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Mundial de básquet. Patricio Garino: "Hace seis meses no me podía poner una camiseta ni para entrenarme y ahora estoy jugando un Mundial"
FOSHAN, China.- No tiene término medio. Siempre a full. Saluda a Facundo Campazzo, le pregunta algo a Nicolás Laprovittola, le hace un gesto a Tayavek Gallizzi y suelta una carcajada. "Taya compró otra valija de las cosas que se hizo traer al hotel", cuenta Patricio Garino, el trabajador silencioso de la selección de básquetbol de la Argentina. Se ríe, disfruta de su rol y lo dice. No oculta nada, está en el Mundial China 2019 y se siente pleno. Transita por estados emocionales que hace un tiempo no experimentaba. No tiene problemas en decir que sus últimos dos años "fueron muy feos". Mira hacia un costado y toma la palabra: "¿Dónde querés que nos sentemos? Para mí es igual en cualquier lado. Acá todos los asientos son bien bajitos…", y vuelve a sonreír.
Tres lesiones en el último año lo llenaron de angustia. En Baskonia, de España, estaba en un laberinto de angustias y supo cómo encontrar la salida. Cuando relata cómo salió de ese lugar lo hace sin elevar la voz, con calma, mientras de fondo se escucha a una mesera que quiere explicarle a Andréi Kirilenko, la exfigura rusa de la NBA que acompaña al seleccionado de Rusia, que en unos minutos les servirá el capuccino que encargó.
Una carrera intensa la de Garino, ya que en 2016 pasó por la Universidad de George Washington Colonials, después participó de la Summer League con Orlando Magic y fue invitado a entrenarse con San Antonio Spurs. Jugó algunos partidos para Austin Spurs, la franquicia de G League, y Orlando Magic le hizo un contrato temporario para jugar en la NBA. Hasta que llegó a Baskonia allí comenzaron las complicaciones, en especial, en la última temporada (una doble fractura de mandíbula, un esguince en la rodilla derecha y una distensión en el gemelo derecho). La entrevista con LA NACION se corrió de los parámetros normales para transformarse en una charla en la que Garino, de 26 años, eligió explicar qué siente al estar compitiendo con la selección de la Argentina.
-Pasaste un par de años complicados con las lesiones. ¿Tiene un sabor especial este Mundial?
-Hice un cambio en la cabeza a principios de este año, en febrero o marzo, y en el final de la temporada con Baskonia me sentí más cómodo y volví a ser el que realmente era. Lo necesitaba para darme cuenta de que se puede disfrutar en cualquier contexto. Jugando un Mundial, en Europa o con tus amigos una mañana en Mar del Plata. Me faltaba tomar conciencia de que no todo es presión, de que no todo es mala sangre o mala suerte… Pasé dos años feos, individualmente no pude tener esa trascendencia que me hubiera gustado y las lesiones además me pasaron factura mentalmente. Pude hacer ese cambio, darme cuenta de que son cosas que suceden, que no todo es demostrar o estar cargado porque estoy dos meses sin jugar o dos temporadas sin dejar claro qué tipo de jugador soy. Creo que mi esencia o mi estilo de juego está claro, es una pena que no lo haya podido demostrar con Baskonia, pero estar acá es… Pensar que hace seis meses no me podía poner una camiseta ni para entrenarme y ahora estoy jugando un Mundial. Es algo muy loco y me hace sentir muy bien haber podido hacer ese cambio.
El agradecimiento a sus apoyos
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-¿Dónde encontraste esa ayuda?
-Hice de todo. Fueron tres lesiones seguidas y si no hubiera tenido a mi novia a mi lado (Paula Darras), me volvía a Mar del Plata. Ella me calmó mucho y hasta medio que me obligó a buscar ayuda externa. Lo venía charlando con Paula y con mis viejos, pero la verdad es que el orgullo me ganaba. Decía que iba a salir solo, que no necesitaba ayuda, pero la cabeza no quería ceder y llegué a un punto de estar totalmente hundido. Ahí fue cuando me dije "ya está, necesito ayuda porque no puedo seguir así". No tenía otra opción. Con César, mi psicólogo, hicimos un trabajo espectacular. No fue nada extraño, no es que era ingeniería química, me dijo cosas que me las decían mi novia, mis amigos o mis viejos, pero yo no podía verlas. Con esta ayuda de psicología deportiva fue que puede comprender mejor todo y siento que volví a ser yo. Me permití volver a reírme como un loco.
-¿Por qué sentías tanta presión? ¿La NBA, Europa?
-Me parece que fue desde que estuve en Orlando Magic. Si bien fue una recompensa que no esperaba, me dejó un sabor medio amargo. Quizá fue una presión que me puse por no meter cinco tiros en cinco partidos. Hoy lo miro y me digo que es una pavada lo que pensaba. Ahora fallo y no me pongo loco. Pero bueno, como era la NBA se trataba de una vidriera y me quedó ese sabor extraño. Soñé muchas noches que estaba en Orlando y no podía meter un triple. Me había quedado ahí y se sumaron las lesiones y la adaptación con Baskonia. Me pesó mucho todo eso, sentía que estaba en un equipo de Euroliga, tenía que darle algo y nunca lo pude dar al cien por ciento por un período prolongado.
