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La selección de básquetbol vuelve a ser motivo de orgullo a partir de una sumatoria de virtudes que, curiosamente, son las que en general más se le demandan al país y a su dirigencia, no solo política, sino también empresarial, gremial y social. Coherencia, constancia, esfuerzo, planificación, perfil bajo, trabajo en equipo. La antítesis de lo que muchas veces representa la argentinidad mal representada en el exitismo, el coyunturalismo, el personalismo y la informalidad. La fatal confluencia de desviaciones que empezaron a romper el país.
El trabajo planificado de largo plazo mantiene a la selección desde hace casi veinte años en la elite del básquetbol mundial. Nada más parecido a las famosas "políticas de Estado" que se les reclaman a los candidatos. Comenzó con un proyecto estructural que fue la creación de la Liga Nacional, en 1984, poco después de que la democracia empezó a enderezarse. León Najnudel, simulando ser un Alfonsín del básquet, fue el padre fundador de una competencia federal en una estructura centralista, semillero de jugadores que 35 años después siguen fructificando en el combinado nacional. La selección es una obsesión compartida por todos. El técnico que deja su cargo contribuye con el sucesor. El jugador que no es convocado participa, alienta y acompaña. Los retirados apoyan todo el tiempo. El objetivo común es más fuerte que los intereses individuales. Una mini Moncloa deportiva. Casi lo mismo que declama cualquier político con aspiraciones.
Tan sólida fue la construcción colectiva, que sirvió en 2014 para retomar el rumbo perdido cuando la Confederación Argentina de Basquetbol (CABB) quedó envuelta en un caso de corrupción que terminó con su extitular Germán Vaccaro procesado. Fueron Ginobili, Scola y sus compañeros los que públicamente pidieron una limpieza dirigencial. La sola amenaza de desfondar la selección fue un estímulo suficiente para poner las cosas en orden otra vez.
Los jugadores del equipo también se destacan por su discreción. En medio de un debate público acostumbrado a las grietas y a los planteos binarios, cargados de excesos y polémicas estridentes, los jugadores de blanco hacen un culto del análisis reflexivo, la autocrítica y también de la valoración de sus aptitudes. Si juegan mal, dicen que el rival mereció ganar y que deben trabajar más para mejorar. Rara vez hay críticas exaltadas a los árbitros. Asumen errores. Acaso un mensaje que cuestiona la doctrina de "la herencia recibida" al que apelan todos los gobiernos cuando las cosas no le salen. Estos deportistas actúan con una racionalidad que no los exime de la enorme garra con la que disputan cada pelota. Derriban el mito de que la pasión es incompatible con la lógica. El "aguante" militante también se puede practicar sin romper todo.
Los protagonistas de la selección son deportistas hiperprofesionales, que compensan la falta de envergadura física con disciplina estricta, dieta estricta y entrenamiento estricto. Son espartanos en un país amante de las licencias. Saben que es la única forma de competir contra las principales potencias. No hay subsidios, planes o "contado con liqui" que le permitan disimular carencias. Abajo del aro, todos son iguales a la hora de fajarse. Campazzo patentó el método para asfixiar rivales de más de dos metros a puro vértigo y quitarles el alma hasta desmoralizarlos.
Los jugadores argentinos tienen una personalidad que por momentos parece indestructible porque creen en lo que hacen. Perdieron varios amistosos en el camino previo a China, pero nunca se desesperaron. Sergio Hernández, el técnico, dijo que sacaron las conclusiones necesarias y que eso era lo importante, como demostró después. No hubo reclamos para dar un volantazo. Mucho menos planteos al estilo selección de fútbol en la concentración rusa de Bronnitsy. Scola es un tótem constructivo y no lo permitiría. Para llegar a China en condiciones a los 39 años se entrenó solo en un campo durante varias semanas en busca de mejorar su juego de frente al aro. Entiende que su antiguo estilo de jugar de espaldas ya no le sirve porque perdió vitalidad. Es capaz de asumir el paso del tiempo con naturalidad y adquirir mayor versatilidad en el epílogo de su carrera.
Detrás de los elogios que hoy cosecha la selección de básquetbol hay una profunda interpelación a los argentinos. Ellos representan el país que creímos ser y quedó trunco en medio de avivadas, falta de planificación y actitudes egoístas. Es un mensaje que excede el resultado que mañana logren en la final contra España. Su tarea principal ya fue cumplida.
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