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Michael Jordan, desafiado por un novato: la noche en que empezó la guerra de las zapatillas
"Vos sabés que acabás de empezar una guerra, ¿no?".
El novato Dee Brown, de los Boston Celtics, acaba de ganar el concurso de volcadas de la NBA. Es 1991, la escena se sitúa en Charlotte, en el fin de semana del Juego de las Estrellas, el show definitivo de todos los shows de la liga. Michael Jordan había elegido no participar en el torneo de volcadas. Después de que Chicago Bulls fuera eliminado dos años seguidos por Detroit Pistons, el jugador estaba concentrado en ganar un anillo, algo que conseguiría unos meses después. Este año no la vuelca, pero mira, porque Jordan compite incluso cuando no compite.
Tres años antes, en 1988, Jordan había ganado el torneo de volcadas con su célebre canasta a la carrera desde la línea de tiros libres. Está el video, pero el telebeam con las medidas ayuda a mensurar su espectacularidad. Jordan empezó su carrera en el aro contrario (28 metros), saltó apoyando el pie en la línea de libres (4,57 metros) y con el impulso de la velocidad saltó hasta encestar la pelota en el aro (a 3.05 metros de altura). En un tiempo en el que la NBA empezaba a trabajar en tener una imagen más limpia y global, aquella fue más que una volcada: fue el ícono que convirtió a Jordan en marca. Suya y de la NBA. Jordan hizo su propio logo en vivo frente a miles de personas.
La volcada histórica de Jordan
Aquella final frente a Dominique Wilkins convirtió a Jordan en leyenda presente. Es posible que con los años hayan existido mejores volcadas, pero para el gran público, esa es LA volcada por la sencilla razón de que nadie había hecho nunca algo así. El público y la prensa especializada especulaban con que Jordan podía volar, y las pruebas eran fehacientes. Se realizaron estudios y observaciones sobre su forma de saltar, qué tan alto lo hacía y se analizaba cuadro por cuadro su técnica, con asombro y admiración. Todo lo que se había dicho y escrito sobre él respecto de su etapa universitaria era cierto, y Nike parecía haber invertido muy bien sus dólares.
Jordan era Air Jordan. Un apodo, sí, pero también una marca. Aún cuando fue elegido en el tercer lugar del draft de 1984, Jordan se presentaba como alguien distinto para Nike, que justamente estaba en la búsqueda de cambiar su política de esponsoreos. No quería patrocinar a muchos deportistas buenos, pero sí a uno sobresaliente. Ser una marca distinta con un deportista distinto. Y ese planteo se lo hizo en una época en la que la marca no era la líder indiscutida de nada. Era todavía una empresa joven, más conocida por sus zapatillas de running y de tenis que por su vinculación al básquet. Era una más en un mercado más amplio y menos concentrado, en el que marcas como Reebok, Adidas, Converse, Avia, LA Gear, Etonic y Puma tenían su porción.
De regreso a 1991. Jordan había hecho LA volcada y tenía EL contrato con Nike, con toda una línea de indumentaria que luego se transformaría en su propia marca, Jordan Brand. Se encaminaba a ganar su primer anillo, el comienzo de la dinastía de los Bulls. Todavía era joven, y sin la ofensiva triangular afianzada, podía ganar partidos por su cuenta, sin que nadie le robara el protagonismo. ¿Acaso permitiría que un novato le robara sus dólares?
Todo lo que hizo Dee Brown para empezar una guerra fue montar un poco de show. Sabía que, después de la era de Jordan y de Wilkins, era más difícil impresionar al jurado. Y la NBA, que empezaba su carrera hacia el tope del entretenimiento global, iba a verlo con buenos ojos. Entonces, antes de emprender su carrera hacia el aro, le hizo promoción a su sponsor de zapatillas. Brown tenía contrato con Reebok y usaba las Pump, que tenían un sistema de inyección de aire que brindaba un ajuste personalizado con mayor comodidad, lo que ayudaba a los atletas a mejorar su performance. La carrera tecnológica de las marcas deportivas tenía forma de aire.
El desafío de Dee Brown a Jordan
Brown infló, corrió, saltó, encestó y ganó. Pero no lo pudo disfrutar porque de la nada apareció Michael Jordan. Y lo felicitó, pero no. Lo que había hecho Brown puso a las Pump en los ojos de todos, incluidos los de Jordan. La guerra conocida es la de Nike y Adidas, pero Reebok fue, hasta principio de los noventas, casi tan grande como ellas. Calzaba a figuras como Shaquille O'Neal, Shawn Kemp y, más adelante, Allen Iverson. Algunas fuentes dicen que Reebok vendió 20 millones de pares de zapatillas Pump en un período de cuatro años, y eso se interponía con las ambiciones de Jordan, que ya era un pequeño gran empresario, tan competitivo en ese rol como en la cancha.
Después de ganar el torneo, Brown recibe el premio, pero mientras esperaba el comienzo de otro evento, se le aparece Michael Jordan. "Buen trabajo, te felicito", lo saluda, "pero tenés que saber algo más"."¿Qué cosa?", responde Brown, sin entender mucho la situación."Sabés que acabás de empezar una guerra, ¿no?", remata la conversación Jordan.
"Traté de imaginármelo", dice Brown en el libro "Michael Jordan. The Life", de Roland Lazenby. "Uno escucha todas esas historias sobre Michael y lo competitivo que es. Él ya tenía en la cabeza eso que hice con las zapatillas, y que eso iba a ser una competencia entre las suyas y las mías", agrega. Esto ya no era una discusión sobre básquet. Después de aquel episodio, Jordan se puso en un rol que muchos conocen ahora, pero casi nadie en aquel momento. Era tan jugador como empresario deportivo. El espíritu competitivo de Jordan en su máxima expresión. No sólo tenía que ganar en la cancha, también en los negocios.
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