-Dejaste el gesto serio y ahora se te ve divertirte en los videos que aparecen en las redes sociales.
-Es verdad, creo que ese fue el clic más grande que hice con mi psicólogo. Uno puede estar concentrado, pero eso no significa que pierdas la alegría o la sonrisa. Me notaba que estaba muy robótico, no sé si fue por la escuela estadounidense o por hablar con diferentes jugadores que me dijeron "tenés que pensar solo en el deporte" y sin darme cuenta dejé de sonreír para ser un robotito que pensaba en básquet todo el día. Para algunos es necesario, a mí no me sirve. Hoy entiendo que no debo vivir con culpa si salgo a cenar con un amigo. Esas eran las presiones internas que me ponía.
-Pero eso no quiere decir que no seas súper ocupado por tu cuidado como deportista…
-Sin duda. El asunto es cómo uno se toma el profesionalismo. Yo hago todo lo que debe hacer un profesional, pero eso no significa que haya que ser un obsesivo. Me cuido en la alimentación, controlo mi descanso, organizo mis horarios, siempre estoy informado sobre mi cuerpo. Lo que yo no quiero es que la profesionalidad me saque la sonrisa. Yo tomé el básquetbol como un trabajo en el que si yo no rendía me iba a quedar sin trabajo en un año y medio. Es verdad que es un trabajo, pero es una actividad que amo y había perdido esa pasión por el juego. No entendía que podía divertirme. Este año le hice 25.000 kilómetros al auto en 8 meses, salgo a todos lados, me divierto. Antes no lo hacía ni de casualidad. Y estoy en el país vasco, que tiene una cantidad de lugares para conocer e ir a tomar unos mates… Me sirve para desconectar la cabeza. En los partidos estoy muy metido y tengo esa seriedad de "a cara de perro", pero termina el juego y vuelvo a ser yo.
-¿La selección te sirvió para recuperar esa alegría?
-Es mi zona de confort. Al estar con los chicos, con los que juego desde hace tantos años y que nos llevamos súper bien afuera de la cancha, me hace muy bien. Nos juntamos siempre a comer, las fiestas las pasamos juntos, compartimos casi todo. Y esa energía se traslada a la cancha. Y mi rol en la selección me parece que desde hace años que está claro. Voy sumando cosas, lógicamente, pero mi cabeza siempre estuvo tranquila en la selección porque todos saben qué tengo para darle. Quizás en Baskonia, donde me siento cómodo, fue diferente porque el primer año tuvo que adaptarme al equipo y el segundo año luché con las lesiones. En la selección sé que soy Pato y me siento bien. En Baskonia, en los últimos partidos, me empecé a sentirme como en la selección.
-Esta confianza que tienen, ¿les permite soñar más allá de los objetivos normales?
-Hay momentos en los que se nos va la mano y sentimos que debemos ganar muchos partidos y tal vez no es realmente así. Por momentos nos sentimos superiores a algunos equipos y lo encaramos de esa forma. Siento que estamos en un nivel colectivo muy alto y tenemos mucha confianza en todo sentido. No sé si es bueno o malo, pero es algo que nos hace sentir bien. Porque jugamos con nuestra esencia, que es ser agresivos en toda la cancha. Eso nos hace pensar que queremos ir por todo. No estamos acá para ver qué pasa, no tenemos miedo a perder, sabemos que puede suceder. Estamos acá para competir y pensar que nadie nos va a ganar así nomás, eso es lo que nos va a llevar lejos.
-En lo individual, ¿qué proyectás?
-Hay muchas sensaciones juntas. Hay cosas que no sentía desde hace tiempo, ansiedad, adrenalina, deseo por jugar todo el tiempo… En el partido no pensás, ejecutás. Por suerte, en el partido lográs bloquear las emociones. Nuestro gran objetivo es clasificarnos a los Juegos Olímpicos, pero pensar en una semifinal no es algo loco. La verdad es que no lo miramos como algo imposible. Sabemos que va a ser durísimo, pero qué se yo, quizá…
-Cuando se los ve en la cancha, parece que tiene un lenguaje corporal que habla de un compromiso increíble. ¿Lo establecieron de alguna forma?
-Es un claro ejemplo del legado que nos dejó la Generación Dorada. El sacrificio en cada pelota es innegociable. Es algo natural entre nosotros, sabemos que hay una pelota dividida y nos vamos a tirar de cabeza contra el cartel de publicidad. No nos importa ni cómo, ni cuándo: es lo que queremos hacer. Ellos nos dejaron eso y nos da orgullo que nos reconozcan por esa entrega.
-¿La buena onda entre todos cómo nació?
-La química del equipo se dio naturalmente. Desde México 2015, que fue nuestro primer torneo grande juntos, es como que nació la relación que tenemos. Hay buena conexión desde chicos. Sabemos quién habla más, quién habla menos, que el Tortu (Deck) lleva la música, quién quiere estar solo, quién prefiere ir a caminar o leer. Lo que sea. Eso hace que tengamos una muy buena energía entre todos.
-Y vos, ¿qué rol tenés dentro de esa dinámica?
-Un poco de todo. El pesado de las bromas, el fuera de foco, el sin filtro. El Pato de siempre.
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