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Lágrimas de campeones: la noche del reencuentro de la Generación Dorada y el afecto de la gente
La cita en Parque Roca emocionó a todos: los dorados olímpicos de un equipo inolvidable vivieron una fiesta que no se imaginaban
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La complicidad en las miradas, la sonrisa como código, el encanto como bandera. Una devoción inalterable, un tributo que será eterno. Ellos querían volver a juntarse: 20 años después ya era tiempo de un reencuentro. Nunca dejaron de estar juntos, jamás, son hermanos de camiseta. Comparten el ADN, vibran con las mismas energías y por eso se quebraron, les ahogaron las gargantas y se les estrujaron los corazones cuando de la inmensidad del gimnasio del Parque Roca bajó con furia el “dale campeón”. El tributo genuino resultó contundente y ellos respondieron con el gesto más sincero: miraron hacia las tribunas, levantaron los brazos, juntaron las palmas y respondieron con un “gracias”. Se desarma Manu Ginóbili en el mensaje final de agradecimiento, mirando como puede a las tribunas y soltando un “Nos han conmovido”.
“Es difícil hablar en representación de once tipos más, pero me animo a decir que van a sentir lo mismo que yo. No se puede creer esto. Cuando empezamos a hablar de hacer este evento dijimos ‘¿pero quién mierda va a venir a vernos?’, ‘¿quién va a venir a ver a doce viejos jugando lento, con peligro de desgarro?’. Y llegamos y vimos esto. Y es realmente que te toca el corazón. Es realmente fuerte. Cuando uno piensa y empieza a digerir que esto ya pasó, que uno no lo va a vivir más, que se retiró, piensa en perfil bajo, estar con su familia, venir acá y sentirlo de esta manera es fuerte. Esto no pasa en todos lados. Pasaron 20 años y ustedes están acá así. Así que un millón de gracias. Estamos conmovidos. Estamos felices. Teníamos dudas, pero esto es impagable. Gracias totales en serio”, expresó un Manu al borde de las lágrimas, hablando desde el corazón.
Porque no hay Generación Dorada cuando están todos juntos. No hay títulos de NBA, no hay gloria deportiva, no hay gestas en el Viejo Continente, no hay medallas doradas, no hay Atenas 2004 que los nuble. Es que cuando están juntos ellos se disfrutan, hablan el mismo idioma, se ríen de las mismas cosas, se genera una química única. Es que fue el combustible para poner de rodillas a Estados Unidos, para dejar sin aliento a Serbia y Montenegro con esa palomita eterna de Emanuel Ginóbili, para subirse a la gloria sacando por completo del juego a Italia. Porque este rencuentro tuvo el sabor de un viaje de egresados. Porque cuando Carlos Delfino y Andrés Nocioni están juntos, es imposible que no suceda algo que despierte las carcajadas de todos.
Y cuando Ginóbili entra en acción también hay que soportar al “Narigón”. Porque alguna vez Alejandro Montecchia contó que cuando empieza a “molestar” a todos es insoportable. Por eso se lo vio divertirse con su amigo, Fabricio Oberto, su compañero de siempre. Si hasta Rubén Magnano, el autor intelectual de la gesta dorada, se animó a dejar esa posición de hombre de carácter duro y pocas sonrisas. Sólo hizo falta ver lo que sucedió cuando pisó la cancha, después de recibir una ovación que agitaron los propios jugadores, en especial Montecchia y Hugo Sconochini, para comprender de qué se trató volver a reunirse...
Es que bajo una lluvia de afecto, el entrenador cordobés emuló aquella carrera descontrolada después de la palomita de Ginóbili ante Serbia y Montenegro, y estalló el Parque Roca. Y los jugadores, los 12, lo aplaudieron y todo fue reverencia para el hombre que los presionó hasta dejarlos sin aire, el que les exprimió hasta la última gota de sudor para poder entrar en el Olimpo.
La emoción de Manu
Sí, sí... ese hombre que se adueñó del micrófono es campeón olímpico, campeón de la #NBAxESPN y miembro del SALÓN DE LA FAMA. Para muchos uno de los argentinos más importantes de la historia. Para nosotros simplemente MANU: la leyenda... 👏🏻🐐
— SportsCenter (@SC_ESPN) November 3, 2024
📺 #DisneyPlus pic.twitter.com/HfTZlurCDk
Reuniones por zoom para organizar esta fiesta, mensajes en el grupo de Whatsapp en el que todos participan siempre, promesas de celebración y un viaje posterior (a Mendoza). Esta fiesta en donde sigue el viaje de egresados (no participan todos, ya que algunos tienen compromisos laborales). Es que desde hace tiempo querían volver a estar juntos, porque Alejandro Cassettai, el jefe de equipo de aquella selección, agitó las aguas para que todos sean parte del reencuentro.
La primera opción era viajar todos a Atenas y pasar una semana en el suelo en el que se consagraron como uno de los equipos más emblemáticos de la historia del deporte argentino, pero no pudieron coordinar tiempos y horarios. Y cuando la propuesta fue estar todos juntos en la Argentina y que la gente pudiera verlos a todos juntos, no dudaron. Y cuando conectaron, cuando se vieron, entendieron que volver a reírse de la misma manera que lo hacían cuando tenían poco más de 20 años era una necesidad para sus almas.
Resoplan una y otra vez, No pueden contener las lágrimas. Nunca habían recibido el afecto de esta forma. Por eso se quiebran, por eso se abrazan, se hablan al oído, y cada uno se acerca a saludar al entrenador, a Magnano, que estaba completamente conmovido, que se quebró cuando lo vio ingresar a Sconocchini, a Scola, a Oberto, a cada uno de sus muchachos. Porque más allá de que algunos los sufrieron, todos sabían que ese era el método necesario para todo lo que sucedió en Atenas. Y ellos tuvieron, como dijo alguna vez el técnico, un “ego inteligente” que les permitió grabar a fuego sus nombres.
“Tengo unos nervios bárbaros”, dice Montecchia, el base de las mil batallas, el Puma que eternizó la asistencia para la palomita de Manu Ginóbili. Se le humedecen los ojos a Pepe Sánchez cuando levanta la mirada y ve que las tribunas se derriten por ellos. Camina y se le ilumina la mirada a Luis Scola cuando todos le hacen reverencias. Rompe con la emoción Chapu Nocioni cuando se burla del estado físico de Leo Gutiérrez. Se ponen cara a cara Delfino y Ginóbili y se miran cómplices como siempre. Se divierte Oberto molestando a los árbitros. Se desafían Sconochini y Walter Hermann cuando arranca el partido y se rien a carcajadas porque los años ya no los dejan volar por la cancha.
El reencuentro después de 20 años no podía resultar mejor. Un viaje que resultará eterno y dorado. Una generación que no dejará de emocionar y será eterna. Siempre.
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