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La selección de básquet subcampeona del mundo, desde adentro: la exquisita playlist de Deck, el miedo de Hernández y diez chinos "argentinos"
¿Cómo fue posible tomar la posta de la Generación Dorada, un hito en la historia del deporte argentino, y escribir con letra propia? De reciente aparición, el libro "El legado"(editado por Básquet Plus)cuenta la historia del grupo de jugadores que asumió ese desafío mayúsculo. Y describe toda la tensión del proceso de recambio: los fantasmas, la incertidumbre, las presiones, las comparaciones constantes y el previsible temor de no estar a la altura de la circunstancia. No es un texto periodístico, todo lo contrario: busca contar la historia desde otro ángulo, uno mucho más profundo, íntimo, subjetivo. Literatura deportiva, sí, pero de la puerta para adentro. Escrito por el periodista Germán Beder, que formó parte de es transformación como responsable de prensa de la selección durante todas las giras y torneos disputados desde 2014 hasta el Mundial de China 2019.
El relato describe cada uno de los pasos que fue dando la nueva selección desde 2015 en adelante. Cómo fue creciendo el hambre de trascendencia a medida que el tiempo transcurría. La búsqueda desesperada de escribir historia propia, de escapar a la nostalgia. Esa línea argumental atraviesa todo el texto. Y paralelamente, muestra a los protagonistas en distintos momentos de su vida: Facundo Campazzo dudando de su talento, Nico Laprovittola analizando el retiro de la Selección o Gabriel Deck perdido en la terminal de ómnibus de Retiro con 15 años.
Las historias individuales se van sucediendo a la par de los recuerdos de cada torneo hasta llegar al Mundial de China, donde la narración explota. Ahí es cuando se termina de derribar la cuarta pared. Está dividido en tres partes de capítulos cortos. El relato, de 241 páginas, va y viene en el tiempo. Participan los 12 jugadores que estuvieron con el equipo en China, más todo el cuerpo técnico, Emanuel Ginóbili y Andrés Nocioni. El prólogo lleva la firma de Sergio Hernández.
Aquí, LA NACION adelanta un extracto de la obra.
Foshan. 6 de septiembre de 2019.
El hotel, llamado Hilton Foshan, es el mejor que vi en mi vida. Supera al de Las Vegas y al de Wuhan. En el lobby tiene una pecera gigantesca sobre la cual se erige un bar, al cual se accede por un puente. El formato es circular. Cinco pisos. Shopping, salones, restaurantes escondidos, habitaciones inmensas, dos piscinas, sauna, spa, gimnasio: lo que pinte. Me encantaría poder recorrerlo a fondo, pero no hay tiempo. Las jornadas pasan volando.
Anoche el equipo tuvo su primera práctica en el "Foshan International Sports & Cultural Arena", que tiene capacidad para 14.700 espectadores y es mucho más moderno que el estadio de la fase inicial (se estrenó en 2018). Ya quedó en el olvido Wuhan. No hay margen siquiera para un mini balance de lo que dejaron los tres partidos. El torneo no lo permite. Desde hace dos días solo se habla de Venezuela, próximo rival, dado que un triunfo nos colocaría a un paso de los cuartos de final. La ilusión del grupo crece partido a partido. Hay una energía desbordante. Sin embargo, Sergio Hernández la está pasando pésimo. Hoy en el desayuno contó que había dormido poco y que sus sensaciones para el juego eran todas negativas. Así de sincero. Creí que su postura cambiaría con el correr de las horas, pero no.
Vamos caminando por uno de los pasillos que desembocan al vestuario. El bullicio de fondo es constante porque están jugando Polonia y Rusia (terminarán ganando los polacos por 79 a 74). No sé cómo hacer para levantarle el ánimo. "Fue la única vez que tuve miedo a perder. Con todo el respeto por Venezuela. Daba la sensación de que si nosotros quedábamos afuera con un equipo sudamericano iba ser un fracaso. Y yo, así como digo que las derrotas no necesariamente están relacionadas con el fracaso, considero que el fracaso existe. Pensé que ese partido podía arruinarlo todo", confiesa el DT, un año más tarde.
En el vestuario es todo acción. Algunos jugadores se cambian, otros se vendan con los kinesiólogos, Santander anota los horarios para las rutinas de lanzamiento pre partido, Gatti conecta su computadora a un televisor para dejar de fondo acciones de los venezolanos, Deck pone rock nacional en el parlante ("Hay que tener listas con todos los géneros para satisfacer al público", explica y se vanagloria de haber utilizado la palabra "satisfacer"), Facu Vartanian reparte las camisetas y Manuel Alvarez dialoga con el dirigente correntino Juan Ordenavía, quien acompaña a la delegación como representante de la CABB. También están acá, en China, otros dos dirigentes federativos: Jorge Comoli y Rubén Urueña, referentes de las federaciones de Neuquén y Tucumán, aunque han viajado por su cuenta. Muchos de los representantes de otras provincias se están reuniendo en estos mismos días, en Buenos Aires, para construir un espacio opositor que desbanque a Susbielles. El líder del movimiento es Fabián Borro, quien ya preside la Asociación de Clubes. En la cancha, por ahora, hay pocos argentinos presentes. Pero a la distancia distingo a Nico Fei, un joven apasionado que viene acompañando al equipo desde Saitama en adelante. Inexplicable. Junto con los amigos de Campazzo, es de los principales referentes de la hinchada.
"Se armó como una comunidad entre los argentinos que viajamos. En la primera ronda éramos alrededor de 150 y después fue bajando. No todos tenían entradas para todos los partidos. En las instancias finales debemos haber terminado alrededor de 60. Nos hicimos muy amigos. China es hostil en la parte idiomática. No entendés nada y tampoco te entienden. Es difícil la interacción. Entonces, encontrar gente que comparte tus propias costumbres fue como una salvación. Hacíamos paseos, incluso algunos salíamos a tomar algo después de los partidos. Con mucha gente que conocí ahí mantengo relación al día de hoy", afirma.
