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El viaje de Maradona al infinito y otras leyendas del deporte: 2020, el año que nos partió el corazón
El 2020 nos partió el corazón. En mil pedazos, como nunca antes, un puñal interminable que nos atraviesa el alma. Los que amamos el deporte, los que transpiramos la camiseta, aún hoy, cuando se vuela la última página de un año imposible, seguimos con la garganta seca. Se murió Diego Armando Maradona, a los 60 años. El mito, el ilusionista que nos hizo creer que los argentinos fuimos, alguna vez, los mejores del mundo.
Tenía que ser en el peor año de nuestras vidas. Fue, exactamente, el 25 de noviembre, cuando la leyenda no superó una terminal crisis cardíaca. Hasta la tecnología mundial sufrió un colapso. El planeta de la pelota lo lloró largos días, desde el bochorno en la Casa de Gobierno, hasta los sin nombre de Nápoles, a los que Diego les dio dignidad y algunos títulos. En la Bombonera, en el Bosque (era el técnico de Gimnasia), hasta en la India: el vuelo final de Maradona al cielo resultó un cross de derecha a la mandíbula y el golpe se llevó una romántica, juvenil época de nuestras vidas. Que ya no volverán.
De Fiorito hasta el más allá, Maradona nos hizo llorar. De alegría, de emoción, de rabia. Vivió tantas vidas, que no sabemos, a esta altura, cuál fue la verdadera. La última fue en el marco de la pandemia, la que nos quitó lo que Diego tantas veces nos regaló: el mejor de los abrazos. La última imagen pública, la del 30 de octubre, cuando cumplió por última vez, resultó una señal inequívoca, que nadie quiso ver. No podía hablar, no podía caminar y fue usado políticamente: justo él, que le gritaba al mundo y gambeteaba hasta la eternidad. Luego, pasó con cierto éxito una operación, pero ya intuía que los días felices no iban a volver. Y cerró los ojos, más allá de los probables desatinos de su círculo íntimo y la supuesta falta de cuidados en las últimas horas.
No quiso vivir más. Así, pequeño y frágil, el mismo que fue el más grande deportista de nuestra historia, no quería vivir más.
No fue Diego la única pérdida irreparable. El 2020 va a ser cajoneado con rencor, en el escritorio de las causas malditas. Kobe, Paolo Rossi, el profesor Alejandro Sabella… Se fueron los buenos, los artistas, los caballeros, los fuera de serie.
Perverso desde el prólogo fue el 2020. Kobe Bryant, leyenda del básquetbol, murió a los 41 años luego de un accidente de su helicóptero cerca de Los Ángeles el 26 de enero, víctima de una espesa niebla. Su hija Gianna y otras siete personas también fallecieron en el siniestro. Emblema de los Lakers entre 1996 y 2016, Bryant fue cinco veces campeón de la NBA y bicampeón olímpico. Juzgado por su arrogancia, con el tiempo aprendió a jugar en equipo, pero siempre brilló con luz propia. Anotó más de 30.000 puntos a lo largo de su carrera, que acabó en 2016.
"Se van todos los buenos. Hasta la vista, leyenda", publicó Diego en Instagram. Tiempo atrás, Kobe había declarado: "Soñaba con ser Maradona". Se admiraban, se respetaban, se fueron juntos. Uno detrás del otro.
Hombre fuerte de la NBA, excomisionado de 1984 a 2014, David Stern falleció a los 77 años el mismísimo 1º de enero, dos semanas después de sufrir una hemorragia cerebral. Considerado como uno de los líderes deportivos y económicos más influyentes, fue el personaje que permitió, entre otras sentencias, que Michael Jordan sea una estrella universal.
El 25, Robbie Rensenbrink, delantero de la Holanda finalista en los Mundiales de 1974 y 1978, murió a los 72 años, víctima de una atrofia muscular progresiva. No sólo fue uno de los mejores atacantes de su época: pasó a la historia por haber estado a centímetros de arruinarle la fiesta mundialista a la Argentina, cuando su zurdazo chocó con el palo derecho de Ubaldo Fillol en el final, de la final que estaba 1-1.
Un final absurdo ocurrió el 27 de febrero, cuando Braian Toledo, lanzador de jabalina finalista en Río 2016, frenó su vida a los 26 años, luego de accidentarse con una moto. Toledo no sólo era uno de los atletas de élite y dueño del récord mundial Sub-18 con una marca de 89,34 metros: había demostrado que se podía salir del pozo con talento, esfuerzo y una fuerza de voluntad arrolladora. A los 93 años, el 20 de marzo, fue el vuelo final de Amadeo Carrizo, una de las glorias de River; sobre todo, un caballero. Un revolucionario que cambió para siempre el puesto de arquero y marcó una época inolvidable.
Mitos en el mundo, genios de fantasía, ídolos de otro tiempo, el 2020 fue implacable. El británico Stirling Moss falleció el 12 de abril a los 90 años, después de una larga enfermedad. Era conocido como "el campeón sin corona", ya que acabó cuatro veces en el 2º puesto del Mundial de pilotos de Fórmula 1 (1955, 1956, 1957 y 1958), eclipsado por el inolvidable Juan Manuel Fangio. Acá a la vuelta, con historias que parecen extraídas de cuentos de Fontanarrosa, Trinche Carlovich, murió a los 74 años el 8 de mayo luego de sufrir un golpe en la cabeza, al ser asaltado en Rosario. Carlovich era un crack subterráneo, que prefirió los amigos y los asados, antes que jugar en el Cosmos de Pelé, según contó una vez. Ídolo de Central Córdoba y de las causas perdidas. El 17 de julio, se apagó Silvio Marzolini, a los 79 años. Según los especialistas, fue el mejor lateral izquierdo de la historia de Boca, en donde jugó entre 1960 y 1972, además de ser parte de los Mundiales de Chile 1962 e Inglaterra 1966. Fue el DT campeón del emblemático 1981 con un enrulado Maradona.
El adiós de Alejandro Sabella se pareció a un salto mortal, no solo por su figura –gran hombre, buen entrenador, excelente docente-, sino porque ocurrió un par de semanas después del viaje de Diego el infinito. Partió a los 66, el 8 de diciembre. Conocido como el Profesor fue el conductor del seleccionado que alcanzó la final del Maracaná 2014. Surgió en River, pero fue en Estudiantes en donde hizo escuela, campeón como jugador y como entrenador.
Héroe de Italia en el Mundial 1982 de España, Paolo Rossi falleció a los 64 años, el 10 de diciembre. Actuó en Juventus y Milan, marcó seis goles en la cita mundialista; consiguió el título y los premios al mejor jugador y máximo artillero. Ese año, además, recibió el Balón de Oro.
Clásico pescador del área, marcó los tres tantos de Italia en el 3-2 sobre Brasil, que tenía una escuela de talentos, con Zico, Sócrates y Falcao como embajadores.
En 2005, como conductor del programa La noche del 10, Diego hizo un juego periodístico: se entrevistó a sí mismo y confesó qué se diría el día de su funeral, qué palabras colocaría en su epitafio. "Gracias por haber jugado al fútbol porque es el deporte que me dio más alegrías, más libertades, como tocar el cielo con las manos", respondió, jovial, ocurrente. Y agregó: "Pondría en la lápida: gracias a la pelota".
No hay mejor final. No lo hay más desgarrador. Gracias a la pelota, a las gambetas, a las lágrimas contenidas. Más allá, la eternidad.
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