda la vida, en cada acción, en cada logro grupal. Es lo que lleva a lugares impensados. Esa adrenalina genera algo dentro del cuerpo que yo identifico como felicidad. Y como entrenador, se da algo parecido, pero en menor escala. Ahora tengo menos poder de decisión sobre el juego. Tengo que mirar y no puedo hacer. Antes podía agarrar la pelota al final del partido y decir qué hacer; tenía mucho poder de determinación según lo que creía mejor para el equipo. Ahora puedo decir algo, pero es muy complicado. Donde más puedo meter mano es un entrenamiento o el prepartido, pero cuando se está desarrollando el juego poco puedo hacer.
–En esta situación tan particular de pandemia, ¿cuánto se puede trabajar con los jugadores y cuánto va a cambiar la competencia?
–Es tan atípico que no es fácil de saber eso. Lo que sí tengo claro es que se puede quedarse de brazos cruzados y esperar a que todo vuelva para seguir como estaba, o se puede usar este tiempo para analizar lo que uno estaba haciendo en lo individual, lo que realizaban el equipo y los jugadores en particular, e identificar cosas para mejorar. Ocuparse de ser una mejor versión de cada uno; eso hago yo y eso pido a los jugadores con los que hablo. No preguntar cuánto va a durar, sino cómo vamos a volver cuando esto se reanude ¿Vamos a ser mejores en lo que hacemos? Bueno, hay formas de superarse, analizando situaciones, leyendo, hablando con gente, mirando lo que uno estaba produciendo. Ése es el enfoque que pretendo. Les mostramos muchos clips a los jugadores, nos comunicamos una vez por semana y por intermedio de Zoom duplicamos la pantalla y le explicamos a cada uno qué podemos corregir y mejorar. Si alguno tiene un aro en su casa, le pedimos hacer una videollamada y observamos cómo se entrena. Intentamos estar muy activos como organización.
–¿Algún jugador te preguntó por tu etapa de basquetbolista y sobre la Generación Dorada?
–Sí, me preguntan y hablamos de esos temas. Saben, nos han visto jugar, me preguntan por Manu [Ginóbili], por Luis [Scola], por Chapu [Nocioni], por Fabri [Oberto], por Carlos [Delfino]... El respeto a estos jugadores que han estado en la NBA y en la selección argentina, no sólo en la Generación Dorada, es muy grande. No sólo está a la vista de los general managers y los staffs técnicos, sino que también los jugadores de ahora lo tienen.
–¿Te pidieron en algún momento jugadas o acciones que hicieran en la selección?
–Nadie me pidió eso, pero sí vi que algunos equipos han hecho algún ataque como lo hacíamos nosotros en la selección. Incluso lo llamaban "Argentina".
–Cuando mirás a los costados y ves dónde estás trabajando, ¿qué sentís?
–No siento nada. Sólo sé que tengo que trabajar mucho para seguir acá. Me genera ilusión porque creo que es un proyecto que puede seguir creciendo. Me siento feliz porque mi familia está cómoda. Nos tratan muy bien. Cuando miro alrededor siento tranquilidad y que estoy en el lugar en el que quiero estar.
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