Ya con el equipo en la cancha, me ubico detrás de un aro. Estos minutos suelen ser de estrés total para mí, porque trato de subir contenido a las redes sociales y de generarlo a la vez (en muchísimas ocasiones sin lograr una cosa ni la otra). Filmo la entrada en calor, el himno, la presentación olímpica y me voy para el sector de prensa. A sufrir. O a disfrutar, mejor dicho. Porque la actuación colectiva es de una solidez total. Al punto tal que, sobre el final, terminamos sacando 20 puntos de diferencia (87 a 67), para asegurarnos el pasaje a cuartos de final y extender el invicto a 4-0.
Todos los temores de Oveja quedaron disipados a partir de un nivel defensivo que ya empieza a sorprender a propios y extraños. Y en ataque, como para coronar una jornada redonda, se destapó Gabriel Deck, quien venía un poco trabado desde el comienzo de la competencia: anotó 25 puntos en 30 minutos. "No es que me saqué un peso de encima. Pero había jugado muy bien en ataque durante toda la primera parte del proceso y me pegaba en el orgullo no poder estar haciendo lo mismo en el Mundial. Ese día he podido ganar confianza. Igual no era un tema que me desesperara, porque notaba que el equipo estaba fuerte. Y eso siempre es lo importante", señala el santiagueño.
Camino a la conferencia, el DT me cuenta -al paso- que hacía años que no vivía un partido con tanto nerviosismo y que durante todo el primer tiempo, los jugadores le fueron hablando para que se mantuviera sereno. "Me decían: ‘Lo vamos a ganar, quedate tranquilo, ya sabemos que va a ser trabado, pero confiá, vos confiá en nosotros’. La realidad es que lo sacaron adelante ellos. Fue el peor partido que dirigí de todo el Mundial", admite mientras tomamos un café cerca de su departamento en Núñez.
La jerarquía internacional de nuestras individualidades, potenciada por el deseo, la convicción y el planteo táctico (perfecto), derivaron en una victoria incuestionable. Otra más. "Cuando estás en el banco, generalmente te dedicás a analizar qué le falta al equipo, qué se puede corregir. Pero acá era disfrute total. Lo hablaba siempre con Tortu (Deck). Me sorprendía mucho el nivel de concentración con el que jugábamos, lo enfocados que estábamos detrás de un mismo objetivo. Ibamos creciendo partido a partido. Dominábamos a los rivales. Teníamos energía, intensidad, empuje, roles claros, muchísimas variantes", expresa Laprovittola. "Aprendíamos de los errores. Corregíamos lo que hacíamos mal y todo el tiempo pensábamos en mejorar", coincide Brussi. Y concluye Vildoza con un comentario que lo describe: "Yo soy un pesimista de manual. No me gusta hacerme ilusiones de más. Pero veía que estábamos jugando bien. Nos estábamos entendiendo entre nosotros, la química fluía, transmitíamos algo en la gente. En los que acompañaban al equipo y en los que nos seguían por la tele desde Argentina. Era un debate permanente en mi cabeza: por un lado veía que íbamos muy bien, pero por otro no me permitía de ningún modo disfrutarlo, no quería bajar la guardia".
Ya es hora de volver al hotel. Deck pone una exquisita selección de cuarteto dedicada a su amigo Campazzo. Exquisita y agotadora, digamos todo. Cae la noche en Foshan. Unos chinitos nos esperan en la recepción interpretando canciones de cancha en un esforzado castellano. La tonada que logran es tan tierna como excéntrica. Los tengo vistos desde Wuhan. Uno luce tatuajes de Diego Maradona y de Gabriel Batistuta en los omóplatos, otro lleva la camiseta de Angel Di María, otro una musculosa de Manu de La Salada y otro muestra una bandera dedicada a Scola. En total, deben ser alrededor de diez. Escuchan cumbia y toman mate. El otro día, incluso, apareció uno de pelo largo (algo de por sí curioso) que llevaba tatuada la frase "Las Malvinas son argentinas" en su antebrazo izquierdo. Se turnan en las guardias, ya son parte de nuestra vida cotidiana. Siempre tienen cosas para firmar: figuritas, pósters, prendas. Están totalmente de la cabeza. "Esta hinchada loca, deja todo por la copa, la que tiene a Manu y aLuScola…", entonan a coro, forzando por completo la aparición del capitán. Los jugadores les festejan el esfuerzo, cumplen con la burocracia de las firmas y las fotos y enfilan para el comedor con hambre y alegría. Yo me voy directo para la pieza para terminar mi trabajo. Prendo la compu, repaso resultados de la jornada. A vista gorda, se avizoran dos posibles rivales para cuartos de final: España, que venció a Italia por siete (67-60), y Serbia, que derrotó a Puerto Rico por 43 (90-47). Sí, por 43.
Germán Beder trabajó en los diarios Perfil y Olé y, desde octubre de 2014 a diciembre de 2019, se desempeñó como Director de Comunicaciones de la CABB. Allí, cubrió a la Selección mayor como jefe de prensa en cada uno de los torneos disputados. De ese ciclo y de cada momento transitado trata este libro. "El Legado" es su cuarta publicación: previamente lanzó "Mundo Manu" (2006, en coautoría con Andrés Pando), "El oro y el aro" (2011, en coautoría con Alejandro Pérez) y "La Vez que casi me muero" (2016). Los primeros dos textos son del género deportivo (biografía de Ginóbili e historia de la Selección Argentina de 1950 a 2010), el otro es de cuentos.
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